¿Por qué ahora el nombre Chemo Soto?

Política

El día está de lo más agradable. El cielo azul, claro, con solo alguna que otra nube radiantemente blanca. La brisa me mantiene refrescado y alerta. ¡Qué hermoso vivir en el trópico, el Caribe, y específicamente, en Puerto Rico! Pero, de repente ese nombre: Chemo Soto. ¿Y por qué ahora ese nombre, Chemo Soto?

Tomo asiento en un quiosquito a sentir la brisa. El mar, tan azul como el cielo. ¡La brisa, ah, la brisa! Disfruto de una cerveza nativa. Esta baja fría y suave. Me entretengo en una conversación con los demás clientes. Uno se lamenta de la economía, el otro de la política. De repente, otro da gracias a Dios que no estamos en una “republiqueta bananera”, donde hay un déficit de democracia. Entonces, la brisa susurra en mi oído “Chemo Soto”. Con la palabra democracia vienen las nubes, viene la lluvia. Tenemos que buscar guarida.

Ahora está claro como el canto de un gallo al amanecer. Chemo Soto. El nombre va de la mano con la frase “déficit de democracia”.

Y es que este señor Soto, quien lleva 21 años como alcalde del pequeño pueblo de Canóvanas, ha dicho que se va. Anunció reciente, pero repetidamente, que renuncia a su puesto el 30 del mes entrante. Hasta amenazó con postularse para el Senado de Puerto Rico. El Comité Municipal de su partido escogerá su sucesor(a). Hay un detalle: dos de sus hijos van a competir por su silla. Su hijo José Ramón, lleva 20 años en un trabajito en la Autoridad de Energía Eléctrica, la otra, Lornna (sí, es así, con dos enes), estuvo un término en el Senado, y los votantes la echaron a la calle al cabo de cuatro años. Magnífico trabajo Lornna. Ahora, te podría tocar suceder a tu papi en la alcaldía. ¿Quién fue el imprudente que dijo que tu carrera política se había acabado?

Después de todo, bendito, si hijos han sucedido a sus padres en tres de las ciudades más grandes de Puerto Rico. Las cosas no le han ido tan mal después de todo. Lo que pasa es que en esta Isla los escaños “pertenecen al partido”. Lo dijo un tribunal hace tiempo. Esto parece que nos place sobremanera. Échense al lado votantes que la maquinaria de papi va a arrollar a cualquier desafortunado que se meta en el medio. Estamos en el Caribe, y lo que queremos es disfrutar la brisa y darnos la fría. Decidir y pensar sobre nuestro futuro son tareas tamañas. Trato de hacer eso, pero la brisa vuelve a susurrar en mi oído ese nombre, Chemo Soto. Con el cese de la lluvia, volvemos todos los comensales a los taburetes del quiosco. Intento enunciar la palabra “democracia” y no me sale de los labios. “Bueno, si ellos quieren correr, nadie se lo puede impedir. Esa es la democracia”, vocifera el mismo imprudente que antes habló de “republiquetas bananeras”.

Las cabezas de los demás comensales se menean arriba y abajo como aquellos perros de peluche que los choferes de carro público de antaño colocaban en la parte posterior de sus vehículos. No importaba el suceso en la carretera ni el improperio dentro del carro, la cabeza del perro de peluche subía y bajaba en aparente gesto de agrado. Decido allanarme y sugerir un brindis.

“Por la patria”, y entonces no puedo evitar con voz estentoria anunciar, “¡Y que viva Chemo Soto!”