Raíces socio-políticas del Partido de la Liberación Dominicana

Historia

Dedicatoria:

Los ensayos políticos no se dedican porque no son versos del alma. Y de manera particular no lo son estos porque el autor no ha logrado jamás remontar las encumbradas moradas de la poesía. Pero así y todo, letra a letra, mala prosa, lo dedico con cariño y respeto a la compañera Carmen Quidiello Novia de Bosch porque desde el 29 de abril del presente año empezamos a vivir el centésimo aniversario de su nacimiento, el de la persona viva más significativa en la historia de nuestro partido.

Nelson Mandela llegó a agradecerles a todos los dioses que pudieran existir el carácter inconquistable de su alma. Juan Bosch, que junto a Mandela habría podido agradecerle con holgura igual don a todos los dioses de la Tierra, les agradecía también a ellos y a ellas su latinoamericanidad. Ni Mandela ni Bosch eran nacionalistas, porque ni los dioses ni la condición humana reconocen fronteras. Un monoteísta de Roma le reza al mismo dios que un monoteísta de Salcedo. A un humanista de Etiopía le duele el mismo niño descalzo y desnutrido que le duele a un humanista belga. Como las penas y las vaquitas de El arriero de Atahualpa Yupanqui, los creyentes y los humanistas se van por la misma senda: los dioses y los niños del mundo son de ellos; las fronteras son ajenas.

Wilberto Santiago Machago Then, también agradecido de los dioses, abandonó su natal Sabana de la Mar después de haber participado en la fundación del primer núcleo de trabajo que en el pueblo tuviera el Partido de la Liberación Dominicana en ciernes en el año ‘73. Se radicó Machago al año siguiente en NYC, donde hoy, al igual que su compañera Jo-Ann, es retirado del Departamento de Parques de la ciudad. De modo que sólo ha ejercido Machago su militancia peledeísta en dos ciudades distintas. Una grande: Sabana de la Mar; o otra chiquita: Nueva York.

En el preámbulo mismo de Composición social dominicana Juan Bosch pone de manifiesto que en nuestro país nunca se ha enseñado historia medieval, lo cual nos convierte en continuadores de ciguayos y taínos sin saber cómo eran ellos. Tampoco hemos estudiado la sociedad caribe, que es muy posible que tuviera entre nosotros alguna presencia vegetativa. Una laguna inconveniente a la hora de estudiar nuestro tejido social. Poco más adelante, al principio mismo del primer capítulo de la preindicada obra, señala el compañero Juan: “Es probable que en algunos lugares de La Española hubiera en 1492 caciques y sacerdotes que habían heredado sus funciones, lo que indicaría que los pueblos indígenas de esos lugares se hallaban relativamente cerca del punto histórico en que iba a establecerse el sistema de la propiedad privada”.

Más adelante, en el capítulo XXV de Composición social dominicana, obra que el propio autor considera en alguna medida continuidad de De Cristóbal Colón a Fidel Castro, Juan Bosch estudia la conversión de Trujillo de pequeño-burgués ajeno al nacionalismo que era cuando se enlistó en las filas de la guardia constabularia organizada por las fuerzas invasoras estadounidenses, al burgués nacionalista en propiedad que se enfrentó a la Reynolds por el mercado dominicano del cigarrillo. Cuando se vio burgués se exacerbó en Trujillo su nacionalismo frente al poder que lo había llevado al Poder. Ahora el poder que le había facilitado el Poder quería arrebatarle su mercado natural, y Trujillo sabía que la burra no se ofende porque la inviten a la boda, sino por la cantidad de leña que para celebrarla sea menester. Las otrora fuerzas invasoras ahora lo querían para que cargara la leña de celebrar la boda con el mercado del cigarrillo. Y con ese ejemplo tomado de nuestro continuo histórico Juan Bosch nos demuestra lo peligroso que podría resultar para un luchador social confundir con patriotismo el nacionalismo burgués.

Hablamos de motivaciones antagónicas porque el nacionalismo en sus más altos niveles está movido por la búsqueda insaciable de plusvalía, en tanto que el patriotismo se mueve en torno a lo que le conviene a la patria y al pueblo que le da sentido. No hubo en el siglo XIX vicisitud bastante para que Duarte confundiera lo que le convenía a su pueblo. Tampoco para que lo confundiera la pléyade de trinitarios egregios que lo acompañó. Ni para que se confundiera tiempito más tarde Gregorio Luperón. Tampoco se confundió Juan Bosch en el siglo XX. Ni ninguno de sus coetáneos ilustres que entregaron la vida al calor de sus ideas.

