(San Juan, 10:00 a.m.) La naturaleza se renueva constantemente. Fuerzas tanto
endógenas como exógenas se manifiestan como diversos fenómenos naturales;
cuando estos afectan la vida humana llegan a convertirse en terribles desastres.
Uno de estos fenómenos es el huracán. Cuando este se queda en el mar renueva
las aguas y beneficia la flora y la fauna marina, pero cuando llega a tierra arrasa
con todo lo que encuentra a su paso.
La Real Academia Española define el termino huracán como “viento muy
impetuoso y temible que, a modo de torbellino, gira en grandes círculos, cuyo
diámetro crece a medida que avanza apartándose de las zonas de calma
tropicales, donde suele tener origen”; “viento de fuerza extraordinaria”.
No es lo mismo leer la definición que conocer de primera mano lo que implica.
Esta semana se cumple un año de un evento histórico cuya memoria se
perpetuará por muchos años en el imaginario popular boricua. El 20 de septiembre
de 2017 a las 6:15 de la mañana, hora oficial según el Servicio de Metrología, el
potente huracán María, categoría 4 en la escala Saffir-Simpson, entró por
Yabucoa, pueblo en la región oriental.
La furia del huracán golpeó inmisericorde a Puerto Rico. María atravesó la isla con
vientos sostenidos de 155 millas por hora. La furia de un huracán como María no
había sido sentida en la Isla desde 1928 cuando el huracán San Felipe II atravesó
a Borinquén. El ojo del huracán María se paseó lentamente por Puerto Rico. Entró
por el sur con ráfagas de más de 200 millas por hora y salió por el norte pasadas
las 2:00 de la tarde. Dejó un panorama caótico.
El huracán trajo consigo aguaceros torrenciales que depositaron sobre el terreno
hasta 40 pulgadas de lluvia. Los ríos Grande de Loíza, Grande de Manatí, Grande
de Arecibo, Grande de Añasco, Culebrinas, La Plata, entre Comerío y Bayamón;
Cibuco en Corozal; Espíritu Santo en Río Grande; el Guayama, el Piedras y el
Puerto Nuevo se desbordan causando inundaciones que no se veían desde que la
tormenta Eloísa causó estragos en 1975.
La angustia, la devastación y el terror se apoderaron de los puertorriqueños.
Los impetuosos vientos y sus ráfagas de hasta 200 millas por hora se tragaron
árboles, doblaron semáforos, fracturaron torres de luz, extirparon techos,
destruyeron todo lo que encontraron a su paso.
María fue una máquina de romper vidrio. Sacudió a las palmas como si fueran de
vidrio soplado. Miles se quebraron. Levantó un mar furioso con olas de hasta 25
pies de alto. Se comió las playas y lanzó toneladas de arena sobre las calles más
turísticas de la isla.
Lluvias torrenciales, ríos y embalses desbordados, marejadas ciclónicas, oleaje
desatado, hogares destruidos, árboles por los aires, ventanas estallando, el
colapso absoluto del sistema eléctrico y problemas generalizados de
telecomunicaciones.
Las carreteras bloqueadas o destruidas y la falta de comunicaciones entre las
regiones del país desesperaron a muchos. No había información sobre los seres
queridos. El dolor por no saber; el dolor al contemplar la destrucción, la impotencia
de no saber qué hacer…
Los hijos de la Patria extendida, la mal llamada diáspora, fueron los primeros en
conocer la magnitud de la devastación. Los medios noticiosos estadounidenses y
el Internet transmitieron lo que a los residentes de la Isla le tomaría semanas
conocer.
Los primeros en llegar con agua, alimentos y ropa fueron esos hijos de la Patria
forzados a emigrar. Actuaron con mayor rapidez que los gobiernos federal y
estatal. Es más, el gobierno estatal dejó acéfalo al país. La reconstrucción
comenzó a modo propio, vecinos ayudando a vecinos.
Los puertorriqueños tuvimos que acoplarnos a nuevas realidades. La carencia de
lo más simple y las largas filas para obtener gasolina, hielo, agua, alimentos…
fueron la orden del día. En ese día a día el pueblo regresó a sus raíces. Las
familias se unieron para lavar ropa en los ríos, conversar en los balcones; los
vecinos se conocieron.
No podemos olvidar a la clase magisterial que tuvo que luchar contra el
Departamento de Educación y el Gobierno para que se reabrieran las escuelas.
Los maestros se organizaron para limpiar y arreglar las escuelas. A pesar de la
rápida acción de los educadores, el gobierno fue lento en otorgar los permisos
para reabrir los centros docentes. Pero los maestros no solo se limitaron a las
escuelas, por iniciativa propia muchos realizaron censos para ver cómo estaban
sus estudiantes y prestarles ayudas. Pocos medios cubrieron estas historias, pero
son parte de la memoria del compromiso de maestros de corazones generosos,
nobles y valientes en tiempos de adversidad.
Hay que reconocer el ingenio de los artistas gráficos y los maestros de la plástica.
Los artistas plásticos perpetuaron lo ocurrido en lienzos, mientras que los artistas
gráficos fueron ingeniosos y diseñaron camisetas con el lema: Puerto Rico se
levanta.
María estimuló la creatividad de los escritores. Crónicas, cuentos, ensayos,
novelas, poemas han perpetuado la memoria de ese terrible 20 de septiembre y
los meses que siguieron. Tres de los primeros en capturar la memoria histórica de
lo ocurrido fueron Daniel Nina con su libro Gas en fila; Mayra Santos Febles en
Huracanada y Miguel A. Rosario con Crónicas de un barrio sin luz.
Todos recogen la destrucción y el dolor causados por el huracán María, pero este
no fue el legado principal del fenómeno atmosférico. La herencia de María fue el
resurgimiento del orgullo patrio, que condujo a todos a envolverse en la
Monoestrellada. La bandera ondeó en casas, comercios, automóviles camiones…
Todos clamamos ser boricuas.
En conmemoración del legado de María en la plástica, el gestor cultural e
historiador, David Figueroa, ha organizado María 365, una exposición de obras de
arte y noche poética en conmemoración del aniversario del huracán. La actividad
se llevará a cabo este 19 de septiembre en la Galería Urbe a pie, casco urbano de
Caguas, a las 7:00 pm.
Esta actividad servirá para recordarnos que cuando los puertorriqueños nos
unimos no hay obstáculo que no podamos vencer. Somos boricuas y seremos
boricuas in secula seculorum.
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