Los tres Reyes Magos: una tradición que no se debe olvidar

Cultura

Cuando era pequeño estaba fascinado con los tres Reyes Magos. El pesebre debajo del árbol de Navidad, directo desde Canadá, era algo exótico. Me colmaban de curiosidad los tres señores barbudos, con sus coronas y vestimentas bonitas aproximándose al pesebre.

Santa Claus traía muchos regalos, pero todavía esperaba ansioso el seis de enero cuando ponía una caja con yerba para que los tres Reyes Magos me dejasen sus obsequios. Mis padres al parecer dejaban los regalos más preciados para el día de los Reyes Magos. Todavía recuerdo la emoción que sentí a los seis años cuando abrí los ojos y vi aquella bicicleta mágica con su color verde metálico.

Era también un día en que se celebraba la santidad del niño Jesús. La misa era de rigor. Parte del rito de ir a misa era someterme a la confesión. Un día de Reyes, poco después de mi primera confesión, me puse muy nervioso aguardando mi turno. Entré a la casilla de confesión y confesé con voz temblorosa lo que se me ocurrió al cura de turno, pero la voz al otro lado, que tenía un acento español, estaba llena de bondad. Me salí con la mía con una leve penitencia.

Todo lo que conllevaba la celebración de los Reyes me era fascinante. Había que buscar la yerba para ponerle en la cajita de zapatos que me daba mi padre. El agua para los camellos siempre era una preocupación: ¿un tazón pequeño lleno de agua sería suficiente para tres camellos que se transportaban por el universo?, preguntaba. Había leído sobre los camellos en la escuela y sabía que en sus jorobas almacenaban agua. Era el animal perfecto para un viaje largo. ¿Pero un tazoncito de agua daba para los tres? Me acuerdo cuando me levanté a los quince minutos que mis padres me mandasen a acostar y cambié el tazoncito por una olla grande. Gran placer fue ver la olla vacía en la mañana.

Llenar la cajita de yerba era también otro proyecto. Un año, mi hermanita botó la yerba que había recogido en el patio porque estaba seca y “a los tres Reyes Magos se les pone yerba verde”. Algo que me gustaba era que yo tenía otro día adicional de magia que mis amigos norteamericanos no. Ellos consideraban exótica la tradición de celebrar a tres hombres en camellos transportarse por el universo. ¿Pero acaso Santa Claus no viaja por los aires con sus renos?

Me acuerdo cuando era adulto y ya y trabajaba en San Juan en una publicación de habla inglesa y un texano entró a la sala de redacción y pronunció estentóreo que la Epifanía no se debería de celebrar porque era “una celebración pagana”. Tomando el rol de misionero le sugerí que le diese un vistazo al Nuevo Testamento, y que en el largo trecho entre Texas y Puerto Rico había lugar para diversidad de costumbres.

¿Me han de creer que ese año a sus niños pequeñitos le dejó yerba debajo de la cama ese día de Reyes? Eso sí, se le quedó el agua, pero nadie es perfecto.

Hay algunos cínicos que postulan que ya eso de celebrar los Reyes Magos está de más. Vociferan que ya Santa deja todos los juguetes que los niños necesitan. Que pena que piensen así. Les digo que por lo menos pongan un pesebre debajo de su árbol de pino para que los hijos tengan presente que la Navidad y que la Epifanía son más que una época para consumir alocadamente.

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