El Estatus Político y el Estatus de Puerto Rico (2da parte)

Política

En la primera serie del escrito hablé del status político mirado desde dos perspectivas.

El status político desde “la política” lo definí, utilizando al historiador chileno Gabriel Salazar, como el sujeto político-colectivo del Estado Libre Asociado (ELA) que da cuenta de sí mismo mediante el conjunto de instituciones sociales (formales e informales, internas y externas, públicas y privadas) que crea (y le crean) . El status político desde “lo político” lo definí como las relaciones de poder y poderes constituyentes simbólicos que producen (y posibilitan) a ese sujeto político del ELA.

“La política” da cuenta de las expresiones y prácticas políticas del sujeto político-colectivo mediante las instituciones sociales que ha creado (y le crean). Y “lo político” revela las condiciones simbólicas y materiales históricas que posibilitaron y posibilitan la reproducción de ese sujeto político- colectivo (y sus instituciones sociales).

Desde “la política” el sujeto político del ELA se expresa políticamente en tres narrativas políticas que él mismo llama “ideologías, aunque no lo sean, para materializar una misma meta o aspiración, a saber: alcanzar el ansiado “desarrollo” o la condición de “Primer Mundo” manteniendo su condición de “puertorriqueño”. Las expresiones de “lo mejor de los dos mundos”, “la estadidad-jíbara” o “el Singapur caribeño” conjugan el deseo primermundista y “puertorriqueñista” de la aspiración-expresión del sujeto político del ELA en sus narrativas políticas. Para estas narrativas los “mercados globales”, las “empresas multinacionales”, la “ciudadanía estadounidense”, “los mayores ingresos y consumo”, los “acuerdos económicos”, el “progreso o la globalización”, “el español” como marcador de “identidad” y “el inglés” como vehículo de “progreso” van configurando su discurso aspiracional, aunque con diferentes matices y énfasis.

También hablé del status político desde “lo político”. Puntualicé que el sujeto político del ELA (aquel de las tres narrativas) se constituye de dos poderes constituyentes o dos formas (privilegiadas) para enunciarlo o producirlo. El 1ro de estos poderes es el gobierno federal de Estados Unidos (EE.UU.) y el 2do la memoria blanca-mestiza puertorriqueña.

Respecto a la enunciación que tiene EE.UU. sobre P.R., mencioné que viene de la propia concepción que tiene de sí mismo la nación norteamericana. EE.UU. se ve a sí mismo, no solamente como “democrático”, “libre” y “próspero”, sino que tales atributos son inherentemente parte de su “ser”. P.R. es contrario a EE.UU., por tanto, significa ser “antidemocrático”, “libertino” y “pobre” precisamente porque “no-es” EE.UU. Cuando EE.UU. habla sobre P.R. no está hablando propiamente de nosotros, sino lo que EE.UU. “es” que “no-es” P.R. Por consiguiente, EE.UU. ve a P.R. en las ausencias y las carencias de sí mismo. El sujeto político de ELA se constituye de este 1er poder viéndose, a sí mismo, en los entendidos enunciativos de EE.UU.

El 2do “poder” (o la otra enunciación) constituyente del sujeto político del ELA es la memoria blanca-mestiza puertorriqueña. Esta memoria nace de los hacendados y profesionales blancos del s. XIX y son ellos lo que inventan la tradición del “hablar” sobre “la identidad puertorriqueña” para dar cuenta de ellos mismos. Crean la metáfora del “jíbaro” para reproducir implícitamente dos relaciones de poder y una herencia. Respecto a la herencia, “el jíbaro” era un personaje nacido en el s. XIX preponderamente “blanco” cuya herencia cultural era hispánica. A través de hacer preponderar esta herencia, la memoria blanca-mestiza negaba o reducía otras herencias y, peor aún, desconocía otra memorias (afrodescendiente, mulatos, mestizos) que existía y que demarcaban el imaginario boricua desde hacía más de un siglo. Referente a las relaciones de poder, este jíbaro representaba la relación subalterna que tenía el campesino boricua con el hacendado y la relación subalterna del hacendado con la metrópolis colonial. En este sentido, la metáfora del jíbaro se configuraba creando un otro-interno (el campesino) y otro-externo (la metrópolis) para articular el derecho a la existencia de la memoria blanca-mestiza que se traducía en su derecho político a subordinar al boricua (a otras memorias), reclamándole a la metrópolis ser tan civilizado y apto como ella para emprender su propio proyecto imperial-civilizatorio.

Por tanto, la tradición del “hablar” sobre “la identidad puertorriqueña” inventada por la memoria blanca-mestiza, articulaba un espacio político para sí misma, para su derecho político a existir pero, a la misma vez, para desconocer a las demás memorias boricuas (ya sea por “inmaduras”, “incivilizadas” o porque simplemente las ignoraba). Ese derecho a la existencia (pero a la inexistencia del otro-interno) le servía para diferenciarse de la metrópolis colonial (el otro-externo) con el propósito de ocupar el rol de ese mismo poder colonial (en este caso España) para hacer lo que éste poder decía que hacía: civilizar (o modernizar) al puertorriqueño.

Antes de la ocupación estadounidense a Puerto Rico, esta memoria blanca-mestiza denunciaba a España por entorpecer su propio proyecto civilizatorio (hacer del pueblo de Puerto Rico un país con grandes excedentes económicos donde se reprodujera las formas estéticas culturales de la civilización occidental). Empero, con la ocupación estadounidense a P.R. la memoria blanca-mestiza recibiría un fuerte golpe precisamente porque EE.UU. iba a desconocer su tradición, su historia y su visión.

Para el próximo artículo hablaré de cómo Luis Muñoz Marín logró conciliar ambos enunciaciones y de cómo se expresa esa conciliación en las tres narrativas políticas actuales del sujeto político del ELA.

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