Un Taíno en Ouagadougou

Creativo

Burkina Faso: aquí me encuentro

Este texto, es una parte de mi experiencia como nativo caribeño en tierra ancestral africana. Empecé a escribirlo hace meses, cuando escucharon hablar por primera vez de Ouagadougou en la televisión boricua durante el verano 2014. Desapareció misteriosamente un avión que viajaba desde la capital de Burkina Faso hacia la capital de Argelia, con todos sus pasajeros y tripulación. ¿Recuerdan? Luego de eso, tal vez escucharon hablar del ébola, un virus altamente contagioso que se ha propagado en varios países de África del Oeste.

Por suerte en Burkina Faso, al día de hoy, no hay casos reportados y se espera que no hayan. Sin embargo, nada ha sido tan impactante como lo que ocurrió la semana pasada: una revolución popular express. Eso seguro lo vieron en la televisión. El pueblo se levantó contra un dirigente irreverente en tres días de protesta, y ya hoy, lunes, todo está en calma. El sábado mismo, miles de jóvenes salieron a las calles a limpiar la ciudad luego de las manifestaciones. Una revolución increíble por su organización y relativo pacifismo. Falta por ver cómo evoluciona el asunto, pero este proceso ha sido histórico y constituye un ejemplo de apropiación ciudadana de los procesos políticos y sociales para toda una nación.

La Vida, muchas veces te propone experiencias cotidianas que vienen con enseñanza. Por lo general, no hay equivocación. Uno está ahí para aprender, algunas veces para llorar, la mayoría de las veces para reír. Todo está en el punto de vista, que viene cargado con memoria bio-cultural. La mía viene con ascendencia taína, negra y europea, un clima súper tropical, con cascadas y alcapurrias, salsa con reggae, aceite de oliva y guarapo de caña, inclusive un poco de monte con mar. ¿Mi punto de vista? El Caribe.

Llegué a África por primera vez en julio de 2013. Jamás pensé que ese movimiento se daría tan sólo diez años después de habérmelo planteado. En mi adolescencia recuerdo hablar de repatriación al continente negro, a la Tierra Madre, Sión... Mamá África. Pero así fue y cuando se me presentó la oportunidad de estudiar con familias campesinas en el desierto, acepté. A la vez, me pregunté si no podía o debía quedarme en el Caribe, y al mismo tiempo ansiaba descubrir el otro lado del Océano Atlántico. La decisión no fue sencilla pero es la que fue. No sabía lo que me esperaba. Ni tan siquiera sabía dónde estaba ubicada exactamente, pero a pesar de todo me fui pero nos fuimos a descubrir esta nueva nación.

La primera vez, fue la más intensa yo creo. Sin duda, África te transforma física, mental y espiritualmente. Es un combo, todo con nada. No hay mucho recurso financiero, pero te ofrece todo tipo de lecciones. Constantemente te provoca reflexionar sobre los capítulos importantes de tu vida: de dónde eres, a dónde vas, tu familia, tus padres, tus hijos, tu relación con los demás... y tu relación con Dios. Todas las primeras son más o menos fáciles de contestar, pero la última resulta complicada pues, aunque le proveas a tu interlocutor una respuesta estándar, la respuesta verdadera, la que resuena en tu corazón se va madurando y volviendo más clara en la luz del continente africano. Lo que quiero contarles hoy, es un poco de todo eso.

Los ancestros

La leyenda cuenta que los habitantes de la actual zona geográfica de Burkina Faso son descendientes de la princesa-guerrera Yeninga y el cazador de elefantes Riaré. A finales del siglo X, el gran jefe Nédéga, padre de Yeninga, reinaba en una zona de la actual Ghana, donde estalló una batalla sangrienta. Durante el enfrentamiento, el caballo que montaba la princesa-guerrera se fue corriendo con ella sobre su lomo y se refugió cerca de un bosque llamado Bitou. Allí, Yeninga conoce a Riaré, quién fue el único sobreviviente. Juntos, engendran varios hijos que, al llegar a la adultez, deciden instalarse al norte y fundar el Reino de los Mossi. Entre los hijos, el primogénito se llamó Ouédraogo, que significa potro, nombre alusivo al caballo de la princesa-guerrera que permitió la unión de sus padres.

