Notas sobre el populismo

Historia

alt“La lucha de clases es la búsqueda de una sociedad de iguales donde no hayan oprimidos ni opresores, donde no hayan explotados y explotadores; una sociedad donde todos seamos libres e iguales y eso sólo se logrará cuando la sociedad sea plena y Socialista, Es el único camino, no hay otro”.

Cdte. Hugo Chávez

Clausura del 1° Congreso de Economía Social

Maracay. Venezuela. 8 de mayo de 2009

La búsqueda infructuosa por encontrar caminos superadores a la profunda crisis que se abate sobre la sociedad argentina hace recurrente la discusión sobre el populismo, sobre sus bases ideológicas, sus presupuestos teóricos o su experiencia histórica.

Por mi parte, solo intento en estas notas aportar algunos elementos críticos, conceptuales y metodológicos, que estimulen el debate. Baste señalar aquí que, si nos ponemos a disposición de esta polémica, como también lo están las páginas de esta revista, lo hacemos teniendo como términos de referencia ineludible “el campo popular”, o “las clases explotadas”, según como quiera expresarse.


  1. El llamado populismo que se basaba en una política de redistribución del ingreso encuentra un techo con la crisis generalizada de la última década o un poco más. No existe burguesía que pueda darse el lujo de sacrificar parte de sus beneficios, cuando es absolutamente insegura (incierta) su recuperación. En Argentina se llegó en el mejor momento a que, del producto nacional, la mitad iba para ganancias del capital y la otra mitad para salarios y en la actualidad (1991), esa proporción cambió a un nivel donde aproximadamente el 78% va a beneficio del capital y un 22% para salarios. En esas condiciones no hay producción para el mercado interno que aguante, ante la disminución de la capacidad adquisitiva de ese mercado. Porque el beneficio del capital no se dirige al mercado interno sino a la acumulación de beneficios y la inversión en el exterior, especialmente para asociarse a capitales transnacionales o más grave aún para simple especulación financiera. Así, la imposibilidad de volver a los viejos modelos está marcada por la profundidad de la crisis capitalista.
  2. A nivel del Estado, la crisis del estado nacional (o nacionalista) representa la crisis estructural de la burguesía y esto se aplica, incluso ya, a la mayoría de los países del Norte, también los llamados “desarrollados”. El predominio del Capital sobre el Estado es —en definitiva— lo que caracteriza a éste como “de clase”. Los conflictos sociales son parte esencial de la sociedad en todo el mundo, y lo que está en juego es la propia relación Capital/Trabajo. La Socialdemocracia y los populismos “progresistas” se mantienen en los límites de la defensa del Estado, que cada vez es menos viable (nuevamente la crisis).
  3. La internacionalización del capital y el paso del fordismo a la robótica (las nuevas tecnologías basadas en la microelectrónica) dejan sin base donde asentarse a las burguesías “nacionales”, y así junto a la liquidación del fordismo se liquida al populismo como alternativa. En otras palabras, no hay margen para un neo-keynesianismo. Hoy solo queda del populismo pura ideología, que en el mejor de los casos es pensar con nostalgia sobre ciertos períodos del pasado en donde se estaba mejor porque la política distribucionista del capital podía aplicarse. En caso contrario la pura ideología es solo oportunidad para el oportunismo político. El capital, en esta época de transnacionalización del mismo, reacciona y actúa de igual manera y con ello el nacionalismo como ideología