Reflexiones en torno a un 25 de julio

Política

Frente a otro 25 de julio el observador se encuentra ante numerosas emociones encontradas. Se trata de un curioso palimpsesto temporal en el cual converge una diversidad de universos. Cuando se siente en su silla de descanso a tomar el sol, quizá esté lloviznando pero eso importará poco, y tome el primer trago del día feriado, el observador hipotético tendrá un menú de recuerdos para escoger. La primera opción le dirá que se encuentra ante el fósil de una invasión ocurrida en medio de una guerra, la de 1898.

La segunda le hablará de una “reivindicación moral” de aquella agresión: la constitución colonial de 1952 aprobada en el marco de la era de la guerra fría. Cuando tome otro trago, es probable que recuerde el asesinato de dos chicos en una vieja torre ubicada en el Cerro Maravilla en 1978. La imagen se proyectará con la consistencia de un viejo filme que el observador recuerda haber visto con asombro en la adultez temprana.

Este ciudadano postmoderno no recordará que, según una versión de Stefano Infessura, un 25 de julio de 1492 el Papa Inocencio VIII se hizo una vulgar transfusión de sangre, tal vez la primera registrada, por recomendación de un médico judío y murió en el proceso. Los hechos han sido borrados por muchos cronistas por lo morboso del acto: el jerarca del año del viaje a las Indias bebió la sangre de 3 niños de 10 años quienes también murieron en el proceso. En hechos más felices al final del menú, un 25 de julio de 1943 fue derrocado Benito Mussolini. En 1945 moriría masacrado por una multitud enardecida. Tampoco tendrá la más mínima idea de que otro 25 de julio, el de 1921, los restos del Mío Cid fueron depositados en la Catedral de Burgos.

Ni el observador hipotético ni yo, podríamos determinar cuál de aquellos eventos resulta más patético. Se trata de un problema sin solución: lo que amerita un día feriado es otro trago. Todos aquellos fueron actos de poder que conmovieron a quien los vivió y conmueven a quien los recuerda. Pero lo cierto es que al cabo de los años no son sino una caricatura de un pasado que no se conoce bien y, además, es preferible emborronar. El presente no necesita de esas cargas incomprensibles y complejas. Ese pasado es un atentado contra la vida loca que el observador aspira vivir. La somnolencia del observador hipotético se convertirá en sueño y dormirá.

El 25 de julio y el “estatus” hoy

El PPD es un partido de centro caracterizado por la moderación, sin duda. En una convención durante el fin de semana del 18 al 20 de julio, los sectores “más moderados” de esa organización impusieron sus posturas a los sectores “menos moderados”. En el PPD ser “menos moderado” equivale a ser soberanista o autonomista. Para imponerse los “menos moderados” recurrieron al poder del exgobernador Rafael Hernández Colón y a la vacuidad del actual gobernador Alejandro García Padilla. Se trata de un duplo invencible. En términos comprensibles para el común de la gente, durante la convención se renunció a realizar una Asamblea Constitucional de Estatus, y se favoreció una consulta o plebiscito sobre el asunto. Se evadió un compromiso programático del PPD que implicaba un proceso confuso, a cambio de ejecutar el acto inútil de una encuesta de preferencias que se pagará con fondos públicos y que no conducirá a ninguna parte.

La lucha ideológica que ese evento inauguró no tiene precio. La oposición está en situación de pescar en río revuelto. Algunos populares estadoístas podrán emigrar al PNP, mientras que otros que no lo son tendrán abiertas las puertas del MUS (las del PIP seguirán cerradas para ellos con triple cerrojo). El PPD sobrevivirá con sin ellos y el virus del inmovilismo no dejará de dominarlo como lo ha hecho desde 1959 a esta parte.

Las ideologías dentro del PPD parecen reducirse a una cuestión de semántica. Entre los “menos moderados”, algunos piensan que ser soberanista resulta más amenazante para el puertorriqueño común que ser autonomista. Uno de los problemas más visibles de este procedimiento es la dificultad que manifiestan los populares para explicar que significa una cosa. El desconocimiento del pasado de esos conceptos es notorio. Si bien a fines del siglo 20 y principio del 21, los adversarios estadoístas del PPD han sido muy convincentes al asociar el soberanismo al independentismo; durante el siglo 19 los conservadores pro-españoles habían logrado lo mismo con respecto al autonomismo. Lo único claro es que, a fines del siglo 19, los autonomistas hicieron un esfuerzo extraordinario por demostrar que no aspiraban a la independencia. Los soberanistas de fines del siglo 20 y principios del 21 también lo han hecho en el presente.