Y la justeza y validez de esas ideas boschistas que pudieron abrir cuatro nichos en el Panteón Nacional en el lapso de medio siglo, están sembradas en el corazón de su pueblo y constituyen las raíces más sanas del Partido de la Liberación Dominicana. Cincuenta años, que es muchísimo tiempo en la vida de un ser humano, le caben a la historia mundial en la ranura entre dos muelas molares. Pues esas ideas boschistas que han abierto cuatro nichos en el Panteón Nacional en el breve lapso histórico de cincuenta años, están sembradas de tal manera en el hontanar anímico del pueblo dominicano que cuando en su temprana adolescencia pegaba en Puerto Rico ladrillos en la construcción del edificio peledeísta, postulaba un compañero que quería ser ingeniero eléctrico para proyectar en el cielo dominicano el nombre de Juan Bosch de modo que pudiera leerse desde cualquier punto de nuestro territorio nacional.

Diez años más tarde otro compañero que jamás ha visto en persona al estudiante adolescente que en Mayagüez había de recibirse de ingeniero eléctrico, dibujó en NYC un mapa dominicano que le servía de peana a un tronco robusto con raíces en todas las provincias, municipios, distritos municipales y parajes del territorio nacional dominicano, y ese tronco cuyas raíces se transformaban efigie arriba en músculos humanos sanos y firmes, se convertían en su parte más elevada en la eximia figura de Juan Bosch.

Para la época de referencia un artista dominicano había pintado el rostro del fundador y líder histórico del PLD y le había donado el cuadro a la seccional del Partido en NYC: “Juan Bosch, La Biblia”, se titulaba su pintura. Como ha de saber todo el que se haya criado en República Dominicana, La Biblia para nuestro pueblo epitoma la palabra infalible. Y como sabe de igual manera todo el que haya observado en el curso de su vida el comportamiento humano, la condición de oráculo, la emisión de la palabra infalible, es un don que la naturaleza reserva a los hombres que nunca han tergiversado en beneficio propio la verdad.

Todo hombre que haya cumplido 50 años de edad sin haberse beneficiado jamás de manera deliberada de una mentira, tiene lo que el pueblo dominicano llama boca de chivo. La boca de chivo es pues un reconocimiento que la condición humana les hace a las mujeres y a los hombres que han alcanzado la madurez sin haber recibido jamás beneficio alguno de la mentira a sabiendas de que mentían. Con la boca de chivo conocí yo a Juan Bosch. También conocí a otro señor al que las comadres de mi pueblo con las manos en la cabeza le pedían que por favor no dijera lo que ellas no querían que sucediera: “¡Jesús: no digas eso! Porque si tú lo dices sucederá”. La boca de chivo pues la da la capacidad de sacrificio por la verdad que requiere la vida de las mujeres y de los hombres de honor. Y las cosas no suceden porque esos hombres y esas mujeres las digan, sino al revés: ellos las dicen porque van a suceder.

Y al llegar a este punto que nos obliga a exponer las excepcionales condiciones políticas y profesionales de Juan Bosch, el lector consecuente merece que recreemos de manera concisa la opinión del compañero Juan acerca de quienes vivían en Cuba de la exaltación a ultranza de la figura de José Martí: martífagos los llama Bosch en su obra Dictadura con respaldo popular. Así lo explica Bosch en el capítulo que titula Sociología de las clases en la República Dominicana. Y en ese mismo capítulo hace la interesantísima revelación de que él había acuñado el término en la Cuba prerrevolucionaria para referirse a la plaga de mediocres que pretendía ascender en lo social y en lo político aferrados al legado literario y moral de José Martí. Señala además Juan Bosch que por no ser él cubano mantuvo el término martífago en el ámbito de la plática privada, pero que dominicano él y dominicanos también los que en nuestro país se comían a Carlos Marx, se tomaba la libertad de llamarlos marxófagos de manera pública. Honremos pues el antecedente y pidámosle hoy a nuestro pueblo que desoiga a los boschófagos de nuestro medio. Que en definitiva han de ser desde el punto de vista ideológico tan dañinos como lo fueron en la Cuba prerrevolucionaria los martífagos y como lo fueron en su momento los marxófagos nuestros.

