El Estatus Político y el Estatus de Puerto Rico (3ra parte)

Política

En las pasadas dos series explicaba sobre cómo atendía el asunto del estatus político tanto desde “la política” como desde “lo político”.

Desde “la política”, lo valoraba como las manifestaciones del sujeto político-colectivo del Estado Libre Asociado (ELA). Es decir, cómo el sujeto político expresa sus preferencias “políticas” mediante de las instituciones políticas y culturales que crea para ello. Un ejemplo son las supuestas ideologías políticas (autonomía, estadidad e independencias) que se traducen en imaginarios como “lo mejor mundo”, la “estadidad jíbara” y el “Singapur-caribeño”.

Desde “lo político”, lo valoraba como los poderes constituyentes que posibilitan la existencia misma de ese sujeto político-colectivo del ELA. En otras palabras, “lo político” aborda a ese sujeto, no a través de las expresiones de sus preferencias políticas, sino de las condiciones estructurales (simbólicas y materiales) que permiten la reproducción de esas preferencias.

Hablé de dos poderes constituyen, o dos matrices enunciadoras, que posibilitan la reproducción del sujeto político del ELA, a saber: 1) el gobierno federal de EE.UU. y 2) la memoria blanca-mestiza (nacida de los hacendados y profesionales “blancos” del s. XIX). EE.UU. observa a PR según como no-es referente a como “es” EE.UU. Si EE.UU. se concibe a sí mismo como un Pueblo “democrático”, “próspero” y “libre”, entonces, P.R. lo concebirá contrario a EE.UU., es decir, como Pueblo “arbitrario”, “pobre” y “libertino”. Por supuesto, los pueblos “democráticos”, “prósperos” y “libres” tienen potencia de existencia por sí mismo. Existen para sí y no depende de nadie porque no tienden al suicidio. La existencia misma del Pueblo de P.R. depende de EE.UU. porque si no deriva al suicidio. El derecho es connatural en EE.UU., la barbarie es inherente a P.R.

La memoria blanca-mestiza creará al personaje del jíbaro concibiéndolo mayormente “blanco” y cuya principal herencia cultural era la hispánica. Tal definición reducía e invisibilizaba otras memorias y lógicas que existían mucho antes del s. XIX (Ej. “mulata”, la “afrodescendiente”, “mestiza”). La memoria blanca-mestiza adoptaba el proyecto “civilizatorio” que pregonaba la metrópolis española (la modernidad o el progreso) pero la criticaba precisamente por impedirla en P.R. Al adoptar el proyecto civilizatorio de la metrópolis, la memoria blanca-mestiza iba a inventarse al jíbaro o su otro-interno (al otro puertorriqueño que no era él mismo y que eran las otras memorias y lógicas el cual era “pobre”, “subdesarrollado” e “ignorante”) para reclamar el derecho (político) de ocupar el espacio del otro-externo (la metrópolis española o la madre patria) para sobrellevar el proyecto “progresista” que ella obstaculizaba en P.R. (la creación de excedentes económicos crecientes y culturalización del país según las normas estéticas y cognitivas occidentales). Esta memoria blanca-mestiza presumirá que P.R. existirá, con potencia propia de existencia, desde el momento en que ella misma comienza hablar de otro-interno mediante el ícono del jíbaro (cuyo primer precursor fue Manuel Alonso en el segundo quinto del s. XIX).

Empero, cuando EE.UU. ocupa militarmente a P.R., estos dos poderes constituyentes (del eventual sujeto político del ELA) chocarán y se enfrentarán. EE.UU. observará en P.R. un conjunto de gente sin historia propia, de manera parecida a cómo observaba a las naciones indígenas norteamericanas las cuales no podía “ser”, por derecho propio, “Pueblos” por no ser “civilizadas”. Tal forma de concebir a P.R. negará la tradición de la memoria blanca-mestiza la cual había reivindicado su derecho a la existencia (al reconocimiento de sí mismo), amparándose en el derecho de modernizar (en hacer Pueblo) a lo que entendía que era su otro-interno puertorriqueño (hispánico y blanco pero “atrasado”, “pobre” e “ignorante”). Modernizar para EE.UU. era americanizar a los puertorriqueños mediante sus propios funcionarios estatales, lo que implicaba negar enteramente la visión hispanista e histórica de la memoria-blanca mestiza y de su reclamo político por modernizar el país vía la misma élite “blanca” que la constituía.

Si la memoria blanca-mestiza negaba o invisibilizaba otras memorias y lógicas boricuas, ahora EE.UU. negaba la propia existencia de esta memoria, de su privilegio en definir (y dominar) a lo puertorriqueño y de su derecho a gobernarlo (conseguido parcialmente con la carta autonómica española). La expresión albizuista “o yankee o puertorriqueño” era una reacción a esta negación y de su intención polarizadora para pugnar sobre (el dominio de) lo puertorriqueño en los primeros 50 años de ocupación estadounidense. No olvidemos que Albizu Campos se amparaba en la herencia cultural hispano-occidental como contrapeso ante la superioridad (racial-moral) anglo-occidental del mundo de EE.UU. para reclamarle a la nación estadounidense igual condición de nación a la puertorriqueña. Y asimismo, los alegados pitiyankis de los primeros 50 años no eran ni asimilista ni entreguistas, sino que asumían parte del discurso de la memoria blanca-mestiza (pues veían en el jíbaro atrasado, subdesarrollo e ignorante), pero reconocían el poder modernizador y civilizador de EE.UU. en P.R. (algo que Albizu veía como un poder brutalizador). Las otras memorias y lógicas (mestiza, mulata y afrodescendiente) no se veía todavía identificas conforme a los entendidos de la memoria blanca-mestiza y, más bien, veían a la propia elite “blanca” como sus opresores, valorando a EE.UU. como contrapeso a la explotación y exclusión material de esa memoria y su elite representativa.

Para la próxima y última sería de este conjunto de artículos hablaré del eurocentrismo de ambos poderes constituyentes y de cómo Muñoz logró conciliarlos para constituir el sujeto político del ELA (el cual hoy día se encuentra en crisis).

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