del populismo se agota, excepto en ese discurso político donde la “justicia social” es la supuesta conciliación de intereses del Capital y el Trabajo. Pero en la medida que las nuevas tecnologías producen un efecto inverso al del fordismo, no hay mercados restringidos para el capital y allí se asienta el agotamiento también del neo-keynesianismo. Esto no significa que algunos sectores de la burguesía, desplazados de la nueva carrera transnacional, no intenten reproducir el ciclo histórico ya pasado. La pregunta es ¿para qué?, para, en el mejor de los casos, volver a una redistribución supuestamente más “justa”. Y digo supuestamente, porque el Capital siempre es “injusto”, y su acumulación de beneficios se hace a costa del Trabajo, es decir de la explotación asalariada.
  4. La base conceptual del populismo radica en minimizar la existencia de las clases sociales, así como la lucha y el conflicto entre esas clases Sekou Touré, de Guinea, afirmaba que “nuestra sociedad ignora las contradicciones de clase”, y por supuesto esto afecta a la concepción que se tiene de lo que es el Estado. Porque éste, en tanto es concebido como “árbitro por encima de las clases” (expresión de uso generalizado en el discurso populista), es algo que la viva historia humana, ya enterró hace mucho. Sin más pretensiones que el ejemplo histórico, basta pensar en el MNR de Bolivia y Paz Estenssoro que en 1953 hicieron populismo y nacionalizaron la minería y en los años ochenta fueron neoliberales y privatizaron todo; pensar en Venezuela y Acción Democrática en donde Carlos Andrés Pérez nacionalizó el petróleo en 1975 y hacía populismo y en los noventas fue acérrimo neoliberal y privatizador de todo, incluido del petróleo y el hierro. Incluso puede verse en el peronismo argentino de 1945, o incluso todavía en el de 1973, y el peronismo neoliberal de hoy. Es una tendencia generalizada impuesta por la crisis general del sistema y la transnacionalización del capital; y el peronismo no es excepción. Sostiene el mexicano Arnoldo Córdova que el “secreto del populismo es la industrialización”. Esto sugiere entonces, ¿es que se puede pensar en algo más objetivo que en el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones en toda América Latina?
  5. Los ‘límites’ del nacionalismo y del populismo, los ha establecido siempre el capital. Quienes sostienen la defensa del populismo achacan a los que sostienen una política de clase de no comprender el problema de las hegemonías. Y este es por cierto un elemento central: ¿quién hegemoniza en los populismos? Precisamente un sector de la burguesía y por eso siempre el populismo es una política burguesa. Durante algunos períodos esta actitud fue compatible con las posiciones de los Partidos Comunistas que en la historia han buscado a los “burgueses progresistas” de turno (y anecdóticamente digamos que hasta en la elección de quienes eran, ellos se equivocaron más de lo que acertaron). El final del populismo es resultado derivado del fin del capitalismo nacional en aras de la transnacionalización. Por eso es que las funciones del Capital y los ajustes neoliberales (privatizaciones, desocupación masiva, alianzas con el imperialismo, etc.) son coherentes con el ‘Nuevo Orden Mundial’, que viene esbozándose desde la época Reagan-Thatcher y que hoy Bush hace avanzar a fuerza de misiles y masivo despliegue militar. Con el agotamiento del proceso de sustitución de importaciones las ideologías populistas se agotan y también los modelos que sostienen que liberación nacional es sinónimo (o casi) de industrialización.