Todos los constructores del PLD con los cuales he tenido la oportunidad de intercambiar opinión al respecto coinciden en decirme que Juan Bosch tenía claro que en la lucha por intereses sectarios, que entre nosotros se conocen como grupales, estaba el veneno de nuestra sociedad, y que la fuerza política que motorizara su transformación debía cuidarse sin descanso de ese veneno. Si Juan Bosch que era el maestro y el líder tenía tan claro que el peligro de cáncer de todo proyecto sano de nación radicaba en el sectarismo, por qué tenemos nosotros sus discípulos que tenerlo oscuro para poder sobrevivir.

También es una actitud sectaria aprovechar el menor tropiezo de un compañero para tratar de hundirlo y ocupar su lugar. Con la solidez de nuestra doctrina y nuestros principios boschistas conseguiremos más reivindicaciones que con el vinagre del sectarismo. Nadie puede ser más papista que el Papa, y la inconmensurable grandeza política de Juan Bosch radica en haber vivido 62 años consecutivos, y contamos sólo desde la fundación en La Habana del Partido Revolucionario Dominicano en 1939, hasta el día de su muerte ocurrida el uno de noviembre de 2001, sin haberse ido jamás una noche a la cama sin ser parte de un proyecto patriótico. Durante más de seis decenios ininterrumpidos Juan Bosch suportó todas las imperfecciones consustanciales a los dos grandes partidos que fundara; pero jamás optó por la intemperie política como solución a los golpes recibidos: “Era de acero”, argumentan los más consecuentes.

Y en realidad lo era; y lo era a pesar de su hiperestesia por las artes bellas y de su entrañable pasión por los sonidos apacibles. Pero no militó durante 62 años consecutivos sólo por esos excelsos dones sino además aferrado a la íntima convicción que delante de mí puso de manifiesto un día al referirse a un notable intelectual nuestro: “El cree que es revolucionario; pero un revolucionario no vive solo: milita junto a otros revolucionarios”.

Es natural que al desaparecer el coloso que nos vigilaba de día y de noche del terrible mal del sectarismo, retrocediéramos; es humano que al perder al impar timonel que era Juan Bosch perdiéramos terreno del que habíamos ganado; pero eso no quiere decir que hayamos perdido la guerra contra el sectarismo que impide el desarrollo de nuestro país. Yerran sin remisión los derrotistas que postulan que nos hemos jodido para siempre, y que en adelante el que no se sectorice o agrupe no va para parte alguna dentro de nuestra organización. No es así, porque ya es tarde para arrancar a Juan Bosch de raíz del alma de nuestro pueblo. Demasiados compañeros saben que Juan Bosch lo sabía y que se ocupó de que lo supiéramos.

Y por saberlo bien recuperó el compañero Machago Then de manos de un amigo su viejo Cadillac del año ‘90 y consiguió que otro amigo vegano se lo pintara de morado. Carlos Alberto Moreno Santos puso en los colores del Partido la pasión cromática que en él avivaba su niño Miguel Ángel: “Que te quede bonito, papi”, le recordaba su hijito que lleva en su propio nombre todos los colores del espectro visible al ojo humano. Cuando Machago y Moreno sacaron por primera vez el viejo Cadillac renovado a la avenida Dyckman del Alto Manhattan, los celulares de los transeúntes dominicanos se deshicieron en fotos y videítos: retrataban y filmaban un carro morado con una estrella amarilla en el bonete y las carátulas de sendos libros de Juan Bosch en los cristales de las portezuelas.

Y con todo y todo vienen por ahí los advenedizos piadosos a decirnos que con Juan Bosch nunca habríamos llegado al Poder. Luego quieren que los perdonemos, como si a ritmo de vallenato fuéramos nosotros el Santo Cachón. Que los perdone Dios.

Menudo descubrimiento el de esos advenedizos antiboschistas que nos remiten a la imagen del joven que por desgracia perdió durante su temprana adolescencia a un padre bueno y esforzado. Ya veinteañero se recibe nuestro joven de médico y aparece la conseja de un recién llegado que le dice al oído que si él no fuera huérfano jamás habría hecho carrera universitaria; de suerte que según la ridícula opinión del atrevido advenedizo ese joven tendría de la manera más absurda que agradecerle a su orfandad lo que sobre la base echada por su padre acaba de lograr.

