Puerto Rico y su cultura del juego

Economia Solidaria

Esperando a que me atendiese el médico en la sala de espera de una oficina cerca de una zona turística me entretuve hablando con una señora mayor sobre varios temas. Ella tenía un sentido de humor privilegiado, pero me dejó pensando cuando me dijo que una vez saliese de la oficina del médico iba a ir al casino de un hotel cercano a botar su dinero en las máquinas de juego. Por poco le imploro que no lo hiciera, pero la verdad es que el asunto no era de mi incumbencia.

Al otro día leí en la prensa que acababa de haber “un rudo golpe” a las máquinas de juego ilegales. Se trataba de una intervención con varios negocios que operaban máquinas de juego sin tener licencia. No solamente eso, sino que estos negocios pagaban menos de lo que les correspondía. Acompañaba a los varios artículos de prensa una fotografía de la plana mayor del Departamento de Justicia posando solemnemente detrás de un micrófono. El mensaje que se desprendía de la noticia era que esto debía ser un asunto de gran importancia. Se confiscaron 431 máquinas que no tenían licencia. El gran afectado, se recalcó, era la Compañía de Turismo, bajo cuya tutela están los casinos de los hoteles.

Entiendo lo de las licencias y lo de la reglamentación. Máquinas ilegales hay por doquier. En cualquier negocito de marquesina uno puede encontrar una máquina tragamoneda. Ha visto reportajes en que los dueños se defienden alegando que las máquinas no pagan premios, por lo tanto no hace falta licencia. Sí, como no, y la luna está hecha de queso.

En cada intervención de esta índole siempre hay un funcionario gubernamental que le recuerda a los periodistas que estas máquinas clandestinas atentan contra el turismo, y que parte del dinero recaudado va hacia el sistema de la Universidad de Puerto Rico. Procedí, por mera curiosidad, a dar una vuelta por un casino de un prestigioso hotel. Vi toda clase de personas jugando. Pero en la sección de las máquinas de juego vi a mucha gente de la tercera edad. No me tenían facha de turistas.

Sé que entre el 2010 y 2011 se confiscaron 581 máquinas tragamonedas ilegales, y que esta intervención representa un éxito para las autoridades. Las ganancias de estas máquinas sobrepasan los $5 millones. Reconozco el problema de un Gobierno en reglamentar estas máquinas. Se habla mucho de los truhanes que operan estos negocios, pero nada se dice de las verdaderas víctimas, quienes muchas veces son la señora con el gran sentido del humor que conocí en la sala de espera. El decirme que estas máquinas hay que reglamentarlas y que atentan contra el turismo y la educación me deja igual. Es más, me molesta. ¿Por qué tenemos a una generación de ancianos tirando el dinero en unas máquinas tragamonedas? Me acuerdo claramente cuando una instrumentalidad de Gobierno tuvo una campaña en contra del vicio del juego. No se envician todos los jugadores de las tragamonedas, pero todos botan su dinero. Una tarde ante una máquina taragamondeas se convierte en una herida autoinfligida cuando se vacían los bolsillos.

Además, podríamos hablar de la Loto, del Pega Tres, Pega Dos, de la lotería tradicional y en meses recientes, una lotería norteamericana cuyos premios, de acuerdo a la publicidad, son inusualmente altos. Además, cada vez que hace falta levantar fondos, al Gobierno se le ocurre crear un juego de azar nuevo.

No estoy proponiendo que cualquiera que juega una lotería es un adicto al juego, pero ante las probabilidades de ganarse un premio es mejor mantener sus monedas seguras en su bolsillo.

Crédito foto: HM Revenue & Customs, www.flickr.com, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/)