No a la cultura de la destrucción y el terror: la memoria histórica

Cultura

Los lamentables y deplorables sucesos en las oficinas del semanario parisiense Charlie Hebdo, merecen el total repudio. No hay forma de entenderlos, justificarlos, comprenderlos. Son simplemente repudiables. Desde los avances de la humanidad a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, se estableció una cultura que con claridad nos permite entender lo que podemos definir como actos repudiables y no aceptables. Todo el ordenamiento jurídico internacional que surge a partir de dicha guerra, nos permite tener parámetros de gobernanza mundial entendibles, aceptables y defendibles por todos.

En esta medida es importante hablar de que el acto de cometer acciones de terror, o para aterrorizar a una población civil indefensa, no es aceptado. El acto de rebelión, de ir a la guerra, de luchar bajo las normas del derecho internacional, en particular la Convención de Ginebra de 1949, es entendible.

Por lo tanto, ir dos personas y asesinar de forma despiadada a periodistas, policías y otros ciudadanos, solo porque no coinciden con las ideas de ellos expresadas en un periódico, no es aceptable. Nuestro entendido jurídico internacional, así como nuestra cultura universal, debe llevarnos a entender que la violencia de este tipo debe ser de su faz impugnada y no aceptada.

A lo anterior se suma la historia de los pueblos. La historia del pueblo francés ha estado muy ligada al concepto de libertad. Los pensadores libertarios, en lo social y lo político, emanan de los siglos XVII, XVIII y XIX de las múltiples Francias.

En esta medida, es válido entender la respuesta inmediata de dicho pueblo de valorar su sentido de libertad, sentirse violentado en su sentido del ejercicio de su derecho a la libertad de expresión y, sobre todo, que otra forma de pensar cultural, en este caso el fundamentalismo islámico, quiera limitarle en su derecho. No es fácil decirlo, pero tampoco es fácil vivirlo. Los pueblos son, en parte, un recorrido de su memoria histórica. De esta forma, el pueblo francés, que son muchos pueblos hoy, tiene una memoria histórica de una revolución y de enarbolar la bandera de la libertad.

Dicho lo anterior, como parte de la humanidad, creo que lo importante es reclamar para todas y todos los derechos a la libertad del ser, del pensamiento y de la expresión. Asumiendo los postulados de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, como documento base, debemos llorar a los muertos de Francia. Pero también recordarnos que la mayoría de los actos de terrorismo hoy suceden en pueblos distantes y no reconocidos como significativos, como lo son Pakistán, India, Yemen, Irak, Nigeria, Somalia y Siria.

Atesoremos la cultura del respeto a la libertad. La de todos y todas en el planeta Tierra. Que esta forma de ver el mundo se convierta en parte esencial de nuestra memoria histórica.

Crédito foto: Valentina Calà, www.flickr.com, bajo licencia de Creative Commons (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.0/)