Víctor Fragoso y el arte de ser islas: entrevista a la Dra. María Josefa Canino

Creativo

En noviembre del año 2013 tuve la grata sorpresa y el honor de conocer a la Dra. María Josefa Canino durante la lectura de un trabajo mío sobre la poesía del poeta puertorriqueño Víctor Fragoso, en la conferencia anual de la Caribbean Philosophical Association: Shifting the Geography of Reason. La misma se celebró en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, en el Viejo San Juan. De ese encuentro, nace esta entrevista a una intelectual comprometida con el desarrollo de la cultura puertorriqueña y quien fuera íntima amiga de Fragoso.

Primeramente, háblenos un poco de usted y de lo que hace.

La academia ha sido mi pasión desde que me inicié en 1970 en Rutgers, la universidad estatal de New Jersey, como coordinadora fundadora del Programa de Estudios Puertorriqueños y luego, para el 1972, continué liderando ese espacio luchado y pionero, aliada con otros puertorriqueños y latinoamericanos universitarios, docentes, personal administrativo, estudiantes y colegas afro-americanos y norteamericanos, mas líderes comunitarios que se solidarizaron con el proyecto. En 1973, nuestra propuesta para establecer cabalmente un Departamento de Estudios Puertorriqueños, en Livingston College, Rutgers University, fue aprobada. Tuve el honor de ser la oradora invitada en la celebración de su aniversario cuarenta, en el 2013. Hoy por hoy, el Departamento de Latino and Hispanic Caribbean Studies, en Rutgers University, está hábilmente dirigido por el Dr. Nelson Maldonado Torres.

Desde el 1982 hasta el 2002, fui profesora del Departamento Graduado de Administración Pública del recinto de Newark de Rutgers y al jubilarme, en el 2002, se me confirió el estatus de Profesora Emérita. Desde la época de gran efervescencia y activismo de los años sesenta, trabajé con ASPIRA y el East Harlem Tenants’ Council y luego obtuve la maestría de la Universidad de Columbia y el Doctorado, en Harvard University. En Nueva York, presidí PRACA (Puerto Rican Association for Community Affairs), fui nombrada síndico de mi alma mater, la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), colaboré en la fundación y desarrollo del Centro de Estudios Puertorriqueños y varias organizaciones que abogaron por acceso a la educación superior y por la educación bilingüe a niveles primarios.

En New Jersey también fui parte de las luchas por la equidad para puertorriqueños y otros latinoamericanos, en la universidad estatal y en las universidades privadas, y fui cofundadora  de HAHE (Hispanic Association for Higher Education) y de CARAS (The Child Advocacy and Resource Association). Entre otros estudios, concluimos una investigación auspiciada por el Aspen Institute sobre la movilización y abogacía de organizaciones sin fines de lucro de origen puertorriqueño, en pro del bienestar social de la comunidad puertorriqueña, en ese estado. Luego me trasladé a Puerto Rico y fui invitada a fundar y dirigir el programa doctoral en Análisis de Política Social y su administración en la Escuela Graduada de Trabajo Social de la Universidad de Puerto Rico. Al cumplir con esta encomienda, me jubilé por segunda vez y continúo afiliada como ciudadana a proyectos de base comunitaria como ENLACE, y otras iniciativas académicas como es la del Instituto de Política Social y el Grupo de Reforma Universitaria. Recientemente he colaborado con una iniciativa para la organización de un grupo de Boricuas de la Diáspora, que han retornado a Puerto Rico después de largos años.

¿En qué contexto se conocen Ud. y Víctor Fragoso? ¿Qué tipo de relación establecen? ¿Cuánto dura esta relación?

