Lecturas de verano

Creativo


Si bien es cierto que cada verano volvemos sobre la lista de lecturas que nos quedan por leer, no debemos pasar por alto revistas como Curve: The Best Selling Lesbian Magazine con sus spoilers de la famosa serie de Netflix, Orange Is A New Black.  O la revista Billboard, con la reseña del último disco de Mariah Carey, Me. I Am Mariah… The Elusive Chanteuse, su décimocuarto álbum.

Pero si estas no son lecturas de su agrado, podemos considerar la reedición de novelas de Philip Roth, como When She Was Good o la novela que inspiró, tanto la serie gringa como la británica, House of Cards de Michael Dobbs, o alguna de las trece novelas de Charlaine Harris sobre la mesera Sookie Stackhouse, ese personaje con cara de palo de la popular serie True Blood, quien es mitad hada, mitad humana, y tiene líos con la comunidad sobrenatural de vampiros, shifters, brujas, hombres lobos y hombres tigres.  También está la novelista cubana Teresa Dovelpage con La Regenta en La Habana, una novela que reescribe desde el Caribe la heroína decimonónica de Leopoldo Alas Clarín con todo el choteo caribeño de las calles habaneras y su universidad.

Pero quisiera recomendar en estas “Lecturas de verano”, lecturas tal vez más serias que todo lo hasta ahora mencionado como una lista de supermercado.  Me refiero, por ejemplo, a la edición crítica de uno de nuestros clásicos, La carreta de René Marqués, hecha por Marithelma Costa para la Editorial Plaza Mayor que completa otras ediciones críticas preparadas antes por esta profesora puertorriqueña de Hunter College y el Graduate Center de la City University of New York.  Estas son La llamarada y La resaca de don Enrique Laguerre.  En la edición anotada de La carreta, Costa nos prepara para releer la obra de teatro de Marqués que cambió la historia del teatro puertorriqueño siendo una de las primeras obras que trascendió al mundo hispano o latino de Nueva York.  En una excelente introducción, con una completa biografía del autor (pese a obviar la dimensión queer de Marqués porque no es pertinente para La carreta), una explicación de la gestación de la obra y un contexto histórico, que va de la caña de azúcar al movimiento nacionalista boricua y a la Operación Manos a la Obra (1930-1950), Marithelma Costa toma el toro por los cuernos y nos presenta una historia de las publicaciones y representaciones de La carreta analizando la recepción de la obra en las dos orillas, desde San Juan hasta Nueva York.  Nos explica las decisiones tomadas sobre cómo editar el lenguaje de Marqués y finiquita todo con una decisiva cronología de 1919, año del nacimiento del autor, hasta 1979, año de su fallecimiento.  En esta cronología se cubren los acontecimientos históricos que marcan su vida, así como lo que acontecía en el arte, la ciencia, y la literatura de ese tiempo.  Después de presentarnos el texto íntegro de La carreta con un aparataje de notas sólido en sus tres estampas, “El campo”, “El arrabal” y “La metrópolis”, se pasa a una sección de “Comentario y crítica”, en la cual Costa resume el contenido de la obra y analiza cuáles son los ejes de este drama que ha marcado un hito en el teatro puertorriqueño.  Las fotos de archivo que acompañan la edición son una documentación incalculable tanto para actores como para lectores.  Mirar esas imágenes en blanco y negro de los carteles con los rostros de Raúl Juliá, Lucy Boscana y Miriam Colón, las escenas, la promoción hecha por la primera producción en las calles mismas de La Perla, donde se desarrolla el primer acto de la obra, es echar una mirada nostálgica al tiempo en que el teatro en la Isla representaba también un hacer patria desde los escenarios directos en los que el público podía ver su tragedia en las tablas.  La reseña del éxito de La carreta en Nueva York es también uno de los aciertos de esta edición anotada de Marithelma Costa.  Para este verano no vendría mal releerse este clásico y volver sobre la construcción de género de los años 50, cuando se estableció el Estado Libre Asociado de Puerto Rico.  Las 384 páginas de este volumen se leen como un suspiro.

