Perdonadme: cautiverio autoimpuesto por 33 horas en “Oscar hecho de poesía”

Justicia Social

A Oscar, Norberto y todos los cautivos de la injusticia del mundo

La convocatoria había sido hecha por Poetas en Marcha y estaba decidida a participar, pero ¿cómo? Pensando en libertades y encierros, evoqué un primer cautiverio autoimpuesto por tres horas que había llevado a cabo en el 2012 por ser un tema que me persigue y me obsesiona, en fin, me duele. Así que determiné que debía retomar el miedo y enfrentarlo, esta vez por 33 horas. De esta manera, me encerré en una frágil celda sin techo ni paredes, solo hecha de barrotes, 6x8, semejando en sus medidas a la que habita el preso político puertorriqueño Oscar López Rivera en una prisión en Estados Unidos.

Había llevado conmigo dos mudas de ropa y elementos básicos de higiene, además de un baño portátil, una libreta y cuatro libros. Reconozco que de estos últimos, entre los que se encontraban Cautiva de Clara Rojas, La pasión según G.H. de Clarice Lispector, un libro sobre el arte del performance, fue el poemario Persuasión de los días de Oliverio Girondo el que hojeé y del que leí a los asistente desde “prisión” ¡Azotadme! y Gratitud. Por lo demás me fue imposible leer, incluso la reflexión final que compartiré con ustedes en esta nota fue parida con suma dificultad; eran demasiadas las estimulaciones externas: recordemos que fueron 33 horas de poesía ininterrumpida, más de cien poetas; gente llegando, otras yéndose; amanecía, atardecía, ocurría la noche.

En fin, las siguientes fueron mis palabras finales que nombré de reflexión antes de salir de la celda, y que leí con ojos llorosos, paradójicamente opuesto a lo que refería el escrito. Se lo dediqué a todos los asistentes, pero especialmente a Mercedes, hermana de Oscar, y a Clarissa, la hija, allí presentes.

Creí que hubiese no querido parar de llorar; pido perdón, me he vuelto seca. Mi techo era el regazo de árboles, mi trinchera la abismal bandera, mi baño, la lluvia que llegaba de un lado. Las ausencias supuestas de un 6x8 fueron los besos de los amigos puestos entre los barrotes. Pido perdón por este simbólico acto tan nimio, que me llena de la vergüenza del acto injusto, breve, que ha violentado la amplitud de los años ajenos. He querido llorar por mi infame desenfado a enclaustrar mi blancura en el vaivén de una fragilidad a punto de quebrarse ante la bofetada del aire. Pero sigo árida, desértica, sin poder nombrar la libertad desde mi lengua usurpadora. Pido perdón; al menos hubiera anhelado llamar a mi patria en el simple gesto de alborotarme la falda donde se esconden todas las desnudeces de mis días que algún viernes creyeron ser prisioneras de trenes llenos de gente con hambre, de haber salido de los hornos del terror. Y hoy, un sábado repentino de un raro invierno de noviembre ya soy la libre que siempre he sido. Oscar, Norberto, todos los cautivos de la injusticia del mundo, perdonadme mi pobre revolución. Solo tengo un leve dolor en la espalda baja de mi añejada condición.

Renia

(La reflexión continúa; ¿será que el País también está injustamente cautivo?)