Conocí a Víctor en 1970, en una de esas instancias que ha marcado mi vida sin yo darme cuenta al momento.  Él era ya Catedrático auxiliar en el Departamento de Español y Portugués, cuando yo fui nombrada para formar el Programa de Estudios Puertorriqueños en Livingston College.  El llegó a presentarse y rápidamente lo recluté para participar como miembro facultativo en el Comité de Estudios Puertorriqueños, grupo consultor que establecí para asesorarme en todo lo concerniente al desarrollo de currículo y nombramientos de docentes y personal administrativo. Invité a Víctor luego a diseñar y ofrecer el primer curso de literatura puertorriqueña, a nivel universitario, en toda la historia de Rutgers University, y tanto él como el curso tuvieron grandes éxitos con el estudiantado. Víctor generó tal entusiasmo entre ellos que de ese curso surgió el Teatro Guazábara, que él fundó para darle voz y cuerpo a las experiencias de estos jóvenes, cuya resistencia cultural y sobrevivencia a la pobreza y el discrimen, sin duda, engendraron unas realidades nuevas en “las entrañas del monstruo”. Guazábara presentó sus obras originales,  vignettes, escritas por ellos mismos, dirigidas por Víctor, en universidades y comunidades tanto en New Jersey como en Nueva York y Connecticut. Los años de los setenta fueron de efervescencia en el Departamento de Estudios Puertorriqueños de Livingston, donde también enseñaron Miguel Algarín, Juan Ángel Silén, Luis Nieves Falcón, Liliana Cotto, Lilliam Barrios Paoli, Suni Paz Johnson, Lorenzo y Carlos Piñeiro, Ralph Ortiz y otros destacados boricuas y colegas latinoamericanos.

Nuestra amistad fue extendiéndose tanto en Nueva Jersey, donde vivimos gran parte de nuestra colaboración profesional, como en Nueva York donde convivimos como vecinos en El Barrio y compartimos y crecimos en una amistad que transcendía las fronteras de ser ambos profesores y conocidos por nuestras aportaciones a los Estudios Puertorriqueños, en mi caso también en el ámbito de la educación en Nueva York y New Jersey, en el de él, pionero en el teatro y en la literatura puertorriqueña en el exilio y creador de nuevas dramatizaciones, como la de ‘Dadme mi número’, el poema de Julia de Burgos.

Él había llegado a Nueva York en 1965, mientras que yo nací y me crié allí. El vivía en el Greenwich Village, comunidad conocida por sus núcleos de artistas y bohemios y ya para 1969, como la cuna de la Revolución Gay, con la rebelión contra el abuso policiaco que se dio en la barra Stonewall. Esto en contraste con El Barrio, donde yo había comprado un edificio de cuatro pisos, en lo que quedaba del corazón de la comunidad italiana en la 116, entre la 1era y 2nda avenidas, vecindad que empezaba su transición a ser boricua. Mi compañera y yo fuimos las primeras puertorriqueñas en ser propietarias en esa cuadra emblemática de la inmigración italiana a Nueva York, y controlada por los italianos. El Village era de “caché”, área residencial del siglo diecinueve, adornada por enormes árboles, rodeada de parques, y lugar donde se encontraba la gran universidad de NYU y otras destacadas instituciones, teatros y clubes nocturnos. El Barrio era vecindario decaído y en deterioro, dejado atrás por sus anteriores inmigrantes judíos, y luego italianos, y explotado por los caseros de la época. Ya para los años setenta, ocupaba desde la calle 96, al sur, y quinta avenida, al oeste, hasta el East River y la 116, al norte. Sus residentes eran en su mayoría de clase trabajadora, puertorriqueños producto de la primera migración de la posguerra y  luego, de los años cincuenta.

Víctor tuvo que abandonar su apartamento en el Village para el 1971 o 1972, por un alza en el alquiler. El visitaba a un buen amigo, Willie Nieves, quien era promotor cultural y que era inquilino en mi casa y por tanto vecino. Al tener yo un apartamento disponible, Víctor decidió mudarse con nosotros al Barrio, o, como cínicamente lo etiquetamos, “El Upper East Side”, para darle nuestra estampa a lo que en esos años era la concentración más grande de boricuas en Nueva York. Es con la llegada de Víctor, y en combo con Willie, que nuestra casa se convierte en alegre lugar de encuentros de poetas, músicos, actores y otros artistas y crece la amistad entre nosotros. Es así que en nuestras tertulias, fiestas y cenas conocí al poeta y su mentor Clemente Soto Vélez y su esposa Amanda, a Herminio Vargas, Rafy Rodríguez, las actrices Ilka Tanya Payan, Miriam Colón, Soledad Romero y otras personas del mundo teatral, como su querida amiga Dolores Prida, que luego de que falleció Víctor, se mudó a su apartamento y gozamos ella y yo también de una buena amistad, hasta su fallecimiento en el 2013.

