Evocar la magia navideña: no debe ser fugaz

Cultura

No sé si es el olor a pino o la figura del viejo vestido de rojo. No sé si son las luces de colores que cuelgan del árbol de Navidad. Por otra parte, no sé si lo que hacía tan especial a Santa Claus es que traía más juguetes que los Reyes Magos, pero el día 25 de diciembre siempre ha encendido una antorcha en mi corazón.

No solo era Santa y los juguetes; era ir a misa a adorar la memoria del niño Jesús, figura que todavía significa mucho para mí, un agnóstico (no me atrevo decir ateo) que siempre está buscando la llave a la espiritiualidad. A veces, la mayor parte de las ocasiones, me doy cuenta que no creo en nada, pero algo en la figura del niño Jesús despierta algo en mí. Si fuese a unirme a una iglesia actualmente, no sería un templo budista sino una iglesia de cualquiera de las denominaciones cristianas. Todavía veo en Cristo una figura para emular. Todavía vibra en mí una corriente de energía cuando lo veo crucificado, no importa cuán humilde sea su imagen. 

Por eso no puedo ser totalmente cínico y decir que los niños quieren más a Santa Claus sobre los Tres Reyes Magos porque trae más juguetes. Parecería, pero en mi caso había otras cosas más importante que los juguetes. Veo todavía imágenes entrando a la casa de mi tía donde en un enorme patio me reuniría con mis primos a correr, saltar y reír. 

Había primos que eran mis vecinos, pero había otros, muchos más, que los veía una vez al año, el día de Navidad. Los juegos que nos entretenían parecían llevar magia a nuestros corazones infantiles. Después de todo, los habíamos encontrados debajo de los árboles de oloroso pino que antes casi toda la gente en el área metropolitana de San Juan compraba en honor a la Navidad. La madrugada del 25 era magnífica. Mi hermana me despertaba de madrugada para que viese los regalos que nos había dejado Santa Claus debajo del árbol. Era una alegría que solo la comprenden los niños.

Cuando me toque, hablaré sobre la magia de los Reyes Magos, pero puedo decir que aún cuando había dejado de ser tan inocente, las reuniones en casa de mi tía y las misas de Navidad no dejaron de tener una gran significación para mí. La imagen de Jesucristo significa hermandad que se puede palpar. Es algo que hermana a los seres humanos, especialmente los que están en temprana edad, más allá de las golosinas y el lechón asado y morcillas de las mesas navideñas de Puerto Rico. 

Entonces estaba el olor a pino que expedía el árbol. Abajo se colocaba un pesebre en miniatura, una figura de la Virgen María, José y los Tres Reyes Magos, junto con una variedad de animales. 

Han pasado tantos años. Le he perdido el rastro a muchos de mis familiares que compartían conmigo esa felicidad en ese día tan especial. Muchos han muerto, pero en la muerte es que desemboca la vida. El 25 de diciembre es para celebrar la vida; es un momento fugaz de hermandad y amor. Mirando al mundo alrededor me pregunto por qué esa sensación casi mística tiene que ser tan pasajera.

Crédito foto: Keoni Cabral, www.flickr.com, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/)