Si un dirigente del PLD perdiera alguna vez el seso y el tino y creyéndose la conseja de los advenedizos llegara a pensar que hemos llegado al Poder gracias a la orfandad que para nosotros ha comportado la muerte biológica de nuestro líder, ahí estarían las bases del Partido y el pueblo dominicano para enrostrarle su error. Por eso me ha dicho en fecha reciente Machago Then, que es boschista de corazón y nunca ha sido candidato a nada dentro del PLD: “Este carro es del Partido. Yo sé que vivimos una precampaña presidencial, pero este carro es del PLD. Está dedicado a la memoria de Juan Bosch. Uno de los precandidatos es mi primo hermano, pero aún así su foto sólo adornará este carro si las bases de nuestro partido lo eligen su candidato”.

—Machago, —lo prevengo—pero cuando se enteren los compañeros de este carro con los colores y símbolos del Partido, te abordarán con el tema de la precampaña.

—Yo lo sé, compañero Garrido—me responde—. El dueño del garaje en que lo guardo jura y perjura que esto es asunto de precampaña y que me han pagado para que pinte el carro de morado y amarillo. El dueño del garaje no me cree. Bueno, voy como Odiseo, yo voy como Ulises, atado al mástil de la embarcación y mis compañeros de travesía traen los oídos taponados con cera de abeja. Al pasar por la isla de las sirenas yo tendré la tentación de tirarme al mar cuando vea tantas mujeres hermosas en aguas poco profundas; pero no podré porque voy encadenado al mástil y mis compañeros de viaje no podrán oír mis súplicas porque traen los oídos taponados.

Así piensa Machago Then porque se quedó sembrada en su corazón la semilla del boschismo. La esencia de los métodos de trabajo de nuestro partido. La correcta interpretación de la formación social dominicana. El estudio sistemático y metódico del accionar político de nuestra pequeña burguesía en sus diferentes capas: “No conozco”, llegó a decir Juan Bosch, “a un solo dominicano que se proponga de manera deliberada un destino proletario para un hijo suyo”. Los compañeros que hemos vivido en países de los llamados del primer mundo, y que heredamos de Bosch el hábito de observar el tejido social que nos circunda, conocemos a muchos trabajadores que viven con decoro del mismo oficio que sus padres heredaron de sus abuelos y que ellos esperan transmitirles a sus hijos. Esa es una característica esencial que no se da en nuestro medio, en el cual un padre esforzado y digno trabaja a brazo partido desde su puesto de albañil o de ordeñador de vacas para darle carrera universitaria a cada uno de sus 9 hijos. Ese hecho que parece simple determina sin embargo en gran medida el comportamiento político de esos 9 hermanos, todos los cuales van a ocupar en las relaciones sociales de producción lugares distintos de los que ocupan sus padres y de los que ocuparon sus abuelos.

Conforme a los preceptos de la sociología boschista, al referirnos a cualquiera de los 9 hermanos del ejemplo anterior nos referimos a un bajo pequeñoburgués trasplantado de capa social; y ese trasplante social, que aparenta positivo en una sociedad sin sustancia económica tradicional, convierte al pequeñoburgués del ejemplo en un ser inestable desde el punto de vista político debido a su condición de recién llegado a una capa social en la cual carece de solera histórica.

Lo fundamental para el militante boschista no es determinar cuán bueno o cuán malo sea ese parto de nuestra formación social. Lo fundamental es interpretarlo con propiedad, y asumirlo con sentido crítico y constructivo. El ejercicio político no puede darle a un buen boschista amores ni desamores, sólo puede darle experiencia.

Conocedor Juan Bosch de otras sociedades, filósofo intuitivo de la historia que fue siempre, escritor sensible al drama de su pueblo: “Óyeme, poeta, yo también escribo”, militante consagrado a lo largo de toda su adultez, se hizo notable por su reticencia a calcar en nuestro país esquemas políticos propios de países donde la burguesía había hecho su acumulación originaria de capitales en el patio del feudalismo y en las barracas de las sociedades esclavistas que producían para un mercado exportador, hechos estos últimos que nunca se produjeron en nuestro país.

En el subconsciente de muchos compañeros germina hoy la semilla plantada en el seno de nuestro pueblo por el maestro incomparable a quien los teóricos del abracadabra identifican cuando a ellos les sale de donde no les da el sol como a uno de los tres grandes caudillos dominicanos de la segunda mitad del pasado siglo XX.