El libro de la letra A/ The Book of the Letter A de Ángel Lozada, autor de La patografía y No quiero quedarme sola y vacía, es un poemario místico en prosa que reflexiona sobre las deidades africanas renacidas en nuestro Caribe con las prácticas religiosas de la santería. En una edición bilingüe de bolsillo, de unas seis y media por cuatro y media pulgadas, está contenido un canto yoruba certero y preclaro que hace de Lozada un poeta consumado.  Hay una progresión del hablante lírico desde “Moyubación” hasta “Despedida” en una reflexión de una diáspora que se vive en el espíritu.  Es este un poemario en prosa iluminado donde se hace un viaje a la semilla desde la A hasta la Z: “¿Qué le pasó a aquel gran río que fue su hogar, donde los hombres más fuertes la invocaban con sus remos-rezos mientras ella navegaba al altar de sus ilusiones?”, en referencia a la deidad africana Centella Ndoki, aparecida en batalla en el Congo. Hay un lenguaje enigmático que requiere varias lecturas y un buen estudio de las constantes esotéricas a las que señala este libro.  El hablante protagonista se apropia de los mitos africanos para hacerse protagonista: “En el río del Bronx me desnudaron.  Hombres vestidos de blanco me bañaron…  ¿Dónde está el cadáver que sacaron del agua los guerreros de Oshún?”.  En la “Despedida” están muchas de las claves necesarias para descifrar el libro: “pero alzándome, en la más oscura tranquilidad, hacia las estrellas, evocando la diosa Oyá y susurrando el libro de la A”, para un volver a empezar.  Este  cuaderno de unas 77 páginas hay que leerlo como en un trance.

Otros tres poemarios, para seguir con la tónica de la poesía, pueden cerrar estas reflexiones breves de “Lecturas de verano”.  Me refiero a Los poetas nunca pecan demasiado del cubano americano Manuel A. López, Hemisferio de la sombra de Ángel Antonio Ruiz Laboy (Premio Poesía del Instituto de Cultura Puertorriqueña 2014) y la restauración de un clásico, El arte de morir y la pequeña muerte de Nemir Matos Cintrón.

Esos poetas que nunca pecan demasiado de López es un poemario que se lee intenso y preciso en la historia de amor que nos cuenta, en la convivencia con una gata “que sabe manejarlos” con su amante en la cotidianidad de la pareja gay que ha encontrado el reposo en la monogamia: “En esta casa donde vivimos dos hombres y una gata/ celebramos a diario que todavía queremos compartirla”.  Sin embargo, el amor sigue siendo esa batalla para el poeta que nos cuenta cómo el tiempo y la nostalgia lo llevan desde el sexilio en USA hasta la trampa de volver a pensar en Cuba, siempre Cuba como una elipsis, y cómo esos dos mundos interiores y exteriores hacen del hablante lírico toda una coraza.  Como en el poema “Un once de un mes como éste: “Finalmente tuve la valentía de sentarme frente a ti/ busqué en mi memoria tus poetas preferidos/ encendí una simple vela/ volqué cada uno de mis pecados/ en un papel que estaba demasiado limpio/ y lentamente fui cubriéndolo de manchas”.  El acto de escribir se da como una catarsis para ese pecado que no es demasiado para el poeta.

