Paseo con Leo 15: La cuna vacía

Creativo



Son las 10:30 de la noche. Mis botas cargan mi cuerpo por la acera estrecha a la salida del hospital. Supimos que iba a ser un paseo tenebroso. Ya era de noche, y nunca paseamos de noche, el niño y yo. Salimos de la casa ligero. La cabeza le ardía. Ni el sombrerito rojo protegía su pequeña cabeza tan llena de ideas por concebir. Era aligerado nuestro paso. Llegamos al hospital. No habría pastel ni café en este paseo. El mar estaba allí pero demasiado lejos para sentirlo. Y en las noches ya no tiene color. El médico le atendió ligero. Su cuerpecito lleno de ronchas ardía por la fiebre.

Ahora las enfermeras apretaban su brazo con una manga azul, un nudo para hincharle las venas. Pero la sangre no baja lo suficiente. Otro brazo. Otro pie. Luego el otro. Mi hija y yo tratábamos de respirar, tragar hondo. Los gritos del niño, esta vez con lágrimas, eran nuevos para mis oídos. Nunca lo escuché llorar así. No puedo más. Vino una buena doctora. Voy a sacarle sangre de la artería, duele más pero es seguro y se va de un solo pinchazo, nos dijo. Otra vez la manga azul, el nudo. Me voy del cuarto. Me siento en una silla sola, inclino la cabeza. No puedo más. Lloro. Miré el piso limpio de la Sala de Emergencias del hospital. Vi rodar en pedazos mi corazón. Mi niño lloraba otra vez. Me levanto de prisa y voy hacia él. La doctora finalmente encuentra la arteria y llenan los tubos de ensayo. Todo pinta a que es dengue. Pero eso no se sabrá con certeza porque la prueba estará después de varias semanas. Lo trataremos como una infección viral según los análisis de la sangre y el número de las plaquetas. Ripostó la doctora.

Me doy cuenta que la hoja donde escribía estaba llena de números. Que los números determinaban la enfermedad de mi pequeño, del pequeño Leo que ahora chupaba del seno de su joven madre. Ambos flotaban. Habían vivido la primera prueba de amor y dolor. De sus ojos, madre e hijo, lágrimas que no pueden ser nombradas ni en este escrito ni en ninguno. Se quedaría en el hospital hasta estar 48 horas sin fiebre. El suero lo hidrata. Los próximos pinchazos serán más fáciles de tomar con su cuerpo hidratado.

Eran las 5:30 de la madrugada cuando regresé a casa. Madre lloraba de pena por el niño. Por la ausencia del niño en la casa. Madre en su cama, como una cuna grande, no puede salir de ella, sus piernas torcidas, sus brazos sin fuerza, su voz no puede salir de su boca. Pero siente en dimensiones mayores. Y llora. Me quedo con ella un rato. Ya no quiero hacerme la fuerte para nadie. Y vuelvo a llorar porque la vida es tan frágil. Paso por su cuarto. Recojo uno a uno sus juguetes. Echo en una bolsa de tela los más queridos por él. Preparo un bulto con sus pañales y ropita de dormir, cómoda, busco las telas más suaves. No veo nada más. Todavía en ese momento no me percato

Duermo varias horas. Regreso al hospital, el recorrido sola y de prisa. Es media mañana. La fiebre solo cede con supositorios. Nada de esto le duele. Tiene buen humor y sonríe a menudo. Me quedo con él. Veo los números de la doctora cuando regresa a mirarlo. Lo cuida. Todavía no es tiempo para salir. Debe estar recluido algunos días más. Echo sus juguetes en la cuna del hospital. Él se ríe a carcajadas cuando los ve. Los mira como si se reencontrara con antiguos amigos.

Es demasiado el peso de este año, pienso. En este mismo hospital en enero traje a Madre. Le dieron de 24 a 48 horas de vida. Todos mis hermanos llegaron. Mi padre viajó de Texas para despedirse de la mujer con quien vivió gran parte de su vida. Pero Madre no murió. Unos meses después mi hijo de 28 años infartó sin todavía tener muy claro la causa de este evento. Semanas después desaparecería por varios días un camarada de la vida. Lo encontramos desorientado. Poco a poco vuelve a nosotros desde su mente empobrecida. Y ahora el niño. No sé cuántas noches tendremos su cuna vacía.

Salgo del hospital a las 10:30 de la noche. Está oscuro en la acera al costado por la puerta de salida de la Sala de Emergencia. Siento mi cuerpo pesado. Las botas que uso parecen saber el camino, la ruta que hemos tomado el niño y yo tantas tardes para pasear. Ha sido demasiado duro el conglomerado de vivencias que estos meses me han traído. Tendré que buscar una guía espiritual. Porque alrededor de las circunstancias de estos meses, se despiertan broncas familiares que parecen ser necesarias. Voy al poema de Gioconda Belli, Consejos para una mujer fuerte. Lo uso como si fuera un salmo. Busco guianzas en la palabra, en la elevada palabra de la poesía.

Si eres una mujer fuerte
protégete con palabras y árboles
e invoca la memoria de mujeres antiguas.

Haz de saber que eres un campo magnético
hacia el que viajarán aullando los clavos herrumbrados
y el óxido mortal de todos los naufragios.

Ampara, pero ampárate primero
Guarda las distancias.
Constrúyete. Cuídate.
Atesora tu poder
Defiéndelo
Hazlo por ti
Te lo pido en nombre de todas nosotras.

(fragmento)

Lo imprimo para llevarlo en mi bolso de mano y releerlo varias veces. Necesito defenderme del aire, alivianar mis pies, lavarme las manos para cambiarle las rayas, que llegue un sol sereno este verano a mi casa. Un arlequín entra en mi sala. Lleva un collar de cucharas que hacen música cuando camina. Las palabras se definen por lo que no son, son como nubes dispersas, apunta. Abre un bolso gris. Saca su universo. La vida está llena de cosas rotas, murmura. You got to burn to shine, dice, You got to carve yourself.

La literatura no sirve si no está viva.

Hay que coger caminos diferentes. Estamos amarrados. Hay que quitarse la cara.

Y ahora es que hago ese gesto. Con mis dos manos abiertas, las pongo sobre mi cara. Cierro mis ojos y los aprieto. Aprieto mis manos a mi cara, me sostengo así un minuto, luego suelto la cara que se me ha borrado. Ya no voy a dejar de llorar cuando me duela algo, no tengo que aparentar a nadie que soy un espantapájaros de guata que no siente. Hay que ser libre. Desamarrar el rostro, los brazos, el ombligo, las caderas, las piernas que pesan.

El niño hace un gesto persistente. Levanta la mano izquierda con el puño cerrado. Lo juro. Hoy lo hizo y tuve testigos. Desde el hospital, en su cuna, parado, levantó el brazo. Ahí lo tienen, no invento nada. Esta enfermedad la vamos a vencer. Revolución. Libertad. Me lo imagino con la boina negra. Primera guerra que su cuerpo tiene que vencer. You got to burn to shine…