Los Zapatos Blancos: una novela

Creativo

(extracto del capítulo IV:  te dejo ganar.  Puerto Rico, 2014)

Gala, a penas con 14 años de edad, tenía el cuerpo de toda una deidad. Se desplazaba elegantemente por el pueblo con sus piernas esbeltas y rectas de muslo a tobillo. Sus ligeras curvas, artesanalmente talladas entre rodilla, pantorrilla y tobillo, sutilmente resaltaban no solo la delicadeza de su figura pero, a su vez, su fortaleza. Calles y veredas le hacían reverencia. Sabía cómo caminar. Jugaba inocentemente, pero con insuperable pericia, a desafiar la fina línea que separaba lo decente de lo sugestivo, lo fino de lo vulgar.

―¿Oye Ciprián, me llevas a la plaza? ―preguntó Gala.

Era ella, una musa con tono dulce y juvenil de rizos castaños, parada justo frente a él. Sus ojos, oscuros y amplios, penetraban brillantemente en los de Ciprián, contrastando intrigantemente con la seriedad de sus apetecibles labios. Sorprendió a Ciprián sentado en cuclillas en la calle, ocupado en apretarle las tuercas grasosas a los aros de su bicicleta.

―Vente. Vamos. Debes estar sufriendo, ¿no? ―dijo Ciprián al verle los pies serruchados por sus sandalias, que se les caían en cantos de tanto caminar.

La había conocido hacía poco tiempo, tan pronto se percató de que había dejado de ser una niña. A sus 25 años, no desperdiciaría la inusual oportunidad de tener a tan semejante ejemplar empotrada entre sus piernas pedaleantes.

Ciprián ya había escuchado algunos rumores de lo cruel que era ella. Era de esas chicas que se empeñaban en alejar a todos sus pretendientes, por capricho o simplemente por estar convencida de que no serían aceptados por su padre. Se rumoreaba que el último pretendiente que tuvo le escribió una carta donde le declaró su amor. En esa carta puso el corazón en la mesa para jugar a un todo o nada. Teniéndola a solas, fue el momento más oportuno para entregársela. Ella tomó la carta muy agradecida, hasta la abrió y la leyó frente a él. Al terminar de leerla lo miró a los ojos y le sonrió, puso el papel lleno de versos románticos justo frente a su cara y lo cortó en mil pedazos. ¡Vaya forma de romper corazones!

Pasaron unas horas caminando alrededor del mercado y por la plaza, cumpliendo con ese ritual compulsorio que consistía en agotar todos los temas de conversación habidos y por haber, lograr cómodamente el contacto entre manos, cortar a tijerazos el vacío que separara a A de B, antes de finalmente aspirar a lanzarse al primer toque de labios.

―No entiendo por qué no me dejas ni siquiera darte un beso ―dijo sentado a solas con ella, luego de haber fracasado en su primer intento.

Esa vez, Gala astutamente había logrado esquivar todo tipo de besos posibles. Atrapada y viendo a los labios de Ciprián acercándose hacia los suyos, tuvo que pensar rápido. Si no hacía nada y mantenía su cabeza quieta, Ciprián lograría llegar a sus labios, el gran premio y objetivo principal. Si le daba cualquier cachete, el izquierdo o el derecho, le regalaría un triste premio de consolación. Si le daba el cuello, sería una movida extraña, poco probable e inesperada para ser el primer encuentro, pero interesantemente bienvenida para Ciprián. No, Gala no estuvo satisfecha con ninguna de esas opciones. No quería complacerlo de ninguna manera, así que decidió echar su cabeza hacia abajo, golpeándole el pecho suavemente con su frente. Fue una movida única que lo dejó profundamente confundido y claramente insatisfecho.

―No seas impaciente. Yo no voy a darle un beso a nadie sin antes tener sentimientos fuertes hacia él. Para mí lo más importante es que podamos tener una buena conversación ―dijo ella.

―Sí. Yo también pienso que es importante conocerse bien pero, en serio, un beso no es nada ―dijo él y la agarró de las manos.

―No tengo tanto interés en lo físico. Las mujeres no necesitamos de eso tanto como los hombres ―dijo ella mientras le colocó las dos manos a un lado en el piso.

―Si esperas a tener todos esos sentimientos antes de comenzar con lo físico, ¿qué pasa si no estás contenta con lo que recibes? ¿Qué pasa si no logras satisfacerte? ¿No sería mejor saber que lo físico va a estar bueno antes de meter tanto tiempo y energía en tus sentimientos? ―dijo Ciprián. Creía que, con sus preguntas existenciales, lograría que Gala reconsiderara toda su filosofía amorosa.

―Puede ser, pero por ahora lo veo a mi manera―dijo ella al ponerse de pié, luego pausó por un momento―. Bueno, gracias por darme pon hasta acá. Me divertí mucho hablando contigo. Me voy a casa.

―¿Quieres que te lleve? ―preguntó Ciprián. Sabía que había perdido la partida pero, ¿qué más daba?

―No. Estoy bien, gracias. Prefiero caminar sola un rato. Adiós ―le dijo ella con una sonrisa y se marchó.

Yo no necesitaba de lo carnal, pero evidentemente Ciprián sí. ¿Qué podía hacer yo con su apetito sexual? Nada. Maldecía todo eso bruto y animal que podía más que yo. Se entrometía en todo lo que no se tenía que entrometer y no quedaba otra que consentirlo. De no hacerlo, podía estar días, semanas, o hasta meses sin lograr llegar a nada útil con él. Quedaba atontado, por eso yo no podía ser egoísta con Ciprián. Tenía que haber algún balance, algún armisticio entre ambos, para coexistir pacíficamente en la misma morada.

―¡Con esa es con la que me voy a casar! ―dijo a sí mismo mientras admiraba la exquisita figura de Gala desapareciendo en la lejanía ante sus ojos.

Mierda. Supe en ese momento que no se daría por vencido. Me encomendaría forzosamente a otra de sus encrucijadas libidinosas, sabiendo que lo consentiría para ahorrarme el dolor de cabeza de tener que lidiar con la versión atontada y hambrienta de sí mismo. Siempre se salió con la suya.