Víctor empezó a enfermarse en el verano de 1981. Nos acercamos mucho más él y yo y yo con el círculo de amistades con que más él se identificaba. Él no sabía de qué enfermedad sufría y tampoco los médicos, pero los síntomas de desgaste físico, fiebre, y debilitamiento eran más de lo que podía tolerar solo. Ese verano, le diagnosticaron Sarcoma de Kaposi (tumores cancerosos). Esta rarísima enfermedad ya había aparecido en San Francisco, pero no se conocía su etiología entre hombres homosexuales. Al ser establecido que sus padecimientos estaban asociados al Kaposi, él participó de investigaciones preliminares del Center for Disease Control (CDC). Víctor estuvo entre la primera ola de puertorriqueños y neoyorquinos en sucumbir a lo que luego se conoció como el VIH/SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida). No dormía bien, al bañarse en sudor y fiebres, perdió mucho peso y al principio del nuevo semestre académico del otoño, necesitaba ayuda hasta para bajar y subir escaleras. Recuerdo que se apoyaba de mí y yo lo sentía tan liviano para subir las escaleras a su apartamento, en el tercer piso, después de un largo día en la universidad. Pero, él quería seguir enseñando, mientras tuviera una onza de energía. Conversábamos en el camino a y de regreso de Livingston mientras yo guiaba. Fue en el otoño cuando empezó a verse la tristeza en sus ojos y la sonrisa se le volvió más tenue, aunque nunca ausente.

La amistad entre Víctor y yo duró hasta el momento en que Willie y yo acompañamos su cadáver a Puerto Rico, junto a su madre y hermana, en enero del 1982, en aquel invierno feroz y de tormenta de nieve. Fue el último avión que permitieron salir del aeropuerto Kennedy esa noche.  Aunque le rogamos a su madre que pospusiéramos el viaje hasta que mejorara el tiempo, ella se negó rotundamente porque su hijo en su ataúd estaba ya a bordo y no lo abandonaría ni bajo estas peligrosas circunstancias. Yo temblaba al ver las olas de humo condensado, que se formaban al descongelar con mangueras de agua caliente las alas del avión antes de despegar. Pero nada importaba tanto como acompañarlo a su otra isla.

En su experiencia, ¿cómo era la personalidad de Fragoso? ¿Qué clase de colega, de amigo, era? ¿Podría compartirnos alguna anécdota de su relación con él?

Víctor fue un colega especial y amigo exquisito. Su colaboración y compromiso como académico con los Estudios Puertorriqueños fue muy importante, particularmente en el recinto de Livingston College de Rutgers University, institución de educación superior estatal en New Jersey, en la cual ejerció como Catedrático auxiliar a tiempo completo en el Departamento de Español y Portugués. Con nosotros, en Estudios Puertorriqueños, diseñó y enseñó sin paga alguna el curso de Literatura Puertorriqueña, fundó en el 1974 y además dirigió el teatro estudiantil Guazábara, y participó activamente en el Consejo Asesor del Departamento de Estudios Puertorriqueños. Era profesor muy querido y admirado por sus estudiantes. En particular, por los miembros de su grupo de Guazábara, quienes crearon obras dramáticas bajo su supervisión, también crecieron como personas al embarcarse en este viaje con él. Todos lo recuerdan con mucho apego, hasta el día de hoy. Lamentablemente su propio departamento era conocido por su tendencia hispanófila y conservadora. Tanto él como la profesora y poeta Luz María Umpierre (ella, en el recinto de Rutgers College) fueron objetos de discrimen por su identidad puertorriqueña y caribeña y, sin duda, por su orientación sexual, por ser poetas, y en general por ser avant-garde en sus trabajos literarios. Aunque a Víctor le otorgaron la permanencia, fue sin subirlo de rango a Catedrático asociado, acción rarísima en la academia. Luz María llegó a demandar a la universidad por discrimen de género y raza. Aparte de este hecho, dos colegas, Doris Sommer y Adolfo Snaidas, quienes lo apreciaban como colega y reconocían su talento como poeta, no titubearon en enseñar sus clases cuando ya él no podía más, a fines de 1981. De esta manera, sus estudiantes terminaron el semestre y recibieron notas y Víctor pudo seguir cobrando su salario. Fue un acto noble de solidaridad.

