Cenáculos: La literatura confesional

Creativo

La confesión es un tema tan común como la blasfemia/transgresión y puede ser hija de cualquier tiempo. Pueden ser tan antiguas como las Confesiones de San Agustín o más recientes como  las de Kilpatrick.  En Puerto Rico este movimiento llegó de la mano de Mairym Cruz Bernal. Desde entonces creció hasta ser una de las principales tendencias en la literatura actual. La literatura confesional se concibe a sí misma como un cuchillo que hurga en lo más profundo del hablante, algo parecido a lo que hacemos en el confesionario, en el diván del siquiatra o incluso en una charla entre amigas. El desdoblamiento es fundamental en la confesión. Esta corriente puede dar a la luz poéticas varias: como lo es una poesía mística escrita desde el urbanismo o una poesía transgresora endosada por una fuerte dosis de innovación e ingenio pasando por la erótica o por una memoria salpicada de giros autobiográficos. Lo importante es la presencia de un Yo lírico o narrativo que confiese y no necesariamente su vida, también puede confesarnos su visión de mundo (lo que odia o ama, lo que le parece mezquino, heroico, lo que desaprueba y lo que no). El yo es para crear ese lazo tan importante con su confidente, que no es otro que el lector.

Exponentes de esta corriente lo son Amarilis Tavárez con su Realida(h)ades, María Soledad Calero con su Hija de Geppetto, Belia Segarra con su Confesionario, Iris Alejandra con su Burlesca, Carmen R. Marín con su Salvahuidas, José Jiménez con sus Letras del Silencio, Melany Minette con sus Hilos Rojos y Antonino Geovanni con sus Fauces, entre otros. Todos ellos hablan del silencio, la tristeza, la memoria, la soledad, el dolor, la muerte y el encierro. En uno de ellos un preso se libera de su celda a través de las letras, en otro un poeta confiesa desde sus silencios y, en más de uno, una  superviviente nos narra su historia, nos escribe desde sus cicatrices. Cercano a ellos en su intimismo está El libro de Rá de Andrés González, poemario que el autor dedica a su nieto y cuyos dejos ancestrales son su testimonio de vida. También es bueno recordar que las memorias tienen una buena dosis de confesión.  La confesora no cree en géneros, y de esta forma, todos los limites se difuminan: música y cuento o performance y poesía se pueden fundir y hacernos el día, lo mismo en el aula universitaria que en una plaza del Viejo San Juan. Nuestros escritores entran pues, a la siempre dinámica latitud latinoamericana con una voz ya figurada universal.