El papa Francisco y la “economía justa”

Economia Solidaria

Cuando una persona profesa realidades que nos incluyen a todos aun cuando no compartamos ideologías religiosas o políticas, podemos decir que se trata de un sujeto que habla para las masas, que sabe reconocer y aceptar las diferencias, y que antepone la calidad de vida del ser humano antes que cualquier otro interés.

En este caso me refiero al papa Francisco, citado en la prensa en el día de ayer por otra de sus afirmaciones sobre la sociedad actual, en este caso acerca del empleo y la falta de este. “Por eso se dice que el trabajo es sagrado, el trabajo es sagrado. Y por eso la gestión de la ocupación es una gran responsabilidad humana y social, que no puede ser dejada en las manos de pocos o descargado sobre un ‘mercado' divinizado. Causar una pérdida en puestos de trabajo significa causar un grave daño social”, dijo.

Y es que el Papa ha tenido muchas intervenciones acertadas, en mi opinión, que desarrollan una visión a tenor con este presente, brindando así una percepción atemperada a nuestros tiempos y dándole a la Iglesia Católica una expresión renovadora.

Recientemente, durante su alocución ante los movimientos populares en Bolivia, hizo hincapié en el aspecto de la economía. Entre sus palabras destaco, por la pertinencia al tema del empleo, lo siguiente: “No basta con dejar caer algunas gotas cuando lo pobres agitan esa copa que nunca derrama por sí sola. Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca podrían sustituir la verdadera inclusión: ésa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario”.

De este modo, el Pontífice discurre acerca de la esencialidad de que todos, en las edades productivas para el trabajo, tengamos acceso al empleo o a la propia producción de la autogestión.

En un país en el que la tasa de desempleo ronda el 12.6 por ciento y la crisis fiscal acapara la atención del Gobierno y el colectivo, habrá que pensar en esa “sacralidad” del trabajo a la que apunta el papa Francisco. Y es que la capacidad de “producir”, más allá de la cuestión del dinero en la medida de adquisición, habilita a las personas a una de las mayores aspiraciones: la independencia individual y la satisfacción de las necesidades básicas sin tener que depender de un Estado sustentador.

Habrá entonces que repensar, tanto por el Estado como por la sociedad civil, la manera en que nos “acercamos” a los términos de economía y productividad. No serán posibles verdaderos cambios positivos hasta que comencemos a incorporar “una economía justa”, inclusiva (como afirmara el papa Francisco), a nuestro diario vivir. Igualmente, me refiero a sus argumentos cuando menciono que dicha economía debe estar completamente ligada a la protección del medio ambiente; no es viable emprender el camino justo mediante la explotación de los seres y los recursos naturales, y la desigualdad. Recuerdo de este modo una nota publicada hace poco en El Post Antillano titulada “El agua: ¿derecho o bien privatizado?”, en el que escribo sobre nuestra actitud hacia algo que creemos que nos está dado y que valoramos única y generalmente cuando nos falta, como ahora, en tiempos de sequía. Y también los valores que se han adoptado alrededor del agua potable, escasa en muchos lugares, pero que algunos quieren privatizar para su beneficio económico. Obviamente, este sería un ejemplo de economía adversa; lo contrario a lo que propone el Papa y a lo que me reafirmo son sus palabras de luz.

Ya lo manifestó el Pontífice cuando mencionó “las tres t” (tierra, techo y trabajo) como “derechos sagrados”, enfatizando en la dignidad como elemento imprescindible de justicia social.

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