Como amigo, ni se diga. Con dos ejemplos basta. Recuerdos tengo de un cuento que me hizo Víctor de que estaba esperando llamada de un amigo, que se había exiliado a España por razones políticas y quien además había jurado un voto de silencio ante las barbaridades de la humanidad.  Víctor era su único punto de contacto y cuando su amigo lo llamaba, era Víctor quien escuchaba el silencio al otro lado del Atlántico, con respeto y paciencia hasta que su amigo colgara. Esa sensibilidad, que se abre a otras vulnerabilidades, es calidad que lo caracterizaba no solo como poeta sino como ser humano.

Nunca olvidaré tampoco la noche, que sin previo aviso, todos sus amigos caímos, era Noche Buena, en el Hospital Sloan Kettering (centro especializado en cáncer) para estar con él, su madre y hermanas. Myriam Colon se enteró y trajo pasteles. Se consiguió vino. Las enfermeras nos conocían y miraron para otros lares, mientras calentábamos la comida en su microondas. Tuvimos la cena de Noche Buena en la sala de visitantes que estaba vacía, porque Víctor estaba en un área de aislamiento que ocupaba todo el piso. Él estaba muy mal y esa noche nos cantó “Don’t Cry for me Argentina”. Cada vez que rememoro su voz temblorosa, también recuerdo su picardía al advertirnos que su vida era finita y que no quería llanto al él desvanecerse.

Se ha aplicado a Fragoso la noción de “sexilio” para explicar que su auto-exilio en Nueva York tuvo mucho que ver con su identidad de género homosexual. ¿Puede comentar al respecto?

Como bien señala Larry La Fountain-Stokes: “Históricamente, la emigración ha desempeñado un papel importante como opción de libertad y sobrevivencia” [1], e indudablemente es una parte de la explicación de la partida de Víctor a Nueva York, urbe de primera concentración puertorriqueña y uno de los polos homosexuales estadounidenses. El Puerto Rico de los años sesenta era, sin duda, un ambiente extremadamente homofóbico. Él alude a su regreso a la isla y a su niñez en este contexto, en la sección 35 de El reino de la espiga:

para volver ha habido torrenciales comentarios

humores desprendidos de mucha herida abierta

[…]

y alimentar a todo un ejército de seres que me piden que siga siendo libre

que les desafíe

que les dé alternativas

[…]

el pueblo exhausto que se desmaya en los brazos

es aquel mismo que me azotaba el culito

con una vara de amapola diciendo

niño no hagas eso

Sin embargo, al no haber conversado con él sobre las razones particulares de su emigración, no me atrevería opinar cuán importante fue esta realidad en comparación con otros factores de empuje, en cuanto a su decisión personal. Pero lo cierto es que a nivel colectivo, su estado de inmigrante a la Ciudad de Nueva York fue y ha sido la experiencia de cientos de miles de puertorriqueños, trabajadores, artistas, profesionales, estudiantes, quienes hemos sido expulsados de nuestra tierra natal por la dinámica económica y política colonial de la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos particularmente, en la época pos Segunda Guerra Mundial.

¿Cómo cree que entendía Fragoso su identidad de género gay en relación con su gestión poética?