La ubicación geográfica del Reino Mossi se consolida entre finales del siglo XII y principios del siglo XIV. La estabilidad de esta civilización y la paz que conoció vino a ser perturbada en 1896 con la llegada de los colonos franceses cuando la milicia francesa invade Ouagadougou, la actual capital Mossi. No es hasta 1960 que esta región verá su independencia al fundarse la République de la Haute-Volta, re-bautizada en 1984 Burkina Faso.

Transgiversada, la cultura Mossi resiste a través de su idioma, el Mooré, y sus tradiciones ancestrales. Resiste, a pesar de la imposición del francés como lengua oficial y de las instituciones coloniales extractivistas de las riquezas del país, en particular el recurso humano. Aquí hay una mayoría musulmana y un gran grupo cristiano, aunque todos de una manera u otra, son animistas. Como nuestros jíbaros-Taínos, los animistas Mossi, invocan a los ancestros como mediadores en los procesos que este plano físico nos presenta. Eso también me recuerda nuestra herencia Yoruba. ¿No será los Yoruba, los que reconozco? Después de todo, la Santería es de Benín.

Dicen que de África del Oeste nos llegaron como esclavos al Caribe. Pero aquí yo no veo si no hombres y mujeres dignos, guerreros y guerreras, ante los impostores y el clima adverso. Pueblos, triunfadores, siempre con una inmensa sonrisa por delante. Precisamente, la Princesa Yeninga fue honrada la semana pasada, cuando con voz unitaria, sus hijos e hijas reclamaron los derechos de un pueblo.

Afirmación cultural

¡Yo soy boricua, pa’ que tú lo sepas!” ... Esa frase, tan común para afirmar nuestra identidad en Borikén, resulta complicada de declarar en estas tierras. La tez clara hace que confundan a uno con cualquier europeo francés que viaja con mucho dinero. Te llaman blanco en la calle o más frecuentemente nazara, dejándote entender que eres diferente y hasta los boricuas más trigueños, por más bronceados, serían considerados simple y llanamente, blancos. Yo, aunque tengo la piel blancuzca por mi herencia genética entremezclada entre europeos y nativos caribeños, nunca me había considerado un blanco. Yo de verdad nunca había sido blanco. O sea, por lo menos, nunca se me había descrito con tal adjetivo fuera de África. Siempre había sido el exótico, el caribeño, el rasta, pero jamás blanco.

“Yo conozco la bomba, leo poesía negra de Luis Palés Matos, me reúno con rastas, yo soy africano” me decía yo, “esta gente me llama blanco y no se dan cuenta de dónde vengo”. Al principio sí que me enfadaba, cuando te lo repiten en las calles una y otra vez, personas de diferentes edades. Me daba una rabia, que no se me parecía, no me reconocía. Fue de los primeros choques culturales que tuve, no sólo con África, si no, conmigo mismo.

Un día, ya luego de varios meses con ese sentimiento en el pecho, tuve la suerte que alguien me explicara los hechos. “La gente no te está discriminando, te llaman nazara porque están contentos, los niños casi nunca tienen la oportunidad de verlos”. A partir de ese instante, África sólo podía dibujar sonrisas. La mejor terapia. Sinceramente, yo nunca había reído tanto. Aquí todos los problemas se toman a manera de chiste. Los conflictos son rápidamente apaciguados con una broma, a veces a través de un intermediario de la familia, pero al final, todo con una sonrisa. Increíble, qué fuerza tiene este pueblo para la lucha. Nosotros que tenemos todo y nos damos el lujo de estar tristes, y esta gente que tiene poco, siempre tiene un toque positivo que les sirve para seguir adelante.