Se escribe fácil, pero váyase usted a repetir la hazaña política de Juan Bosch, que nunca quiso abordar un carro pescuezo largo para enseñarnos con el ejemplo la mesura. No lo abordó siquiera cuando se lo regaló la propia seccional del PLD en NYC. El Comité Político tuvo que deshacerse de ese carro debido a su tamaño y a su valor en el mercado automovilístico, y comprar en su lugar un carro compacto que se aviniera a los parámetros de austeridad exhibidos por nuestro maestro y líder a lo largo de toda su vida. Aquí hablamos de un pescuezo largo que es a la vez una reliquia debido a que tiene 25 años. Vale muy poco según el libro azul del mercado automovilístico estadounidense. Es el carro que Juan Bosch nunca deseó cuando era nuevo, pero que ahora convertido en reliquia automotriz sirve para llamar la atención acerca de sus ideas: “Este carro es de Juan Bosch. Este carro es del PLD”.

Justo este invierno Matías Bosch vino a la librería Word Up del Alta Manhattan a presentar el libro del autor cubano con apellidos barahoneros Eliades Acosta Matos 1963: Revolución inconclusa. Lo supe con tan pocas horas de antelación que cuando Matías me vio no pudo contener su asombro: “Coño, tú eres un agente secreto”, dijo. Valiéndome del celular desde la autopista nevada conseguí que allí estuviéramos, además de mí, otros seis agentes secretos del boschismo. Sin Machago Then, sin su compañera Jo-Ann, sin Melvin Trinidad, sin mi primo Cipriano de León, los peledeístas presentes en Word Up habríamos sido sólo tres. Para qué más, pero sobre todo por qué menos, si allí estaba de manera legítima el sacrosanto nombre de Juan Bosch.

Poseído yo de la ambición de totalidad que embarga a todo narrador mediocre, cuento al final que Matías Bosch me había manifestado al término de la presentación del libro de Acosta Matos su intención de venirse conmigo a Alexandria, Virginia, pero un imprevisto de última hora le aguó el viaje y Matías quiso economizarme las 7 millas de pesado tránsito y el peaje del puente George Washington que separaban la casa de mis amigos Pilar y Anthony Stevens donde yo había pasado la noche, del apartamento del compañero Juan Tapia donde la había pasado él, y al alba marcó el número de mi celular: “Pero criatura de Dios, si te has acostado anoche tan tarde qué coño buscas despierto a las cinco de la mañana”, quise saber. Matías decidió entonces requintarme todas las tuercas con un solo golpe de carraca: “Le echo el último vistazo a las galeras de Vanguardia del Pueblo, porque tienen que entrar en imprenta a la hora en punto”:

–Antes que se me olvide: vete al carajo –le pedí.

Para los que no conocen desde dentro la historia del Partido de la Liberación Dominicana, cuento que con esa mención a las cinco de la mañana de las galeras del periódico semanal del PLD Vanguardia del Pueblo, Matías aludía con algo de nostalgia, con recancanilla y con los huevos recién tocados a los 62 años de trabajo político ininterrumpidos del abuelo grande que tuvo. Son las ingratitudes de la vida las que le tocan los huevos a Matías cuando revisa galeras imaginarias a las cinco de la mañana en el invierno frío de la Manhattan Alta. Le queda mucho mundo por ver. Que se apriete el cinturón y tire pa’lante, que abuelos tuvo en las personas de los compañeros Carmen y Juan. Sé, por boca del propio Matías, que al igual que a muchos de nosotros a él también le hinchan las pelotas la patraña conceptual de los teóricos del abracadabra: ¡Ah, sí! Los tres grandes caudillos. No me digan. Contado entre ellos al fundador del único partido político de la historia patria con presencia en todo el territorio nacional, así como dondequiera que haya dominicanos en el extranjero, sin necesidad de seguir a un caudillo.

Cuando atemorizado por la posibilidad de una jugarreta inoportuna de la memoria le pedí rápido a Matías que se fuera al carajo, no lo hice por ignorancia de las razones que se exponen en el párrafo precedente, sino para quedar de pie sobre la tierra de Bogota(*), Nueva Jersey, donde me encontraba; y que también de pie quedara él sobre la roca de la isla que acapara las dos enes y las dos yes que internacionalizaron a Frank Sinatra: New York, New York.

Por el camino de regreso a casa tuve ocasión de celebrar que Matías no pudiera acompañarme en aquel viaje. Cuando arreció la nevada y un letrero de neón del NJ Turnpike me advirtió del cierre del puente Delaware Memorial, desobedecí siete veces al navegador adaptado a mi carro que no estaba al tanto de lo que decía el letrero de neón y me aventuré por el expreso de Pensilvania. Justo frente a la estación de bomberos de Bensalem, PA, las bajas temperatura y las 16 pulgadas de nieve dieron al traste con los sensores de mi carro que al igual que el de Machago es del año ’90. Un bombero enorme de siete pie y un palmo de estatura me empujó cuestita abajo para que pudiera aparcarme sin atascar el tránsito a un costado de la Estación.