Víctor le dedicó El reino de la espiga a Walt Whitman y a García Lorca, ambos poetas homosexuales, y en ese poemario tanto como en Ser islas/Being Islands (1976), se identifica de manera diáfana y afirmativa y en total aceptación de sí mismo como ser completo. Y aquí me parece importante señalar que él, como toda persona, tenía múltiples identidades y pienso que sería reducirlo a su orientación sexual si solo lo entendiéramos en esa dimensión y obviáramos su identidad integral como poeta, maestro, dramaturgo, amigo, hijo, hermano, tío, vecino, activista, nacionalista, y humanista universal. Al respecto observa Ángel Antonio Ruiz Laboy que en su poesía: “convergen distintos registros y marginalidades, entre ellas lo puertorriqueño, la diáspora, lo gay y el discurso nacionalista”. [2]

Dicho esto, sin duda él se entendía como hombre y poeta  homosexual, en una continuación de un largo y rico legado poético y se anuncia así en “Canto al coraje de Walt y Federico”; y reclama su lugar  en su primera publicación, El reino de la espiga (1973):


soy el ser que anuncia el reino de la espiga

a los blancos del oro y a los míos

[…]

si a veces mi canción parece dura

es porque no se puede estirar un siglo

sobre una hoja de papel

el único modo que tengo de ser héroe

es siendo inevitable

despojado desnudo serlo todo

destructivo presente

ser todo lo que soy a toda hora (Sección 37)

¿Por qué cree que Fragoso ha sido un poeta relativamente olvidado dentro del canon literario puertorriqueño, hasta la publicación reciente de su poesía por Erizo Editorial, esto es?

Estamos ya a treintaidós años de su partida y dos, de su “redescubrimiento”. Especularía que hay múltiples razones por las cuales Víctor ha sido un poeta relativamente olvidado. Entre estas razones, cabe especular que su ausencia del canon literario puertorriqueño se debe a que él se movía entre pequeños círculos de personas: 1) los espacios académicos como el nuestro, en Livingston College, o El Centro Puertorriqueño, en City University de Nueva York; estos creados en los primeros años de la década de los setenta por las protestas de estudiantes y comunidades puertorriqueñas, en universidades públicas en Nueva York, New Jersey y estados cercanos; 2) en producciones teatrales experimentales como El Teatro Orilla, Pregones, El Nuevo Teatro Pobre de América, Intar y el  Teatro Rodante, que se limitaban mayormente a audiencias de habla hispana y las comunidades en Nueva York; y por último se  dio a conocer mayormente en la diáspora, o sea, de este lado del Atlántico. Esto en contraste con su presencia en círculos literarios en Puerto Rico. Añadiríamos que su poesía publicada se circunscribió a ediciones limitadas. Si hubiese vivido en estos días de comunicaciones al instante y publicaciones digitales, de más aceptación de la homosexualidad, de apertura entre los puertorriqueños de la diáspora y de la isla, estoy segura que estaríamos ante otra realidad en cuanto al reconocimiento de su obra en el canon literario puertorriqueño. Pero el proceso de rectificación ya ha tomado auge con la publicación reciente de Poesía reunida por Erizo Editorial, más las investigaciones realizadas sobre su obra: los escritos de Consuelo Martínez-Reyes, Doris Sommers, Rubén Ríos Ávila, Lissette Collazo y las acciones de su propia familia, al depositar sus documentos en los archivos de la biblioteca del Centro de Estudios Puertorriqueños, CUNY situada ésta en el seno del Barrio que hizo suyo.

En su opinión, ¿cómo comparan los avatares literarios de Fragoso con los de, por ejemplo, Manuel Ramos Otero?

Eran contemporáneos, ambos poetas en Nueva York, ambos políticamente comprometidos con la independencia de Puerto Rico. Manuel llevaba más tiempo en la gran urbe que Víctor. Manuel, más estridente, más duro y fuerte en sus imágenes; Víctor más lírico, menos solitario, más dado a las colaboraciones con otros colegas, y esfuerzos de  base comunitarios.

