La salud, un derecho (Primera parte)

Voces Emergentes

(Nota editorial: Presentación de apertura V Conferencia Puertorriqueña de Salud Pública, V Festival de Arte y Salud y Encuentro Iberoamericano de Escuelas de Salud Pública, San Juan, Puerto Rico, 2 de mayo de 2016).

Muy buenos días, Sr. Presidente de la Universidad de Puerto Rico, Dr. Uroyoán Walker; Sr. Rector del Recinto de Ciencias Médicas, Dr. Noel J. Aymat Santana; Señor decano de la Escuela de Salud Pública, Dr. Ralph Rivera; señor Director del Departamento de Ciencias Sociales y Coordinador de este importante evento, Dr. Hiram Arroyo; integrantes de la facultad de éste y de otros recintos, estudiantes, profesionales de la salud, líderes de organizaciones sociales y comunitarias, amigos y amigas.

Es un verdadero honor y un privilegio poder dirigirme a esta docta audiencia en la mañana de hoy. Los organizadores de este congreso me han pedido que aborde el tema de las consecuencias sobre la salud pública de la crisis global que ha desatado la globalización y el predominio de las políticas del capitalismo neoliberal en el mundo occidental. Una tarea difícil, por la velocidad de los cambios que estamos viviendo, la profundidad de los mismos, la diversidad y dispersión de los actores involucrados en incitarlos, y por la variedad, complejidad y contradicciones de los impactos que necesitamos analizar para comprender cabalmente donde estamos y hacia donde vamos – o hacia donde no deberíamos ir. Pero algo podemos avanzar si comenzamos y los motivo a seguir indagando en este tema.

La insalubridad de la vida cotidiana

Seguramente muchos de ustedes, la mayoría sospecho, ha llegado hasta este Congreso buscando compartir investigaciones y experiencias, comprender mejor los retos que se presentan a los sistemas de salud pública y también olvidarse por unos días de las angustias de una vida cotidiana dominada por el individualismo, la competencia, la falta de recursos, el trabajo agotador y la deshonestidad de muchos. Todas estas son situaciones que generan sentimientos negativos, dañinos. Vivimos en sociedades dominadas por la incertidumbre, el miedo, el estrés, la frustración, el rechazo intuitivo a lo desconocido, e incluso la violencia. Sólo una proporción pequeña de personas en el mundo escapan hoy la realidad de una vida cotidiana agobiante. Tener las necesidades básicas satisfechas, estar bien, en paz, feliz, con capacidad de desplegar libre y creativamente los talentos y capacidades que tenemos, es cada vez más un privilegio que un derecho humano, tanto en Puerto Rico, como en América Latina y el resto del mundo.

Lamentablemente, la vida cotidiana en muchos lugares ha llegado a ser insalubre y conviene comenzar a reconocerlo para actuar. Porque aunque nos demos cuenta de ello, no hemos sido capaces de reclamar o de generar los cambios necesarios para cambiar el rumbo de las políticas públicas que amenazan con más daño. Como los seres humanos poseemos eso que se ha denominado resiliencia -esa capacidad de adaptación frente a la adversidad, que tiene de sobra la población de Puerto Rico y muchas poblaciones en América Latina y el Caribe- nos hemos acostumbrado a vivir en contextos que no aportan un alto nivel de calidad de vida. Siempre acabamos encontrando la forma de “bregar” – en el estricto sentido puertorriqueño del término- dándole la vuelta o manejando con bastante creatividad los riesgos, amenazas y dificultades para superarlas o neutralizarlas. En el proceso– y sobre todo en la región caribeña- solemos utilizar el humor, la música, y la camaradería, que constituyen señas de identidad y formas de liberación del estrés y que nos permiten navegar con un cierto grado de soltura en las crisis. Pero también, en ocasiones, con un importante grado de negación o de inconciencia sobre la gravedad de la realidad y de lo insalubre de la vida cotidiana.

En Puerto Rico, además de sobrevivir “bregando” – cuestión en la que decididamente somos expertos mundiales- me atrevo afirmar que también hemos internalizado tanto y asumido como propios y naturales los valores y principios del capitalismo neoliberal que pensamos que la desigualdad, la pobreza, o la explotación, son parte de la vida y que no hay de otra. El recordado “such is life” fue un maravilloso ejemplo de eso que planteo. En esa visión, a la que tantas personas adhieren por inercia, todo puede y debe ser un negocio; los alumnos son clientes; la competitividad es lo que nos salvará; la empresa privada hace mejor las cosas que los gobiernos; no se necesita regular los mercados porque ellos se ajustan a sí mismos; la riqueza se multiplica con la especulación, no con la producción de bienes y servicios. Y cualquiera que cuestione estos principios lo hace porque es un perdedor, un “born loser”.