Me parece innegable que ese sector no es independentista en el sentido en que ese concepto se apropia en el país. Eso no significa que el independentismo no deba considerar alianzas tácticas con los soberanistas/autonomistas. Lo que sí me parece innegable es que una alianza estratégica entre esos sectores es improbable porque las aspiraciones estratégicas de los soberanistas/autonomistas y los independentistas difieren. La fórmula a la que aspiran los soberanistas/independentistas no es la independencia. Afirmarlo, como lo hace el PNP, no es sino un acto demagógico y de manipulación de la fobia muñocista por excelencia.

El debate del estatus en Puerto Rico se apoya sobre presunciones cuestionables. La más grave es la afirmación de que la opción que hay que definir es la del PPD porque las demás están claras. Eso es casi como decir que el asunto del estatus depende de que esa organización precise sus aspiraciones. Como se sabe que eso equivale a pedirle chinas al quenepo, lo único que se consigue con esa lógica es posponer el problema, desplazándolo a las manos de quien no lo puede resolver porque no está dispuesto a hacerlo.

Nadie se pregunta con seriedad cuáles serán los parámetros de la definición de estadidad o independencia en una consulta y ello a pesar de que el PNP y el PIP han sido vocales en extremo en el proceso de pedir el cambio ya sea en el seno del Congreso o de numerosas organizaciones internacionales. Siempre habrá gente dispuesta a escuchar esas peticiones y contener los bostezos en algún lugar del mundo. La falta de transparencia del proyecto estadoísta e independentista no se resuelve con decir que un Estado y una República son cosas conocidas en el derecho internacional. La concepción de la independencia como un reflejo del derecho natural a la libertad, o de la estadidad como la expresión del derecho natural a la igualdad son discursos vacíos. Aquí se trata de Puerto Rico y el ELA, un sistema de relaciones de la guerra fría. Se trata de obtener un boleto de tránsito hacia alguna parte, la que sea. La nebulosidad de ambos proyectos es tan notable como la que emana del debate entre los estadolibristas, soberanistas y autonomistas dentro del PPD.

La otra presunción errática es aquella que afirma que no hay más opciones que aquellas tres que se espera que el Congreso valide. Me parece que ciertos comportamientos político-culturales de los últimos años niegan ese aserto. Sin que esto se interprete como una valoración de las mismas, la aparición de propuestas como aquella que aspira la reintegración de Puerto Rico al Reino de España, la Estadidad Radical misma o el reavivamiento indigenista-tainista, entre otros, demuestran que el asunto del futuro de Puerto Rico como ELA posee unas peculiaridades inexcusables que rayan en la vesania. El análisis del problema del estatus tal y como se ha planteado, no refleja la diversidad ideológica de las opciones. Una praxis del embudo con profundas raíces en el siglo 19 y que se confirmó desde 1898 se ha convertido en peor impedimento para una discusión abierta del problema de Puerto Rico.

La otra presunción errática es aquella que deduce que el dilema principal del país es el del estatus. Ningún sector ideológico validado ha dicho que su fórmula sea una panacea, pero el manejo público del discurso de los estadoístas y los independentistas alimentan esa esperanza inútil. Como historiador me veo tentado a afirmar que las críticas condiciones socio-económicas y administrativas del ELA no son el mejor escenario para un cambio de estatus. Para la estadidad y la independencia, las posibilidades se reducen dramáticamente. El Congreso de Estados Unidos no crea estados por piedad o humanismo, ni manufactura repúblicas a un alto costo por el amor a la libertad como derecho natural.

Todo ello favorece el inmovilismo del PPD o, por si las dudas, el cuidado y la lentitud con la cual esa organización quiere enfrentar el tema estatutario. Para los populares “más moderados” que impusieron sus posturas en la convención pasada, el cambio es mejor mientras menos visible o radical sea el mismo y mientras más garantías se tengan de que el nuevo producto no se parezca ni a un estado ni a una república independiente. Esto equivale a decir que hay que cambiar el ELA sin que deje ser un ELA o bien que hay que cambiar cambiando lo menos posible.