Los diversos nacionalismos en América Latina, desde México a Argentina van adoptando así todas las consignas de la derecha tradicional en la misma medida que pretenden rescatar aquellos populismos: defensa del interés nacional, unidad nacional, sumisión al Estado, xenofobia, condena a la lucha de clases, etc.

El modelo capitalista en América Latina ha recorrido tres fases en el último siglo: desde el imperialismo hasta la crisis de 1930: su modelo fue el del “crecimiento para afuera” desde 1930 hasta alrededor de 1974: su modelo fue el de “sustitución de importaciones”, o sea crecimiento hacia adentro; desde el inicio de la crisis generalizada mundial hasta hoy todavía: del modelo fordista a la transnacionalización neoliberal, o sea el crecimiento hacia afuera otra vez, aunque en nuevas condiciones históricas

El populismo tuvo su base objetiva de desarrollo y su expresión más notable en la segunda fase (1930 a 1974 aproximadamente). En la tercera fase los conflictos de clase aparecen de nuevo con más fuerza, más nítidamente, reforzando nuestra comprensión socialista. El capitalismo no da y no puede dar más a nivel redistributivo porque así lo impone la lógica misma del capital.

Una digresión metodológica oportuna:

La discusión sobre el populismo y el socialismo está en la base de todos los movimientos sociales latinoamericanos, que buscan una alternativa al ajuste neoliberal. La adopción de una u otra posición responde no a circunstancias meramente coyunturales, sino a la concepción que se tiene de la sociedad y de la historia. No queremos abundar en este sentido, pero baste señalar que la alternativa para los movimientos populares y las luchas sociales planteadas en términos de socialismo o nacionalismo, encuentra una justificación profunda que tiene que ver con aquella línea de conflicto protagonizada por el capital y el trabajo.

El problema que nos interesa enfocar es ¿por qué la defensa del trabajo pasa por el socialismo y no por el nacionalismo? Y para ello hemos elegido puntualizar algunos elementos a partir de los trabajos de Ernesto Laclau, una suerte de referente indiscutido en cuanto a la fundamentación populista, con maquillaje marxista.

Y decimos maquillaje marxista, porque usa e instrumentaliza a Marx para esos fines espúreos. Pero como no hay mejor ciego que el que no quiere ver, Laclau es tomado en medios políticos, pero también académicos, como expresión de una fundamentación supuestamente teórica de esta posición.

Para ello es cierto que Laclau utiliza algunas expresiones formales de Marx, fuera de contexto, para justificar ese revisionismo que en este caso adquiere connotaciones nacionalistas y populistas. En su libro Política e Ideología en la teoría marxista,[2] de mucho uso en ciertos medios universitarios, se trata de sistematizar esta maniobra. El objetivo es ‘deslastrar’ de su contenido de clase a Marx. Y ello también nos dará la oportunidad de referimos a la ideología.

Sostiene Laclau:

“Si la contradicción de clase es la contradicción dominante a nivel abstracto del modo de producción, la contradicción pueblo/bloque de poder es la contradicción dominante al nivel de la formación social”.

Dicho en sus propias palabras que no podríamos ejemplificar mejor por nuestra parte: Marx sirve para hacer abstracciones, “la realidad es otra cosa”, y allí la contradicción es pueblo/bloque de poder.

¿Y qué es el pueblo? Dice el autor: “El pueblo es una determinación objetiva del sistema, que es diferente a la determinación de clase…” Esto está dicho en págs. 122 y en la 193, después de más de setenta páginas de pretender fundar su concepción, nos endilga una nueva conclusión: “pueblo no es un mero concepto retórico, sino una determinación objetiva”

Y esa contradicción dominante al nivel de la formación de la sociedad es denominada: “el campo específico de la lucha popular-democrática”.

A partir de allí ya no habría misterios, de lo que se trataría es de pensar la lucha “popular-democrática”, donde el “pueblo” enfrenta al estado a través del “bloque de poder”. A los efectos de obtener un resultado concreto que es el objetivo de la lucha: suplantar al actual Estado con un Estado “nacional-popular”.

La conciencia nacionalista debe estar agradecida a este nuevo aporte “teórico” para su sustentación, cuyo único valor reside en la impúdica explicitación de algo que otros “izquierdistas” buscan disfrazar un poco más.

El vaciamiento del contenido clasista del conflicto social, que se da no en la “teoría” sino en la realidad concreta, es la maniobra intelectual del populismo, de cualquier matiz que sea. La ambigüedad del lenguaje y la utilización indiscriminada de expresiones como pueblo, masa, ideología, le sirven al autor para culminar su pensamiento:

“Nuestra tesis en que el populismo consiste en la presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético antagónico respecto a la ideología dominante”.

Todo esto está subrayado por el autor en su texto, ya que esta definición es una verdadera conclusión interpretativa, con lo que tendría por fin, un Marx populista…

Como se aprecia no se trata de capitalismo, de socialismo, ni de clase obrera o intereses de clase en la sociedad. Esto pertenecería a la esfera de la “abstracción” propia del Modo de Producción, y las realidades son encajonadas en la matriz de la ideología burguesa del nacionalismo.

