Ábrelo

Creativo

Ábrelo, ábrelo, despacio. Di que ves, dime que ves, si hay algo, un manantial breve y fugas entre las manos. […] Sintonizar reagrupar pedazos, en mi colección de medallas y de arañazos. […] Quedan vicios por perfeccionar en los días raros. Vetusta Morla - álbum Mapas

Entidad – Fuegos fatuos – han sido vistos alrededor de todo el mundo. Son luces misteriosas que aparecen a cierta distancia, con forma de esferas azules o amarillas, y parecen parpadear.

Sin llegar a ti

Como un fuego, como un espejismo. El reflejo de aquel cuerpo a través del cristal empanado e infranqueable. Con formas difusas y sensuales. Colores entre azulosos y amarillos como el sol de aquella tarde, que se mezclaban y se movían al compás de mi canción favorita. Batuta que marcaba el tiempo de mis deseos contenidos. No podía ver ya como quería. Solo sabía que su ritmo no se detenía, pues mi canción seguía su melodía en espasmódicas repeticiones en mi cabeza. De pronto tuve valor. Fue un misterioso impulso el que me movió a acercarme al cristal que contenía aquella bella aparición. Como un escaparate que me abría las puertas al infierno. Allí pude divisar solo su pálido pie. ¿Cómo podía experimentar tanta maldad y de tan cerca? Era (podía ser) la sensación de ser observada, o acaso jugaba el obsceno juego de corromperme. Una procesión de hormigas subían y bajaban en una interminable fila que lograba penetrar el espacio donde se encontraba. Nació en mí un deseo colosal de convertirme en uno de esos insectos trepadores de paredes. Unas inmensas ganas de violar la fuerza de la gravedad. Aquel pie de arco perfecto y contornos sensuales se movía con la habilidad con la cual se suscitaba la adictiva melodía que ya habitaba mi cabeza. Y pude ver. Pude ver. Hizo resbalar su mano en una caricia que se detuvo en su tobillo. En ese momento quise que mi boca fuera su mano. ¿Y si mi cuerpo entero fuera su mano? Con solo pensarlo me estremecía. Mi cuerpo entero vibraba. Me acerque más al cristal. Ya era uno con aquel vidrio. Ya nos fundíamos. Entonces su pie fue a dar contra el recubro y se posó frente a mi boca. Ella concedía mi deseo más oscuro. Mi lengua lamia el cristal. Cerré los ojos y me perdí en aquel deseo incontrolable. Mi cuerpo estaba poseído por el espíritu viviente de aquella diabla. Estaba mojado, empapado, pleno. El ruido lejano de un tren, me saco de mi trance. Abrí los ojos para darme cuenta que unos extasiados ojos negros me miraban. Y su lengua estaba también pegada al cristal.


Nancy Nelly Ortiz Méndez

Del libro Entidades