Última danza para orquesta de cuatros y güiro

Creativo

A María de Lourdes Javier y Miguel Iker

“Acariciar, llorar, tal vez matar”, escuchó justo en el momento que levantaba el telón. Ya tu amor /es un pájaro sin voz...Raspó el güiro con calma, la cara inexpresiva.  Sentía el espíritu de Morel Campos, también el de su exmujer.  “Acariciar”.  Los adolescentes que tocaban los cuatros desafinaban. Dos mujeres y un niño reían. …ya tu amor / se perdió en mi corazón… El güirero sudaba, su mujer se había fugado con cantante. El público lo miraba fijamente, pero un niño jugaba con su iPod. Las dos mujeres, con el infame menor, lo miraban burlonas, igualito como su esposa lo miró aquella noche en la cama, cuando no se le paró.

En la mañana siguiente había una carta de despedida en la puerta de la nevera. “Llorar”, escuchó. Era la misma voz.  Movía la puya con ritmo sutil, cuando se percató de que no se escuchaban los cuatros; los adolescentes estaban desmembrados sobre una inmensa piscina de sangre y vísceras. …no sé por qué /fue marchita tu pasión… Siguió raspando el güiro. Una lluvia de sangre caía sobre el público, que vomitaba muerte sobre las butacas. Tenía que terminar el concierto, él –único vivo- en el teatro.  Pensó en el cantante tirándose a su mujer y en él mismo ya sesentón tocando en una orquesta juvenil de cuatristas, luego de haber sido un percusionista famoso. Pensó en Morel Campos y en las dos mujeres y el niño del público que se reían de él. …y por qué murió sin flor, / y por qué no ardió... “Tal vez matar”, la voz le susurró al oído.  El músico agarró la puya y se la clavó con fuerza una y otra vez en el pecho, en el vientre. Sintió la sangre abandonando su cuerpo y vértigo. El público aplaudía de pie. Los cuatristas hacían reverencias agradecidas al público. El güirero se desplomó mientras caía el telón.

Ana María Fuster Lavín

pertenece al libro inédito

Carnaval de la sangre