Otra evidencia incontrastable de que cualquier hombre es dichoso si la suerte lo desea, pues ya había recorrido yo ciento y pico de millas a campo traviesa bajo la nevada inclemente, y tuve dentro de la adversidad la suerte de que se malograran los sensores de mi carro justo frente a la estación de bomberos de Bensalem. Al lado izquierdo y a escasos metros me quedaba una gasolinera con tienda anexa. El lugar tibio en medio de la nieve que necesitaba un caribe para beber café, usar el baño y hacer llamadas de emergencia al amparo de la buena calefacción. Abrí con el vocativo mágico que me enseñó el compañero Mariano Reyna todos los cerrojos de un chofer hondureño que se detuvo en el lugar a repostar gasolina y a tomar café:

– ¿Raza, usted conoce este pueblo? —le pregunté.

A partir de entonces tuve orientación y ayuda gratis para encontrar hotel e intentar soluciones de emergencia. Después que me lo enseñara Mariano, nunca he dado en EE UU con un trabajador hispano que no sea sensible al vocativo raza. Con la sola alusión al término te identifican en el acto como a uno de su propia carne.

El testimonio final lo dejo en boca del compañero Víctor Tirado que a las seis de la mañana siguiente apareció con la lengua afuera sobre la nieve blanca que cubría el estacionamiento del hotel en que tuve que pasar la noche. Mariano Reyna no llegó antes desde Pleasantville, NJ, en la vieja furgoneta de su hermana Ana Antonia porque alcancé a detenerlo a tiempo: “No te atrevas, que ya Víctor está de camino, y tú bien sabes que se ofende si alguien llega primero que él al lugar donde lo necesiten”. También desde New Castle, Delaware, la compañera Balbina Ventura había contactado ya al compañero Fernando Uribe, quien apareció pronto con su vademécum metálico de mecánico itinerante y la firme voluntad de repararnos el carro. La circunstancia de que careciera Fernando en aquel estacionamiento nevado de la capacidad logística para diagnosticar el fallo de mi carro, no le resta en absoluto sino que dobla el valor de su solidaridad peledeísta en medio de la adversidad climática. La solución final fue el remolque del carro a su taller en Alexandria, Virginia.

En los momentos difíciles los agentes secretos del boschismo se programan en serie como los semáforos inteligentes de las ciudades ricas. Pero de cuando en cuando nos toca agradecerle a cierta gente aviesa la luz opaca de haber llegado al Poder sin Juan Bosch. Vaya sentido de la gratitud. Vaya el hijo que le agradezca a su condición de huérfano su carrera universitaria. Ratón que fuera uno y queso que fueran los que nos recuerdan que con Juan Bosch no habríamos llegado al Poder, cualquiera los roería. Niños de la gratitud a toda prueba: Por favor cópienme el mensajito para aprendérmelo bien y agradecérselo mejor.

Son los mismos tipos que desde fuera nos decían en diciembre del año ’73 a raíz de nuestro congreso constitutivo Juan Pablo Duarte que cabíamos en un Volkswagen. Ni eso hubiera sido un insulto, ni en realidad cabíamos. Y lo cuenta un testigo que por casualidad cupo al término del Congreso en el Volkswagen azul celeste que tenía la compañera Socorro Arias, viuda que sería más tarde del insigne compañero Manny Espinal, y la cual me hizo el favor de darme una bola desde el Fiesta de Luxe hasta el apartamento del compañero Juan Bosch en la César Nicolás Penson. Los restantes asistentes al Congreso, por fortuna vivos en buena medida, saben que no habrían cabido en un escarabajo de la marca VW ni en una o dos guaguas; pero para la época en que Juan Pablo Duarte fundó La Trinitaria en RD no había problemas de obesidad, de suerte que sin duda alguna los trinitarios habrían cabido con holgura en Volkswagen y medio. Para qué más, pero sobre todo por qué menos, si en uno y otro lugar estuvieron presentes y a la cabeza Juan Pablo Duarte y Juan Bosch.

(*) En lo que al nombre de esta pequeña ciudad de Nueva Jersey respecta, no está relacionado en modo alguno con Bogotá, la hermosa capital de Colombia, sino con los indios bogotas que aquel lugar del hoy estado de Nueva Jersey habitaron.

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