Paseos con Leo 5: Miedo a la libertad

Creativo

Si me detengo demasiado tiempo a mirar el mar, nunca más podré echarme atrás. Asusta un poco la visión azul de total libertad. Elizabeth Bishop en su ensayo La prisión, comienza diciendo: I can’t wait for the day of my imprisonment. Hay barrotes de los cuales no queremos salir, la comodidad de aferrarnos con las dos manos a las barras frías y cómodas de una prisión.

Recuerdo el título de un libro de Eric Fromm, Fear From Freedom. El mar es la completa libertad, y yo le temo. No me gusta entrar en el mar. Aquí mismo desde donde intento dibujar este paisaje, he visto a dos ahogados, sí, con estos ojos. Pero ya es hora de traer al niño a sentir la inmensidad.

Hoy mi ruta no fue entre los vericuetos de la ciudad. No hay café ni una mesa cómoda donde verlo dormir. No. Estamos bajo el sol. Arena y mar. Fuerte este sol de hoy. Y cómo inventar un camino para él desde la inmensidad. Mirando la extrema belleza del mar me pregunto, qué pasaría si le perdiera el miedo. Entonces me doy cuenta. El niño casi salta de mis brazos. Algo lo distrae. Trato con rapidez de ver qué mira él. Hacia dónde se van sus ojos. Ahí están. El sol ha creado dos sombras que se mueven cuando nos movemos. Dos sombras anónimas que se impulsan con nuestros cuerpos. Él las mira. Sigue las sombras de la luz.

Por un rato indescriptible, su mirada me apasiona. Cuándo dejé de mirar aquello que atiende la luz. Cuando dejé de danzar con las sombras. Algo despierto está aquí moviéndose en la arena. Yo no lo vi, pero él lo vio. Decidí penetrar lo impenetrable. Y me adentré un poco a la orilla. Bajé al niño para que sintiera la arena. El agua se acercó llena de espumas. Estaba fría. Los vientos del norte enfrían nuestro pedazo de Atlántico. El niño levantó sus piernitas e hizo un gesto de malestar. Lo subí hacia mí rápidamente. Que no le tenga miedo al mar. Lo apreté a mi pecho. Siempre se deja. Y di vueltas sintiendo en mí una danza salvaje de libertad.

Bendita la mujer que te dio a luz entre las sombras. La mujer que decidió por ti la libertad de existir. La que te amó hasta quebrar su cuerpo para que pudieras nacer en época de sol, de plena luz. Tú y todos los niños del mundo que comienzan siendo buenos. Hoy bailo con las sombras de nuestros cuerpos, Leo, tú eres mis ojos, mis nuevos ojos que recién nacen cristalinos para ver lo que nunca vi. La luz trae estrellitas sobre el mapa de la arena. También eso lo vemos y nos conmovemos.  Cómo será el mundo cuando crezcas, qué niños te maltrataran en la escuela, qué maestra no escuchará tu parecer sobre la curva de las letras, qué madre no seré yo para sacarte de ser el próximo ahogado.

En serio me conmuevo hasta las lágrimas. Porque yo fui la madre y el padre de mí misma. Y tuve que parirme con dolor. Soy una y soy todas las mujeres que tuvimos que aprender a amarnos bien, a ser cautelosas con nosotras. Aprender a ser madres. Porque eso no necesariamente viene con ser mujer. Un día te levantas y hay algo creciendo en tu vientre. Oh, cómo aprender a no abandonar. La peor de las palabras.

Siento que con el abrazo apretado a mi pecho, me abrazo a mí misma, a la criatura que nace porque tú naces, y que en todo cuanto somos, somos uno. Que tal vez el milagro de que Dios sea, sea posible. Porque un niño nos es nacido, un niño que mira y juega con las sombras, un niño que cree en el cordel de estrellitas que nos une con el cielo, un niño como aquellos que también fuimos. Qué pasaría conmigo cuando de verdad crea en la posibilidad de la libertad, cuando no le tenga miedo al mar.