Paseo con Leo 20: Madre

Caribe Imaginado

altHoy el paseo no es hacia la calle larga que desemboca en el mar. Tampoco busca el café de árboles frondosos como filigrana que acamparía nuestras cabezas, refugio del calor de estos días de sequía. Nuestros pies no nos llevan a mirar otros deambulantes que un día de celebración como hoy estarán anhelantes y nostálgicos de aquella vez que fueron amamantados, si acaso lo fueron. No es hacia afuera el camino de este día.

Hoy la ruta es hacia su cuarto, un lugar quieto y sereno contiguo a mi alcoba. Hay caminos que llevan al afuera. Nuestra ruta de hoy lleva al adentro. Si afuera está el mundo, adentro otro universo que nos devela.

Madre tiene los pliegues de su piel envejecidos. El largo trajín de su vida, las tantas amarguras, cuántos momentos de no perdonar están inscritos en su piel. Madre apenas susurra. Lo que emana de su voz son balbuceos. La afasia nunca la dejó.

Afasia: Es la incapacidad patológica para hablar, pero más por razones neurológicas o mentales que fisiológicas, sensoriales o motrices. Trastorno del cerebro, más que del oído o de las cuerdas vocales. No debe confundirse con la aphasia de Pirrón, que podría hablar, que a veces habla, pero que ya no tiene necesidad de hacerlo. La afasia es una cárcel que nos recluye en el silencio. La aphasia, en cambio, una libertad, que nos abre al silencio.  Del Diccionario filosófico, André Compte-Sponville

Su boca cerrada es una cárcel. Madre habita su último lecho entre sábanas limpias y cuidadoras atentas. Madre ya no pasa su mano por mi cabeza. No sé si alguna vez lo hizo. Madre no me pregunta cómo estuvo mi día o de qué se tratan mis últimos poemas. Jamás lo hizo. Me trajo al mundo, hecho que alguna vez le recriminé. Ahora vive la cárcel de sí misma, escondida entre cuatro almohadas llenas de nubes sin sueños. Encendido el televisor, su cabeza se llena de otras voces. A veces me hace señas para que atienda la pantalla. Otras, para que me acueste a su lado. Madre en su cárcel de palabras musitadas hacia adentro. Se siente sola. Fue alta y guapa. Ahora es pequeñita y liviana. Su corazón la deja poco a poco. Y se tarda Dios en cesar su sufrimiento.

El niño la visita con sus cortos pasos. De las pocas palabras que ella dice, enuncia su nombre. Leo. Leo. Lo dice dos veces. Y sonríe. Hace un gesto con su cabeza para que se lo acerque y besarlo. Con sus manos deformadas por la artritis, acaricia su cabecita. El niño busca el abrazo y lo devuelve. Sus manos pequeñitas e inquietas la tocan, torso duro por su delgadez, vientre metido hacia adentro tan lejos de aquella piel mullida y cómoda que nos confortó a sus cuatro hijos.

Madre en su cárcel, sin voz, sin hijos que a diario exigen sus consejos. Cada uno en su paseo. Algunos muy lejos.

Pero hoy todos vienen a verla. Han venido de lejos. Una del mar, otro de otras tierras. He pedido un inmenso pastel blanco para agasajarla. Pero ella duerme. Esta mañana brillante y de sequía, Madre alarga su despertar. Mas el niño la asecha. Sus risas y grititos la buscan en su lecho de pez. Madre acurrucada, de medio lado, duerme.

Yo no soy la madre
de esta mujer que duerme
no fui su escudo
ni su mantra
no fui su enfermedad
fui algo así como una hermana
se llenaron de callos
mis pobres manos mancas
arrugadas de soles
parpadeando

no fui su madre
ni su hija
ni su abuela

no fui la responsable hada
que saltó de los libros
pero fui tantas otras cosas

fui su vientre abierto
su tercera cesárea
su sonámbula flor