Otra cosa interesante: soy de una isla. Eso de explicar mi proveniencia caribeña-isleña deja perplejo a los Mossi que sólo conocen grandes extensiones de tierra donde el agua es rara, a menos que no caiga del cielo. Eso de vivir rodeado de agua, no tiene constancia en una zona árida donde el Oceáno Atlántico está a miles de millas a la frontera con los países como Senegal, Costa de Marfil, Ghana, Togo, Benín. El transporte de aquí allá es a pie, en bicicleta, motora o autobús, pero eso de volar sobre el mar y eso de que existan tierras lejanas que no sean Francia, son cosas que a los Mossi les parece inverosímil. Siempre es un reto. Entonces contesto que soy mestizo, mezclado, que algo de africano tengo y que nativo caribeño me siento.

Uno de los momentos más bonitos que experimenté estando en una aldea en Burkina Faso, fue cuando los ancianos con quién compartí le explicaban a los más jóvenes sobre mí: “bueno, él es blanco pero no es blanco como los otros, es africano; sus abuelos fueron esclavos y es posible que hayan nacido en nuestra aldea...” Entonces, todas las puertas se abrieron.

Suelo-cemento

Aquí hay dos estaciones: una seca y la otra húmeda. La época seca dura ocho a nueve meses y es bien calurosa mientras que la época húmeda es un poco más fresca por las lluvias que caen de junio a agosto. La primera vez que fui a visitar familias campesinas, apenas comenzaba la época de siembra porque las lluvias se anunciaban tímidas . El suelo aún estaba seco y duro, tan duro que parecía cemento. No entendía cómo podía ser. ¿Cómo estas familias lograban cultivar suficiente comida para todos, en estos suelos desprovistos de materia orgánica?

De repente es cemento, de repente se siembran, increíblemente, cuando las lluvias se instalan, estas tierras arcillosas, rojas como las de Utuado, florecen granos y hortalizas que pueden alcanzar dos a tres metros de alto. Además las vacas se ponen gorditas y un número de personas comienzan a comercializar leche fresca. Increíble, los contrastes seco-húmedo son contrastes del paisaje que sólo tierras áridas te pueden ofrecer. La diversidad de plantas no es inmensa. Hay bastantes árboles frutales de por sí y muchos arbustos a través del año, y con las lluvias se cultiva sorgo, milo y maíz, intercalados con frijoles, maní, ajonjolí y flor de Jamaica. Ocasionalmente encuentras papayas y mangos en los jardines.

De la composta y el estiércol, casi todo se aplica en los campos, y muchas veces no es suficiente para abonar los cultivos. Algunos campesinos utilizan arbustos para restaurar los suelos. Es apasionante ver las distintas técnicas. Los campesinos, complementando el estiércol, cortan las ramas de ciertos arbustos y en vez de quemarlas, las aplican sobre partes del campo. De esta forma atraen ingenieros del suelo que vienen a alimentarse de las ramas y hojas sobre el suelo mientras el campesino aprovecha todo el trabajo que esos mismos organismos realizan bajo el suelo. Parchos “cansados” de la finca, ahora son productivos gracias al triángulo conocimiento campesino con ramas de arbusto y termitas. ¡Una simbiosis sinigual!

Back to Africa!

Vivir una revolución en tercera persona, desde la casa, por la radio no es lo mismo que vivirla en pleno, pero lleva a reflexionar mucho sobre las ideas y los métodos de lucha por la paz y la justicia social. El proceso ha sido enriquecedor y sobretodo una lección de civismo para el resto de la humanidad... El pueblo habló, gritó, quemó y limpió las calles... Desde Burkina Faso he descubierto que la Vida es misteriosa y que la humanidad es sencilla. No hay diferencias de razas, más bien de puntos de vista. Pero, la Tierra es una y donde sea que uno pueda cuidarla, vale la pena intentarlo. Tus raíces son únicas, tus pensamientos son múltiples y tu actitud define el trayecto.

Crédito foto: Elvert Barnes, www.flickr.com, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/)