El desmesurado respeto a un sistema creado a la orden de Estados Unidos durante la guerra fría resulta comprensible. Varios mitos se han impuesto desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) a esta parte. El primero, el que alega que Puerto Rico se “modernizó” desde aquel entonces y que el ELA (1952) fue una condición sine qua non para ello. La idea de que esa situación puso al pueblo en deuda perpetua e impagable con el PPD, fundado en 1938, va de la mano de ese argumento. Hay que recordar que lo que se celebra, Operación Manos a la Obra (OMO), antecedió al cambio estatutario. El ELA respondió a problemas distintos a los de OMO y ni el ELA ni OMO evitaron que Puerto Rico siguiera siendo un enclave colonial y de mercado controlado por los intereses estadounidenses. Crecimiento y dependencia no significan desarrollo y a lo que conducen, si tiene todavía algún valor el concepto, es una “modernización” anómala. Lo que se puede celebrar del Puerto Rico inventado por el PPD y el ELA, cuantía a la cual se recurre cada vez que el partido entra en crisis, es tanto como lo que puede lamentar.

Puerto Rico es hoy por hoy un país (post)moderno, colonial, pobre y dominado por una clase política altamente dependiente de Estados Unidos que, tras el azote de numerosas manifestaciones de crisis desde 1970, se encuentra ante la mayor de ellas. Los avances de la democracia electoral que tanto celebra el PPD olvidan que la misma se apoyó en la Ley de la Mordaza (1948) y la persecución de mucha gente. No solo eso: es una democracia electoral imperfecta, donde todavía se depende mucho del caciquismo y el padrinazgo para ascender socialmente, males contra los cuales los primeros populares estuvieron dispuestos a “dar la vida”. Visto desde esa perspectiva un 25 de julio no es día sino para la reflexión.

El ilusionismo romántico de los populares “más moderados” con ese pasado, es lo que convertido al discurso de los “menos moderados” en un acto detestable: ser soberanista/autonomista los ha colocado en la frontera de la “traición”. El PPD debe recordar que nació de otra acusación de “traición”, la de Luis Muñoz Marín a Antonio R. Barceló en la que la misma fue respondida con una expulsión que sirvió para animar el populismo radical.

La pequeña encerrona del 2014

¿Qué relación tiene la actual crisis con un probable cambio de estatus? ¿Lo favorece? ¿Lo impide o retarda? ¿Vale la pena discutir el asunto un 25 de julio más? ¿Saldrá el país del empantanamiento en un futuro cercano? Como historiador respondería: muy poca, no, sí, sí y no, en ese orden. No hay ninguna alquimia compleja en este juicio. Como ciudadano común que vive otra conmemoración soy menos cauto pero igualmente pesimista.

Puerto Rico, el Estado Libre Asociado, es un complejo cuyos BIOS (Basic Input Output System), dejaron de ser funcionales hace tiempo y las puestas al día u updates en el marco de sus límites de 1952 ya no resuelven mucho y no lo hacen operativo en la era global. En algún momento, tendrá que ser apagado y reiniciado (shut down y restart) y sería fantástico que eso lo hicieran los puertorriqueños mismos.

Estoy de acuerdo con que esa propuesta se parece mucho al reclamo de una (R/e)volución en el sentido que tenía ese concepto cuando yo la soñaba a los 18 años. Pero hoy alude con más precisión a facultades que están en manos de estadoístas, los independentistas y los mismos soberanistas/autonomistas. Esto no significa que yo crea que la clave del futuro del país está en manos del PNP o del PIP, ni siquiera en aquellos miembros del PPD que favorece sinceramente un cambio. Tampoco implica que yo crea que un cambio de estatus garantizará que se saldrá del hoyo histórico social en que se encuentra el país. Nada asegura que una solución sea más eficaz que otra: nada garantiza lo contrario.

Después de otro trago de día feriado, el observador hipotético al que aludía hace un rato sonreirá con sinceridad. Recordará que un 25 de julio cayó la dictadura de Mussolini en 1943 y que los restos del Mío Cid descansan desde 1921 en la catedral de Burgos. Se convencerá de que siempre hay algo que se pueda celebrar, siempre. Y se dará otro trago.