Para escribir hay que saber olvidar

Justicia Social

Solo la mano que borra puede escribir la verdad”,
Eckhart de Hochheim
filósofo alemán

Pienso cómo iniciar esta nota y confieso que desde la silla de escritora y periodista me es sumamente difícil; es más, la cita que aparece como preámbulo no hace más que aumentar la complejidad, una vez que puede tener como casi todo en la vida, más de una interpretación. El que escribe, ineludiblemente, también tiene que dejar atrás, echar por la borda páginas y páginas redactadas para lograr un mínimo de comprensión de su oficio y del universo que intenta dar vida.

No es esto un recurso de la autocensura porque no hay en sí juicio ni condenación sino el entendido de que la mente que procesa un sentido, no necesariamente lo provoca a la primera. Es más bien deshacer lo hecho para asumirse verdaderamente en “inventor” de la(s) realidad(es); el indefectible principio de que quizás hay algo superior a la ejecución de escribir y este es su porqué. ¿Para qué escribimos?

Quizás no debiera ser tan complicado redactar unas cuantas líneas sobre el arte de escribir que es en todo caso una manifestación hacia el mundo, ya que de antemano incluso nuestra Constitución cobija la libertad de palabra y prensa, y de más está decir que la Declaración Universal de Derechos Humanos protege la libertad de opinión y expresión en su Artículo 19. O sea, que nuestro deseo de “poner en palabras” no ha sido nunca un capricho y sí una necesidad. Si nos dejáramos llevar por la tan conocida pirámide de la jerarquía de necesidades de Maslow, seguramente escribir no únicamente cabría en las sociales sino en las superiores como la autorrealización.

Pero la pulsión de visibilizar el pensamiento debe conllevar, como mínimo, un análisis radical, feroz, en cuanto que la pluma que decide erigirse como testimonio tiene ante sí una herramienta que late, que vive, que respira, y en ella un poderosísimo instrumento vital o un arma letal. Y es que la verdad, ese concepto tan escurridizo, pero franco, requiere una indagación profunda no solo en el proceso de sentir y pensar para sí sino también un “desdoblamiento”, una experiencia casi mística que permita al que escribe hacerse de “todas” las verdades, las certezas, que por supuesto incluye a los demás.

Con las letras vamos colocando las piezas del puzle del mundo que queremos ver y es ahí donde configuramos todas las posibles nociones del tiempo: la vida y la muerte. Edificar o destruir no puede ser asunto baladí, dejado a un lápiz pobremente comprometido con el asunto mayor; toda mano que escribe debe tener conciencia hasta el punto de asumirse como hacedora universal. Esta sería tal vez nuestra innegable fuente de entes creadores, desde donde nos hacemos y hacemos a los otros.

Entonces no puede asumirse ninguna libertad sin responsabilidad porque sin esta última todo se reduce a un estado de sujeción al despropósito. Y jamás podrá contraerse una libertad sin todas las libertades; no se puede ser medio libre. He ahí que el ser siempre pulsará por la existencia, porque la libertad es a lo que una bocanada de aire.

Quizás un tanto de la mano de la cita inicial, para escribir hay que saber olvidar muchas veces, quedarse amnésico innumerables ocasiones, hasta el punto que lo que finalmente se conciba sea eso, el origen, algo (re)nacido, una divinidad concreta en forma de la luz de un verbo.