¿Podría comentar sobre el entendimiento que tenía Fragoso de su experiencia como parte de la diáspora boricua en Nueva York? En este sentido, ¿cómo era su relación con la isla de Puerto Rico?

Aunque él escribía artículos ocasionales para Claridad y viajaba a Puerto Rico a visitar su familia de origen, me parece que, en gran medida, se le puede aplicar la perspicaz observación de La Fountain-Stokes:

A esta situación también se vincula la típica negación o desprecio por las diásporas que se dan o han dado con gran frecuencia en los países latinoamericanos y europeos de origen, países que se distancian de estos grupos migratorios por considerar que sus miembros emigrados o exiliados no forman parte de la nación, o que su ‘autenticidad’ o ‘pureza’-conceptos altamente cuestionables de por sí- está comprometida por la distancia y por el riesgo de la ‘americanización’ (en su sentido netamente estadounidense). Esto se intensifica en el caso de los homosexuales y las lesbianas, quienes muchas veces ni siquiera son reconocidos en sus países de origen, a no ser como objeto de abuso o discriminación. (139) [3]

Me parece que Víctor hubiese estado de acuerdo con estas aseveraciones y luchado tanto en Puerto Rico como en la diáspora por dar a conocer la riqueza de la producción artística y literaria de las comunidades boricuas en los Estados Unidos. Su publicación de Ser islas, en ambos idiomas, es un vivo ejemplo de sus intenciones y comprensión de su propia experiencia como parte de la diáspora en Nueva York.

En su opinión, ¿qué lugar debe tener Fragoso en las letras puertorriqueñas?

Me parece que Ángel Antonio Ruiz Laboy, Editor de Erizo Editorial, quien publicó Poesía reunida, en el 2012, lo resume muy bien al decir:

Hoy, exactamente treinta años después de su partida, su poética y su discurso, permanecen vigentes y se nos hace necesario reconocer su importancia en el registro de voces que han apostado a lo diverso. Es por ello, que con mucho orgullo, presentamos esta pequeña gesta de justicia literaria e histórica hacia una de nuestras más valientes voces literarias, en espera de que el tesoro deje de ser uno escondido. [4]

Añadiría que tanto su obra poética como sus obras dramáticas, su disertación y otros escritos que están en los archivos que portan su nombre y se encuentran en la biblioteca del Centro de Estudios Puertorriqueños en Nueva York, deben de ser material de estudio para presentes y futuras generaciones, para fijar a Víctor en su justo lugar. Para mí, es una de las figuras centrales en la literatura y el drama puertorriqueños, producidos, en los años setenta, desde la diáspora.

A modo de dato curioso, ¿por qué cree que existe la tendencia a referirse al poeta (yo incluida) por su segundo apellido, Fragoso, en lugar de por su primer apellido, Fernández (algo así como sucede con Lorca)?

Para Víctor, su madre era a quien honraba con tomar su apellido materno como el que acostumbraba usar. Él nunca me mencionó a su padre.

Finalmente, ¿podría comentar sobre el contexto en que se toma la foto que tan generosamente nos permite publicar junto con esta entrevista, y en donde aparecen usted y Fragoso?

La foto incluye a la profesora Sherry Gorelick, colega del Departamento de Sociología, en Livingston, y a Víctor y a mí en una celebración por la aprobación de la propuesta para establecer el Departamento de Estudios Puertorriqueños, en el 1973. El lugar es la oficina del Departamento en Lucy Stone Hall, Livingston College, Rutgers-the State University of New Jersey.

La entrevistadora se desempeña como Catedrática asociada de literatura latinoamericana en Marquette University, Milwaukee, WI, U.S.A.

Notas
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[1] Larry La Fountain-Stokes. “De sexilio(s) y diáspora(s) homosexual(es) latina(s): cultura puertorriqueña y lo nuyorican queer”. http://www.debatefeminista.com/PDF/Articulos/desexi931.pdf

[2] http://erizoeditorial.com/2104295812

[3] La Fountain-Stokes, ibid.

[4] http://erizoeditorial.com/2104295812

Crédito Foto: Dra. Maria Josefa Canino