No quiero mencionar la palabra violencia

Justicia Social

Escribo del lado de una lamparita de noche y de las “Maneras de vivir”, de la escritora y periodista española Rosa Montero. Pero más que nada narro desde la evocación reciente de un cine claustrofóbico y no porque fuera pequeño e incómodo; todo lo contrario, tenía el esplendor del lujo que solo puedes darte cada seis meses.

Pero es que esos espacios en los que observamos con relojes atentos cientos de imágenes, siempre me han parecido provocadoramente una caja de zapatos. Sin embargo, fueron los “Relatos salvajes”, película argentina tan nombrada en estos últimos días, la que me movió a articular la parálisis de mi cuerpo unas dos horas sobre una silla. Nadie en el cine pudo ni tan siquiera prever mi ambivalencia: necesitar quedarme queriéndome marchar (y es que algo, hasta ese momento innombrable, tenía que ver/entender, quizás).

 

Y en esta noche que leo los artículos de Montero, de temas tan dispares como la vida: la muerte o la eternidad, el sexo, la literatura, los sueños, la infidelidad, los años nuevos y los que se despiden, no puedo más que contar, pero no con una intención crítica-cinéfila, sino con la leve angustia del que ha ido a parirse a una butaca de cine. Parirse con dolor, con el ligero cosquilleo de lo que pronto encarnará, con todo lo que puede conllevar traerse por sí mismo al mundo. (Hay algo en las películas que como en los sueños es una especie de reencarnación, de vida paralela, de poco o mucho que nos pertenece).

 

Los “relatos salvajes”, esos breves cuentos de la violencia (el tráiler no engaña ni omite ni se desparpaja en ostentaciones; es lo que es, como la película misma), son al igual que las “maneras de vivir” la conocida cotidianidad. Pero en los “relatos” hay algo o todo del extremo de la violencia, de la chispa que impera en nuestras relaciones, en nuestras comunicaciones diarias siempre dispuesta a estallar, pero que en nuestro caso -quiero pensar- ha concluido con nota sobresaliente el curso de autocontrol. Sin embargo, en los “relatos” todo ensordece, retumba, puede volverse cruento o chamuscado o ponzoñoso.

 

Y entre los “relatos” y las “maneras de vivir” se confunden las ideas y me pregunto cuándo escogimos la parte de la vida que nos separa de los demás, porque es ahí, en esa escisión, en esa grieta que nos distancia del ser que es el otro, de su esencia, de su yo único, donde las repetidas cotidianidades se van deshilachando primero en rupturas de pluma (de “panache”, como menciona Montero), que pueden ser cosidas, aliviadas, o por el contrario, convertirse en implacables, feroces y arrebatas a las que no hay costura que valga.

 

Quisiera decirte, decirme, es más, quiero hacerlo: invitarnos a un cónclave de manos veloces y que cada uno con una ligera plumilla desapareciera las fisuras, sus fisuras diarias, con otra clase de chispazo, uno que como imán atraiga en vez de expulsar. Cómo se hace... No lo sé. Tal vez pariéndonos un día tras otro, sin acumular viejas condiciones y condicionamientos y patrones. No se ría de la violencia, duélase y vuélvase a parir cuantas veces sea necesario.