El hemisferio de la sombra, de un poeta como Ángel Antonio, se aferra contra viento y marea al lirismo más intenso de la poesía boricua, con referentes tan voraces como Julia de Burgos o Luis Palés Matos, de quienes Ángel Antonio es heredero directo.  Por su verso no han pasado ni pasarán el coloquialismo de los poetas de los 70 y de los 80, aunque haya ecos de Manuel Ramos Otero, Arturo Rimbaud, Constantino Cavafis e Isaac ibn Mar Saúl (aunque en el poemario se escribe Yishaq Ben Mar-Saul).  Poetas queer todos que no abandonan el lirismo de Ángel Antonio, incluso Mar Saúl, poeta hebreo español del siglo XI que le sirve al hablante lírico de Hemisferio de la sombra para enmarcar uno de sus mejores poemas, “Calamar”: “estupro caracoles con tu semen y devuelvo al mar la sal/ que anidó vuelta eco en los resquicios de tu carne/ que devino ovulada en el recuerdo de tu oído/ que se vuelve cardumen secuestrado/ y ola filosa tajeante en la memoria”.  Pese al lenguaje cargado de erotismo, no se abandona la textura de un verso pulido por la tensión lírica de un Río Grande de Loíza, de Julia, que se alarga en su espíritu. O la presencia de una amada inmortal como Fili-Melé, aquí homerotizada. O tal vez el tono maldito de Rimbaud y la sencillez del verso cavafiano que con la más sincera pasión nos cuenta ese ‘estuprar’ o tener coito con persona mayor de 12 o menor de 18, es decir, un efebo. Los siguientes versos de Mar Saúl evidencian las fuentes clásicomedievales de Ángel Antonio: “Como José en su forma/ como Adoniah el cabello/ de ojos bellos como David/ me ha matado como Uriah./ Él ha incendiado mis pasiones/ y consumido mi corazón con fuego”. Hemisferio de la sombra es un poemario que como Los poetas nunca pecan demasiado de Manuel A. López hay que degustar lentamente como un buen vino branco portugués bien frío.

Finalmente, cierro estas recomendaciones de “Lecturas de verano” con ese arte de morir y esa pequeña muerte de nuestra Nemir, que me tocara reseñar en otro lado y con otra edición, pero aquí nos ocupa la de la Editorial Atabex que es una verdadera obra de arte.  Se trata del libro no sólo como objeto sino también como una instalación o cartel a través de las imágenes y el diseño de Yolanda V. Fundora. Aquí volvemos sobre los poemas de Nemir recontextualizados entre fotos, dibujos y collages de colores rojos intensos, entre el sepia y el azul turquesa, resaltando el verbo en la imagen, y la imagen en el verbo, como un portafolio de arte y poesía. Citemos un poema paradigmático, “La venida”: “Oigo crujientes mástiles legendarios/ estallar en agujas lanzadas hacia el cielo al venirte/ en mi boca./ Razgan filosas mi paladar/ hasta sangrar el fondo de mi antiguo espejismo/ poblado de monstruos marinos y plantas/ carnívoras”.  Si Piper, el personaje de Orange Is A New Black le escribiera un poema a Alex, su amante lesbiana que la engañó y la dejó en la cárcel, sería algo por este estilo.  Aunque el poema de Nemir es universal y sostiene lecturas más allá de la lésbica, por la ausencia de una marca  lingüística femenina precisa que así lo especifique, que se trate de un poema sólo de mujer a mujer. Lo mejor de este cuaderno son los poemas homenajes a Manuel Ramos Otero, Luis Cartañá, el legendario Kruger, el actor Pedro Norat, y la autorreflexión “A Nemir Matos, escritora”.  Poemario y obra de arte, el verso surge como una reacción a la instalación “El arte de morir” de Yolanda V. Fundora, de la cual hay una foto en la página 13 (contando de la página titular en adelante porque el libro no tiene números de página en una abierta actitud vanguardista de ruptura con las convenciones). Léase y disfrútese este poemario como portafolio de arte y poesía, así como se recorre un museo y se degusta cuadro a cuadro, pieza a pieza, el mensaje tácito que recorre todo El arte de morir y la pequeña muerte.

Estas “Lecturas de verano” nos pueden servir para cargar baterías y hacer la pausa necesaria que meses como el de julio nos piden, en medio del fragor incesante de nuestro trabajo cotidiano del resto del año.

Daniel Torres

Ohio University