Puruco - en vías de recobrar el tiempo perdido

Caribe Imaginado

Cuando te habla su mirada salta de un sitio a otro. Le da trabajo mirar a los ojos, pero cuando su mirada cruza la tuya te encuentras con unos ojos tristes que se aguan con facilidad. Puruco no solo habla con la boca sino que sus manos están en constante movimiento como si quisiese enfatizar cada palabra que dice.

Cuando comenzamos la conversación sus manos frotan sus rodillas nerviosamente. Está en un hogar de adictos y deambulantes, uno de tantos que ha visitado en su peregrinaje a través de una vida truncada por el alcohol y las sustancias controladas. Me habla a grandes rasgos sobre como comenzó su vida a salir de su eje hasta llegar al total descontrol y caos.

Me cuenta sobre como en su casa sus padres bebían mucho y su padre abusaba físicamente de su madre. Este murió hace años de cirrosis del hígado, y te dice con franqueza y con un tono lleno de resentimiento que nunca lo ha perdonado. Lo que le hace sufrir más que otra cosa es que su madre murió hace poco sin haberlo visto sobrio y limpio de drogas. Se le quiebra la voz y las lágrimas cruzan sus mejillas.

“Yo nunca pude llenar la expectativas. Siempre la cag…ba. Y de mí se esperaba mucho”, dice pausando por un momento.

Tiene la cabeza rapada, una t-shirt y mahones desteñidos que le quedan demasiado grandes. No es un hombre alto pero si ancho de hombros. Con facilidad podría pesar unas 20 libras más y verse delgado todavía. Te cuenta como fue el primero en su familia en ir a la universidad, y sobre como era el único de tres hijos que nunca había visitado la carcel. Cuando dice esto, le da con los nudillos a la silla de madera en la que está sentado. Sabe que es por suerte que no lo han encerrado en una prisión.

“Toco madera”, dice sonriendo.

Puruco llegó a ser maestro, contratista, vendedor y hasta estudiante de leyes. Las drogas siempre se metieron en el medio de una vida exitosa. A pesar de sus fracasos y de los rápidos cambios de oficio, no llegó a aceptar a tiempo que los narcóticos le quitaron toda estabilidad.

“A veces pienso que si pudiese comprar otro truck (camión). Tu sabes, uno usado, aunque hecho leña, podría hacer mis chivitos (trabajos) todavía. Con par de pesos encima, tendría otra vida…”, dice bajando la cabeza. “Pero todo eso es bullshit. Cada vez que vuelvo a la calle es para meterme tecata (heroína) y crack. Estoy limpio un tiempo y después me pongo a beber y termino en el crack y la tecata de nuevo”.

Ya para sus años universitarios abusaba del alcohol y la marijuana, pero a pesar de esto logró graduarse y trabajar un tiempo de maestro. En un momento dado, entró a una facultad de derecho, pero no tardó en darse de baja.

“Y siempre bebí—cerveza, ron, ginebra, lo que fuese—y cuando llegue a universidad empecé a fumarme mi gallito también. Era algo como mágico. No lo había hecho antes porque no quería ser como mis dos hermanos, que ya estaban perdidos por el mundo. Yo era el inteligente, el que estudiaba, el universitario, y como estaba joven podia asimilar todo ese alcohol”.

Como maestro se encontró con unos estudiantes adolescentes que eran analfabetas funcionales. Arrancó con gran entusiasmo, decidido a corregir las deficiencias en esos muchachos, muchos de los cuales tenían problemas de conducta. Pero con el tiempo se sintió impotente y se deprimió. Encima de esta depresión se mantuvo bebiendo y comenzó a usar cocaína.

“Faltaba todos los viernes. Después faltaba todos lo jueves y viernes hasta que dejé de ir a la escuela. Me desaparecí en la calle porque ya estaba usando heroína”.

Por un tiempo se rehabilitó y se puso a trabajar en una tienda por departamentos donde fue en un año empleado del mes en tres ocasiones. “Pensaba que si me alejaba de la heroína todo estaba bien, pero seguí bebiendo y usando coca barata, de la que te pone a sangrar por la nariz. Después de tantas ausencias, me botaron. No lo podia creer, pensé que era una gran injusticia. El adicto siempre cree que sus males son culpa de otros”, dice encogiéndose de hombros.

Llegó a vivir en la calle hasta que una prima le dio albergue. Se limpió de nuevo y comenzó a trabajar con un contratista. Todo fue bien por un tiempo, pero el contratista también bebía, fumaba marijuana y “se metía perico”.

“Pronto, dejé de funcionar, y terminé en la calle de nuevo. Pero una vez que estaba ya recuperándome me compré un truck usado y me puse a hacer chivitos. Pero tuve que vender la cháchara esa para meterme drogas”.

“Yo he ido de hogar en hogar. Cuando salía caía en lo mismo de nuevo. Lo que he estado haciendo últimamente es trabajar de jardinero, cortando matojos, y con eso me mantenía aflote hasta llegar aquí. Pero vivir en la calle no es fácil. Una vez tuve un problema con otro tecato y me dió un batazo por la chola (cabeza). Desperté y estaba todo lleno de sangre. La calle no es fácil”.

Durante todo este tiempo se aparecia en casa de su madre y ella lo dejaba pernoctar y le daba dinero.

“La última vez que la ví me arrodillé, y llorando le dije que me iba a quitar y que iba a ser un hombre de bien. Ella lloró conmigo. De veras que me lo creía y estoy seguro que ella también. No pasaron dos semanas y se murió. Nunca he llorado tanto en mi vida. Toda la vida fue una santa. Lo que hizo fue coger pescozás (golpes) de mi padre. Ese si que era un hijo de la gran….”

Cuando dijo esto su expresión cambió a una de odio. Como si aquel hombre hace tiempo desaparecido tuviese la culpa de todos sus males.

De repente, sonríe. “Eso es resentimiento pai’. Ahora me he dado cuenta de que no puedo tener resentimientos. Eso me lo han enseñado en este hogar. Si yo estoy así es por culpa mía”.

No me atrevo salir de aquí todavía, pero me siento útil. Le estoy enseñando a leer a algunos de los otros muchachos del hogar. Es una sensación bien especial. Aquí me mantienen ocupado. Descubrí que soy buen concinero”.

“Quiero volver a ser maestro y asesor de muchachos con problemas. Tengo mucho que enseñar. Se de un cuarto en Santurce que puedo alquilar mientras me ganos unos pesos cocinando, y después voy a volver a las escuelas”.

Se le enciende el rostro y comienza a gesticular con alegría. Puruco ha conocido los programas de 12 pasos para adictos, y cree que siendo parte activa de Narcóticos Anónimos es que puede mantenerse sin usar drogas. Esto lo dice con alegría y seguridad.

“Aquí nos llevan a reuniones de Narcóticos Anónimos par de veces en semana. Allí está mi esperanza. Yo quiero ser alguien. No alguien rico, sino alguien que pueda ayudar a otra gente. Voy a volver a ser maestro”.

Y asiento con la cabeza y sonrío. Su alegría me ha contagiado.

De repente, pone sus dos manos en mis hombros.

“Usted tiene buena vibra. Dame un abrazo pai’”

Me abraza con fuerza y sinceridad. Esta noche me hincaré de rodillas y le pediré a mi Cristo de palo que este hombre que tanto ha sufrido vuelva a ser maestro de nuevo.