Cosas de la ideología, es cierto, ya que la ideología es, esa manera de expresarse de una “falsa conciencia” como decía Engels, y que aquí se aplicaría de maravillas. No obstante, la ideología, por más que sea tributaria de un pensamiento alienado, es parte de la realidad que está alienada en su totalidad en tanto exista la sociedad de clases y la explotación.

La adopción de una conciencia socialista tiene como objetivo romper con la alienación. Y esa es una tarea intelectual, social y política, producto de la lucha de clases y las luchas sociales en general, expresada en todos los niveles, incluso con la toma del estado y el inicio de un proceso de transición al socialismo, por vías no-capitalistas.

Pero una cosa es la ideología que merece una discusión específica, y otra cosa es la práctica política.

La ideología es saber, la política es hacer. Si producto de un trabajo intelectual todo se reduce a saber, con el activismo político todo queda en el pragmatismo del hacer.

Las correlaciones entre saber y hacer deben construirse y no es tarea que pueda postularse en cada uno de sus pasos. El pasado nos permite ejercitar la comprensión de la dinámica y las modalidades de los procesos, pero como política es una construcción en vivo, porque el medio en que se da —la sociedad civil— es un medio vivo, cambiante, en movimiento constante, en crisis y recomposiciones.

Pero, sin embargo, esa realidad concreta que es el mundo de la política, tiene algo que ver con el saber de la ideología.

Separarlas mecánicamente, como si fueran dos mundos independientes y no tuvieran lazos que llevan a una permanente y mutua realimentación, es la actitud más oportunista posible, es la base de justificación de toda forma de oportunismo.

El discurso se justifica por un lado (abstracto) y la realidad es la práctica en función del estado “nacional y popular”.

Pero el poder político no es una suma de fragmentos que se superponen. El poder político es el ejercicio de una hegemonía. Y así como el poder político no puede ser ganado por partes, una nueva hegemonía (socialista en nuestro caso) tampoco es una sumatoria de fragmentos aislados.

La tarea implica una totalidad, y la acumulación de fuerzas en todos los niveles es efectuada para cuestionar la totalidad del poder y la hegemonía vigente.

El vaciamiento del contenido clasista del conflicto social, es la actitud predilecta de los reformismos y los nacionalismos, que ahora se refugian en la defensa de la democracia formal, sin cuestionar la hegemonía de los sectores dominantes.

Formar parte del bloque de poder aparece como la imagen de ganar el poder político por partes, lo que a veces termina simplemente por ser una cómoda ubicación dentro del sistema

De nuevo peronismo o socialismo como alternativa para la clase obrera Argentina:

Escribimos en 1980 y fue reproducido en 1984 en Argentina (“Peronismo o socialismo: alternativa para la clase obrera argentina”[3], que “se va a entrar en un nuevo período ideológico-político para la clase obrera argentina”, y por eso afirmábamos que:

“la burocracia sindical que pretende reconstituirse, quizá pueda hacerlo transitoriamente, pero es deber ineludible no sólo denunciarla sino combatirla, so pena de complicidad con la nueva traición que prepara”.

Entiendo que ni siquiera es necesario puntualizar los múltiples hechos que avalan después esta toma de posición ya que hoy es algo asumido por todos o casi todos excepto los involucrados. Y decíamos: “El peronismo es solo y cada vez más una política burguesa que, en relación al movimiento obrero, solo busca su mediatización”.

Y seguíamos

“¿De dónde hay que empezar? ¿De 1945 o de 1969? La experiencia viva de las masas argentinas indica que de 1969. El poder creador de las movilizaciones masivas, sólo tiene perspectiva histórica si se concreta organizativamente”.

Y por fin afirmábamos:

“Conciliar teóricamente con el peronismo de izquierda [la “izquierda” de (los) neo-peronismo(s) posmodernos] con base en un supuesto de construir una vía transitoria que permita recuperar al peronismo ‘como tal’, sólo nos llevará a que —aparte de buenas o malas intenciones— lo que se recupere sea plenamente el peronismo de burócratas sindicales y burgueses industrialistas”.

