Carbunco y granos

Creativo

Epitafio

¨Ni muy listo, ni tonto de remate. Fui lo que fui: una mezcla de vinagre y de aceite de comer ¡un embutido de ángel y bestia!

Nicanor Parra.

Jumbies – espíritus malignos que atacan a la gente y rompen el cuello a los niños pequeños.

En una gran urna de cristal con ruedas. El vendedor de granos del pueblo, llevaba sus delicias fritas. Generoso, cándido y arrojado, cantando a viva voz: granos, granos, Graniiiiitos. No era posible sonar más animado. A su alrededor los niños se arremolinaban, como atraídos por el embrujo de aquella armonía  que se repetía sin cesar. A su lado siempre el misterioso estuche negro y dorado de un viejo violín. Esa mañana, la fiebre, el malestar y el dolor en todo su pecho, no habían mermado las notas.  Ansioso por vender, las pequeñas joyas extraídas de las brazas, busco en el estuche. Comenzó entonces una anacrusa solitaria. Según el arco de su instrumento se deslizaba, así lo hacían también los transeúntes a su alrededor. Una hermosa chiquilla se acerco a él casi hipnotizada por aquellas armonías. La tos y la falta de respiración  detuvieron su sinfonía improvisada. Casi con su último aliento grito: a la capo, y nuevamente emprendió el movimiento del arco sobre el instrumento. Las frituritas ya tenían vida propia, y las personas se las servían en unas pequeñas bolsas de papel dispuestas para esto. Depositando el pago por ella en un saquito de terciopelo rojo, amarrado al costado de la gran urna. Fue entonces cuando los colores de aquella mañana desaparecieron ante sus ojos. Un súbito mareo lo derrumbo al suelo. Llevándose en su caída el arco en su mano y arrojando su violín bruscamente sobre el pavimento. La chiquilla que estaba parada a su lado, se toco su cuello, y en un grito despavorido grito: auxilio, me muero. Aquel arco, que había servido para embelesar su inocencia, ahora le cercenaba la garganta. Rápidamente una señora se quito el pañuelo que recogía su pelo y lo apretó contar el cuello de la niña. El vendedor de granos yacía en el suelo. Un hombre se acerco a él y con voz grave, pronuncio el fatídico designio. Este hombre está muerto. Ya no respira. Allí en medio de la concurrida acera quedaron, la urna vacía, la sangre de la inocente y la alzada del violín del vendedor de granos.


Del libro Entidades

Nancy Ortiz Méndez

Crédito foto: Scott Bauer, Wikimedia Commons, bajo licencia de dominio público