Notas sobre “Safo: Ritual de la Tristeza” de Rubis Camacho

Crítica literaria
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Cuando tomé el libro por primera vez, todavía olía a tinta. Armando Rivera, de Indeleble Editores, abrió en el comedor de su casa en Guatemala, la caja que contenía el rutilante tesoro. Me impresionaron las bellas imágenes de la portada, pero, sobre todo, me enterneció la expresión de dicha de la autora al recibir el fruto más reciente de su consagración al oficio de las letras.

Al día siguiente, en el lobby del hotel, recibí de manos de Rubis mi ejemplar autografiado. Me dispuse a leerlo inmediatamente. El grupo se fue a desayunar y yo no podía despegar los ojos de ese poema de tanta belleza e intensidad. Continué la lectura en la guagua y terminé en la noche antes de dormir.

Me dispuse a escribir estas líneas como antesala a la lectura de Safo: Ritual de la Tristeza en el 5to Festival del Libro en la Montaña. Para refrescar la memoria, me dí el gustazo de leerlo nuevamente. Lo que la autora, tan acertadamente incluyó a manera de prólogo (Instrucciones para las Mujeres que Leerán este Poema), me hizo consciente de que para transitar en esta lectura solo hay que alertar los sentidos y ampliar el horizonte de la imaginación. Es decir, al momento de comenzar a leer, debemos vestirnos con la piel de Safo. Emprender ese viaje sintiendo en carne propia el dolor que hace jirones el alma ante la pérdida irrevocable de la persona amada. Disfrutar sin aprensión y sin preocuparse de los convencionalismos, del enjambre de imágenes dulces y eróticas que pueblan el contenido.

Lejana en el tiempo, Safo vivió en la isla de Lesbos días luminosos y noches sombrías, con sutiles oscilaciones de ánimo, cantándole al amor en ocasiones correspondido y otras veces no. La convicción agradecida y clara de que el amor derivaba de Afrodita le provocaba escribir poemas líricos de una hermosura fascinante. Tuvo éxito en la antigüedad y sirvió de inspiración a grandes poetas como Teócrito y Catulo.

La recreación de este período en la vida de Safo, cuya existencia se sitúa entre los años 612 y 580 antes de Cristo, es el resultado de la siguiente receta mágica: una prolífica imaginación cocinada en el fuego de la sagacidad intelectual, revuelta con un hábil manejo de los recursos literarios y sobre todo, aderezada con la inmensa sensibilidad de la exquisita poeta que es Rubis Camacho.

La autora presenta la pasión amorosa como una fuerza irracional que se apodera de la protagonista en diversas formas: celos, deseo y nostalgia:

“Una mujer

-La mía-

Se estruja entre la fiebre

Incapaz de ser rosa

O agua limpia….

Un buche verde

Nace bajo sus ojos

Y entiesa la mirada”

Así comienza este extraordinario poema lírico, de voz eminentemente subjetiva expresado en primera persona.

Safo, mujer poeta, haciendo uso de todos sus sentidos y flanqueada por la sombra de los celos, nos cuenta con vehemencia el momento del encuentro:

“Entra un viento extraño…

Trae la memoria del encuentro.

Caminabas el templo de Afrodita

con pasos de paloma.

A la distancia

Atenea te rodeaba

con su rayo.

Miraba tu cintura

descifrada

y pequeña

porque el deseo

le atacaba la carne

como si bebiera sangre

de la hidra.”

Safo, mujer enamorada, se ve reflejada en los ojos de la amada, reconoce su propia muerte en esa luz que se extingue lenta e irremediablemente:

“¿Estás muriendo tú,

o estoy muriendo yo?

¿Por qué no reconozco

tu boca

entre tanta cosa inútil?”

La desolación y la impotencia hacen presa a la doliente. El objeto de sus querencias escapa de su ternura. Y pregunto ¿en qué otro momento de nuestras vidas nos sentimos más imposibilitados y menos capaces, que en el terrible e inapelable encuentro con la muerte?

En ese trance desesperado, se hace inminente la visita de Caronte, quien espera paciente hurgar en la boca de la amada el famoso Óbolo; pago perentorio por el cual se servirá transportarla, cruzando la laguna Estigia hasta el reino del inframundo gobernado por Hades. La presencia de las divinidades transmuta su amor en algo apasionadamente humano y celestialmente sublime.

Desconsolada, trata de persuadirla para que cambie de navío. Quiere trazar un rumbo hacia el jardín de las Hespérides, donde se harán castas, con la esperanza de que si prescinden de la carne, el amor puro, el que mantiene sincronizado al universo en orbitas de seducción gravitacional; ese amor excelso, subsista.

“Di que sí

Pitonisa de la luna

¡Nueva Sémele!

Ardiendo en rayo y trueno…

¡Huye de la barca

de Caronte!”

Entonces, en un grito lastimero ante lo que no se puede evitar, la despide de su morada, que es su propia alma; cual, si deshojara una flor, pétalo a pétalo, como si contemplara el azogue correrse entre sus dedos, u observara el incienso escapar del bracerillo. Derrotada, con un ramalazo más fuerte que el que provoca una uña que se arranca de la carne, la ve partir.

“Emigra

hasta que la tierra,

esa mancha azul y parda

atragantada de nubes

te mire lejana,

muy lejana…

¡Emigra!

¡Emigra!

¡Invade lo infinito!”

Una temática que conmueve la fibra más íntima de nuestro ser, en unión a la métrica cadenciosa que nos transporta a través de la historia, la depuración lingüística y la generosa utilización de recursos literarios son los rasgos que hacen de Safo: Ritual de la Tristeza, un prodigioso poema que todos debemos darnos la oportunidad… de sentir.