O sea, ‘volver al 45’, es pretender que la historia vuelva para atrás. Partir de 1969 es recolocar la lucha de clases, máxime ahora que luego de la caída estrepitosa del estalinismo y la decadencia de la Unión Soviética como potencia mundial, la burguesía internacional se encuentra cada vez más claramente ubicada en identificar a la clase obrera y al socialismo de sus respectivos países, como principales enemigos. Por eso sosteníamos en aquel trabajo mencionado:

“El camino del infierno no puede llevar al paraíso, y el único camino para la clase obrera (y la izquierda peronista, [la ‘izquierda’ de los neo-peronismos], y los marxistas) es el de trabajar ya, directamente, por una salida obrera”.

“El agotamiento del nacionalismo burgués (o si se prefiere del Estado nacional-popular, o si se prefiere del populismo peronista) hacen que las alternativas burguesas no vuelvan ya a plantearse en los mismos términos anteriores.

Si es por discursos el populismo puede mostrar muchas facetas. Queremos citar dos fragmentos de Perón: uno de 1949 y otro de 1972. Yo diría casi inobjetables.

El primer fragmento es de un discurso propiciando la reforma constitucional de 1949[4]

“En lo económico… queremos suprimir la economía capitalista de explotación, reemplazándola por una economía social en la que no haya explotadores ni explotados…

Suprimir el abuso de la propiedad que en nuestros días ha llegado a ser un anacronismo que le permite la destrucción de los bienes sociales, porque el individualismo así practicado forma una sociedad de egoístas y desalmados que solo piensan en enriquecerse, aunque para ello sea necesario hacerlo sobre el hambre, la miseria y la desesperación, de millones de las clases menos favorecidas por la fortuna”.

El segundo fragmento de 1972 (“Alocución en el Plenario de las 62 Organizaciones, en la sede de la Unión Obrera Metalúrgica”. La Nación, 13 de diciembre, 1972):

“El sistema que nace… debe tener sentido social, privando sobre una burguesía que debe respetar hoy a las masas si quiere conservar sus negocios”.

Pero ¿la realidad por donde pasó? La realidad pasó por otro lado: Perón fue el primero que movilizó militarmente a los obreros ferroviarios en 1951; fue el que hizo aprobar la Ley CONINTES para reprimir internamente y que luego aplicó Frondizi: y más cercano a la segunda fecha, encumbró a López Rega y a las Tres A y marcó el nefasto antecedente de todo lo que se vivió desde allí; agudizado después desde 1976.

Balibar[5], citando para ello como ejemplo al FLN de Argelia. sostiene que:

“una dolorosa experiencia nos ha hecho entender (o volver a constatar) que los nacionalismos de liberación se transforman en nacionalismos de dominación”

¿Qué es más importante? ¿La realidad o la definición discursiva-ideológica?

La relación nación-nacionalismo es falsa ya que opone una realidad a una ideología y por otra parte: ¿qué es la nación, un estado o una sociedad?

Solo me cabría agregar que la Inglaterra de los siglos XIX-XX, con sus políticas colonialistas e imperialistas es un ejemplo supremo de “nacionalismo inglés”.

El capitalismo contemporáneo es un ejemplo de mal funcionamiento, y no sólo en América Latina y Argentina, pero somos anticapitalistas, no porque el sistema funciona mal, sino a causa del mismo sistema en sí y su manera de funcionar y allí se fundamenta la alternativa socialista, que debe ser construida, quizás molecularmente, pero como tal.

Notas:

[1] “Notas sobre el agotamiento del populismo”. Cuadernos del Sur, nº 12. marzo de 1991

[2] Ernesto Laclau: Política e ideología en la teoría marxista. Siglo XXI, México, 1978.

[3] A. J. Plá: Peronismo o Socialismo, en La Década Trágica, Tierra del Fuego, Buenos Aires, 1984.

[4] (En A. E. Sampay Las constituciones de Argentina, 1810-1972, Eudeba, 1974).

[5] Etienne Balibár: “Racisme et nationalisme”. Revista M., París, Nº 16, 1987.

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