Considero que en Puerto Rico estamos enfrentando un serio problema colectivo de lo que la medicina denomina la amnesia funcional o disociativa, de una pérdida de memoria que no tiene una etiología orgánica, sino que su ocurrencia está relacionada con factores estresantes, emocionales o psicológicos. Quienes padecen este desorden se disocian o separan de memorias pasadas desagradables, que producen malestar; logran separarse del recuerdo y les es imposible recuperarlo en la memoria. Lo que ocurre en los trastornos disociativos, según expertos en el tema, es que la memoria, la identidad, la percepción, las ideas, o los sentimientos se perciben como separados de la consciencia, como si estuvieran separados de la persona misma. Ojalá se pudiera generar en Puerto Rico un estudio grande sobre esta hipótesis, que presento desde las ciencias sociales, tras haber dedicado años a intentar comprender el comportamiento colectivo del país frente a los abusos del poder político dual que hemos vivido a lo largo de más de cien años. Muchas, demasiadas personas, son incapaces de conservar o recuperar información almacenada con anterioridad; no logran percibir los impactos humanos de la huella colonial sobre su identidad, y no llegan a percibir que las políticas y la cultura anglosajona neoliberal que se ha instalado generan un altísimo nivel de estrés individual y colectivo y parecen estar en la base del malestar que recorre nuestra sociedad hoy. Por ello, justamente, me he propuesto ir develando con ustedes los mecanismos a través de los cuales se ha ido generando la idea de la globalización neoliberal que ha resultado en ese proceso de “naturalización” de los nuevos valores y principios que rigen la vida cotidiana en Puerto Rico, pero también la de casi cualquier lugar de América Latina y del mundo.

La globalización: desigual y contradictoria

La noción de globalización es polisémica; admite muchas interpretaciones y se utiliza elásticamente a conveniencia de quien exponga. Hay aduladores de la globalización que celebran que por fin el mundo avanza en un lenguaje común, que tiene una visión similar de los procesos económicos y sociales, de la cultura, de la moda, de los deportes, de la medicina. Muchos leen como progreso y modernidad que a donde quiera que se viaje haya un Burger King o un McDonald’s, que vende algo que le es familiar un trotamundos. Se celebra también el que a través de la ciencia globalizada se puedan encontrar remedios a enfermedades graves, o se pueda tener mayor precisión para lanzar un ataque armado al “enemigo”. Pero también hay visiones que consideran que la globalización es contraria a la vida sana. Estas toman como referencia las impresionantes y dramáticas desigualdades que se han generado, los nuevos conflictos bélicos y los ataques terroristas que aparecen como obscenas escenas de la vida cotidiana. Los críticos aducen también que de la mano de la globalización ha venido el crecimiento de las industrias de ilícitos que generan beneficios astronómicos, “lavados” y resguardados en los ya muy famosos paraísos fiscales. Entre una y otra posición sobre la globalización, hay un enorme conjunto de procesos sumamente complejos, contradictorios, repletos de dilemas éticos, de descubrimientos notables, de desafíos, retos, y de opciones que todos los aquí presentes debemos conocer, discutir y asumir. Veámoslo con un poco de detenimiento.

¿Qué impulsa la globalización?

Comencemos haciéndonos la pregunta de ¿qué impulsa la globalización? No voy a entrar en un interminable debate de cuándo comenzó ésta y de si siempre existió una tendencia globalizante. Les pido que nos situemos en la segunda mitad del siglo xx para comprender lo que ha sucedido desde entonces. Entre una vastísima literatura sobre el tema, hay cuatro factores que aparecen reiteradamente como fundamentales y que personalmente considero son los motores de la globalización. Estos son:

Una vigorosa revolución científico-tecnológica, que ha transformado cualitativa y cuantitativamente la base del conocimiento que poseemos en el mundo y continúa haciéndolo en forma veloz y permanente.

La relativa uniformidad en la instrumentación de políticas neoliberales alrededor del mundo.

La persistencia de diferencias salariales muy significativas entre Oriente y Occidente.

La conformación progresiva de un mercado financiero mundial, altamente centralizado y controlado por un puñado de personas.

Estos factores, aparentemente tan diferentes entre sí, han generado interacciones recíprocas en muchas direcciones y de gran intensidad. El resultado general ha sido un proceso veloz, sinérgico, avasallador, multifacético, desigual, contradictorio, con elementos claramente positivos para las perspectivas de bienestar general de la humanidad y con otros tan negativos que urge tomar acción inmediata sobre ellos. Vamos a tratar de comprender la compleja dinámica de la globalización bajo el sello neoliberal, que está en el corazón de la regresión social que recorre al mundo hoy. Comencemos con la revolución del conocimiento.

