Ni oro, ni amor

Creativo

Entidad – Duppies: en la tradición de Jamaica. La sombra de una persona muerta un espíritu muy temido. Se les puede invocar arrojando monedas y ron en las tumbas...

[…]Somos pues como troncos de árboles en la nieve. En apariencia yacen apoyados en la superficie, y bastaría un leve empujón para poder apartarlos. No obstante están sujetos firmemente al suelo. Aunque cuidado, también esto es aparente […]

Frankz Kafka / Los Arboles

No me contestas. En realidad, no me importa. Hoy es el gran día. Esto le decía a su hermana en imponente tono. Ella, como hermana menor  había vivido toda clase de vejámenes. Fechorías que disfrutan los hermanos mayores cuando se trata de dejar en claro su supremacía. Desde buscar en la ropa sucia de su abuela unas  medias malolientes y ponérselas en la cara mientras dormía, hasta atormentarla con cualquier insecto raro.

Hoy sin embargo, el lucia diferente. Se había bañado sin protestar. Se había cepillado su cabello crespo. El mismo que muchas veces su madre había cortado por alizar los nudos que se le formaban. ¿Qué  me estas mirando?, le increpo.  ¿Qué te pasa? Ya yo soy el hombre de esta casa.  Muévete que voy de prisa, niña tonta, tonta, tonta. Le gruñó.

Emprendió su camino. Solo pensaba en cómo le diría a Clara que la amaba. Eran primos y algunos miembros de la familia decían que esto sería un gran pecado. Caminó calle abajo. Habían quedado en encontrarse esa mañana frente al desagüe de la quebrada del barrio. Allí Clara tenía la absurda idea de que encontrarían oro como en las películas de  Clint Eastwood,  que ella solía ver con su padre.  El  llegó a la quebrada, y allí estaba ella.  Un Mahón cortado a la altura de las rodillas y una camiseta grande. Parecía un niño.  Ambas piezas de ropa, herencia de alguna prima mayor a la que ya no le quedaban. Su cuerpo delgado y su cabello dorado en las puntas recogido con una cinta color azul que antes había ceñido un vestido de su abuela. Una amalgama entre ángel, demonio y niña reciclada.

Por aquí, le grito Clara, con sus piernas medio sumergidas en aquella agua mal oliente. Sus manos llenas de fango frotaban una de las piedras con caricias fuertes que al verlas él deseaba. Basura flotaba y excremento humano y de alguno que otro animal también la acompañaban.   Entre tanta pestilencia y despojos, ella resplandecía como una celestial aparición. Sus pies sumergidos le recordaban una de las imágenes de la virgen a la que su abuela le rezaba.  Estaría dispuesto a idolatrarla para siempre.

El acerco sus manos a la roca que frotaba Clara imitando sus movimientos. Sin percatarse, ambos entonaban la canción que daba comienzo a las series televisada de vaqueros que veían los mayores. De seguro encontraría oro, pensó él. Aunque a estas alturas ya no era importante. Se sentía pleno con el roce de aquellas manos sobre las piedras. El viento comenzó a soplar fuertemente. El cabello de Clara le cubría el rostro y le dificultaba la faena. Gentilmente él se lo aparto del rostro. Gracias viento, pensó. Levanto los ojos para ver un esplendoroso cielo turquesa. Podía morir en aquel momento. Ya era totalmente feliz. Pero el viento que hasta ese momento había sido su aliado le trajo el sonido de voces que se acercaban. Clara metió su mano en el bolsillo del pantalón y saco una brillante moneda dorada. Le pidió que la arrojase al agua pues había oído que de esa manera tendrían suerte. El oro atraerá mas oro decía, mientras le sonreía coquetamente. De nuevo escucharon las voces, esta vez más cercanas, más descifrables. El se acerco a Clara pensando que ella tendría miedo. Pero al sentirse rodeada por sus brazos lo miro con furia a la cara y lo empujo contra las piedras. Cuando levanto su cabeza de aquel charco sucio pudo percatarse que su abuela y su hermana lo miraban y se reían. Gritándoles. Suban,  que esas aguas donde están metidos están llenas de suciedad.