De dignidades e indignaciones por la eutanasia

Justicia Social

Me he detenido a pensar en un tema que pudiera ser escabroso de entrada. La fragilidad de la vida y la salud son de por sí una constante posibilidad en el día a día. Pero aun así pareciera que nos consume una tanatofobia (un miedo severo a todo lo que implique el asunto de la muerte). Nos sabemos mortales, pero nos soñamos inmortales. Es como si la muerte le ocurriera solo a otros; lejos muy lejos de nosotros. Pero la verdad es que la existencia es tan quebradiza como nuestro carácter de humanidad.

Tan recientemente discutido el tema de la eutanasia en Estados Unidos, y abordado por las redes sociales, dado un nuevo caso donde una joven mujer optó por morir ante una enfermedad terminal, vuelve a la palestra un controvertible tema que causa debates acalorados.

Aunque en Puerto Rico no está legalizada la eutanasia, debe conocerse que existe la Ley Número 160 de 2001 “para reconocer legalmente el derecho de toda persona mayor de edad, en pleno uso de sus facultades mentales, a declarar previamente su voluntad sobre lo referente a tratamiento médico en caso de sufrir una condición de salud terminal y de estado vegetativo persistente, sus requisitos, efectos, condiciones, nombrar un mandatario; y para otros fines”. Por su parte, en Estados Unidos hay varios estados como Oregón que permiten el llamado “suicidio asistido”.

La realidad es que la eutanasia es una cuestión compleja que no puede despacharse por fanatismos políticos y/o religiosos. Unos la defienden por considerarla no solo como protectora de la voluntad de una persona que sufre por una enfermedad sin posibilidad de curación sino que la definen como una acción que preserva la dignidad del ser humano. De otro lado, los detractores básicamente arguyen que absolutamente nadie tiene poder sobre la vida ni decisión sobre la muerte y que contraviene con la dignidad de la persona.

Así que la palabra clave aquí es la dignidad, algo tan abstracto como cierto. ¿Pero en cuanto el ser humano es nacido libre y con valor primigenio, no deberá entonces conducirse libremente durante el transcurso de su vida, siempre y cuando no haga daño o perjudique a otros? ¿Decidir la propia muerte no es un ejercicio también de libertad o debemos estar sujetos a una voluntad superior, que se nombra de tan distintas maneras? ¿Las personas que sufren por una enfermedad incurable tienen que padecer el dolor y la agonía como alegoría de una dignidad férrea? Estos serían solo algunos cuestionamientos serios de un debate que pienso necesario.

Considero que es tanto nuestro temor a la muerte que parece tenebroso hablar de ella. Pero es cuando se presentan estos casos que recorren las noticias mundiales que vuelve como un balde de agua fría nuestra delicada realidad.

Es aquí cuando creo que la tanatología debe hallar su lugar en nuestra sociedad como método de educación y modo de contribución a unos seres que nos resistimos a morir.

Crédito foto: andrew and hobbes, www.flickr.com, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by-nd/2.0/)