Renia Fermaint Rosa: un caleidoscopio de sensibilidad y ternura

Caribe Imaginado

Yo la vi. En ella y en sus otras. Buena oración para comenzar esta reseña. O no, prefiero hablar del parto, donde comienza todo y todo prosigue o pervive; hay un centinela invisible que parte tu cordón umbilical y te susurra un mensaje. Sigo pensando en qué película de Alfred Hitchcock el caleidoscopio era natural o un mapa inducido hacia la mente, o ¿no era Hitchcock? En fin vengo de presenciar una pieza en auténtico teatro, y mejor poesía. Un tema real y vivo rompiendo en la voz de lo que solamente el teatro es capaz de revelar.

Renia Fermaint Rosa nos ha presentado su pieza teatral “Esas que no soy yo” en el patio interior del Museo de Arte Contemporáneo ante auditorio repleto y receptivo. Renia nos ha presentado su verbo caminante en la imaginería de lo que puede, soslayarse y olvidarse del Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) y de su vivencia en ese amargo paralelo. Al igual que Konstantín Stanislavski que en su tratado sobre la preparación del actor sugiere la ejecución del papel con emociones a intensidad  recurriendo a ejercicios que estimulan la imaginación, la capacidad de improvisación, la relajación muscular, la respuesta inmediata a una situación imprevista, la reproducción de emociones experimentadas en el pasado, la claridad en la emisión verbal, atados a una profunda exclamación psicológica, Renia nos presenta su realidad justamente desde el punto del nacimiento; nacer sin estar, nacer agredida por un algo amargo e incomprensible, nacer ya con un dueto entre el dolor y la definición que lo que duele. Así comienza esta pieza; ella naciendo a las otras. Las otras viviendo en ella esperando nacer y despertar y lastimarla a ella y a su entorno.

Su madre está presente; va tejiendo las botijas, las camisillas contra el frío, la cubierta que pretende defenderla contra la vida misma. La madre está en silencio. La madre la pare y ella brota entre los bautismos de la música, el silencio, el despojo que pretende desvestirla del dolor, más el dolor se queda. Así va haciendo su entrada cuádruple al trastorno: obsesión, ansiedad, compulsión y alivio. En cada pasaje del trauma hablan sus otras ella; se van desfilando en un cuchillo doliente, ofensivo, opaco y vencido donde la actriz se pregunta el motivo de nacer, por qué nacer, la irracionalidad, los sentimientos que se descubren y el episodio del contraste; ha sido en un accidente donde su alma se hizo pasajera involuntaria de la vorágine.

En cada uno de las escenas ocurre una excelente transición donde el lenguaje interior abre su compuerta y los cauces animan y reviven lágrimas, y evoluciones rotas. Se hace para los espectadores, una parca silenciosa rugiéndole en el cuerpo, en la exasperación, en el chasquido de la pregunta ¿vivir o morir? El espectador se queda ya junto a ella sin nada que hacer, conociéndole los celajes que la sacrifican una y otra vez sin salida. Una escena sobresaliente, una manera de caleidoscopio sin ninguna adulteración salvadora. Ella nos convierte a su dolor y a su rumbo y sanación, en verdad y en soledumbre.

Ya obsesiva pasa a la ansiedad, allí la madre interpreta las caricias de refugio. Su madre se llama Sonia Rosa y se interpreta traslúcidamente buscando esa amarga comitiva de tremendos disloques que no llenan las preguntas. Y es un papel desempeñado con agilidad y precisión, más vivido que actuado, porque la memoria en ejecutoria consigue el paso fiel de la revelación. La ansiedad recibe a la compulsión donde ocurre el dramatismo de esa flagelación del mundo y sus habitantes, y donde ella y todas sus ellas casi sin final. Hay otro personaje muy cerca de ella. Lectora del maleficio y lectora de su psique. Casi la encuentra en su salida al mundo, y siempre estuvo con ella en la crisis que la hace sucumbir. La actuación de Veroshk Williams,  quien explica a los espectadores las singularidades del Trastorno Obsesivo Compulsivo, brinda convicción en su personaje de parca y de ángel que oficia la purificación de la poeta y actriz en su personaje sobre ella misma.

Todo esto tiene un sonido. Todo esto tiene una música y es en manos del maestro Enrique Cárdenas; música de tonos empedrados, y masificaciones para el estupor. Excelente pentagrama que persigue la visión brindada, el reloj mordido, los tumbos, las alzadas furiosas a la liberación de la poeta en su crisis.

Caleidoscopio servido. Quedan los colores en rabia y los colores pausados. La actriz hace el recorrido por cada uno de los espectadores, junto a su gran identidad: la sanación. Los espectadores reciben ese mensaje en un ademán de silencio y satisfacción, y hasta una libertad. En la última escena que se llama “Alivio” los colores de una mente en caleidoscopio son resueltas, y un tiempo de calma nos arroba y a su vez nos invita a vivir. Quizá mejor es decir que se celebra esta pieza humanísima y real. Y se celebra que Renia Fermaint Rosa es lo grande de este mensaje:

Una artista de presente y de futuro, o mejor que todo esto.