La revolución científico-tecnológica

En los siglos XVI y XVII nuevas ideas y conocimientos en astronomía, biología, medicina, química, y especialmente en la física, transformaron las visiones antiguas y medievales sobre la naturaleza, la vida, el universo, y sentaron las bases de la ciencia moderna. Siguiendo algunas líneas de los trabajos del historiador de la ciencia Alexandre Koyré, ese período se ha considerado como una primera revolución del conocimiento porque cambiaron los paradigmas que sostenían las visiones dominantes en casi todos los ámbitos de la ciencia hasta entonces. Siguieron otros períodos de evolución y de cambios significativos en la ciencia y la tecnología, como los que dieron origen a la Revolución Industrial, pero no los saltos paradigmáticos más recientes. Desde la segunda mitad del siglo XX un conjunto de nuevos descubrimientos, unidos a cambios notables en la forma de realizar investigación científica, han generado una verdadera mutación del acervo de conocimiento científico. Esta nueva revolución del conocimiento tiene profundas implicaciones para la formulación de políticas públicas en casi todos los ámbitos. Veamos qué ha pasado en las principales dimensiones.

La genética

La fenomenal generación de nuevo conocimiento científico en el campo de la genética se ha dado a partir de la decodificación, secuenciación y cartografiado del genoma humano, que abrió las puertas a una nueva medicina, capaz de predecir a través de los genes el riesgo a desarrollar enfermedades y de curarlas o prevenirlas personalizadamente. El Proyecto del Genoma Humano, auspiciado por el Departamento de Energía y los Institutos Nacionales de la Salud de los Estados Unidos, permitió identificar más de mil enfermedades monogénicas (causadas por un gen principal), entre las cuales se encuentran la fibrosis quística, la hemofilia, y las distrofias musculares; en una nueva etapa se investiga ahora el riesgo de desarrollar enfermedades comunes como cáncer, arteriosclerosis coronaria, enfermedades mentales, diabetes, y asma. Ello en sí mismo es un avance fenomenal, aunque ciertamente el proceso ha abierto nuevos debates y dilemas éticos sobre hasta dónde, cómo, cuándo, y en qué circunstancias es deseable utilizar el arsenal de conocimiento que hoy se tiene en el campo de la genética.

La revolución en la genética reabrió, además, un viejo debate sobre la interacción que existe entre constitución genética y el medio ambiente, dado que los genes no funcionan en un vacío. Para algunos científicos, como Víctor Penchaszadeh, tras el entusiasmo con el nuevo conocimiento generado por la genética, están los intereses de la industria biotecnológica y farmacéutica transnacional, cuyo objetivo principal no es la salud colectiva y sí abrir nuevos mercados a las tecnologías de pruebas genéticas y a nuevos medicamentos diseñados “a la medida” de cada paciente o cliente. El entusiasmo con la genética generó muchas adhesiones y podría llegarse a pensar que esa es la ruta a seguir, según claman las empresas del rubro. Pero vale recordar que la visión individualizada de la enfermedad, puede derivar también en una subestimación del papel que juegan los determinantes sociales de la salud – desde dónde y cómo se nace, hasta el impacto de la pobreza, la desigualdad social, la contaminación ambiental y la adversidad sobre la salud. Esa mirada que privilegia la particular composición genética de cada persona puede llevarnos – sin querer queriendo – a aceptar la dilución del derecho a la salud que deben garantizar los estados. La salud no es una responsabilidad individual sino un derecho humano y un derecho colectivo fundamental reconocido internacionalmente en el artículo 25 de la Declaración Universal de Derechos Humanos promulgada el 10 de diciembre de 1948 por la Organización de Naciones Unidas.

Física

La física también vive hoy su propia gran revolución, a la vez que incide en y recibe de las demás ciencias insumos para su transformación cuántica, si se vale el adjetivo. La física de los últimos cincuenta años ha generado un marco teórico extraordinario para comprender la expansión del universo, la existencia de sistemas planetarios asociados a estrellas que no son el sol, y conocer por qué puede haber vida inteligente más allá del planeta tierra. Las nuevas investigaciones nos han permitido mejorar nuestro conocimiento de cómo está formada la naturaleza, de cómo ocurren las cosas en ella, y por qué ocurren de tal o cual manera. También se ha podido entender la noción de equilibrio, a partir del descubrimiento de la antimateria; saber que existen sistemas muy complejos y diversos, que pueden desplegar un comportamiento impredecible, errático o caótico, todo lo cual tiene profundas implicaciones para nuestra vida presente y futura. Además, la primera detección directa de ondas gravitacionales, anunciada hace muy pocos meses, marcó el nacimiento de un quehacer enteramente nuevo en la astrofísica. Y por supuesto, la física ha hecho y sigue haciendo aportes muy importantes al desarrollo de nuevas tecnologías, como el rayo láser, el transistor, el microscopio electrónico, el ultrasonido y la resonancia magnética, así como a la generación de nuevos materiales con propiedades sorprendentes. La física tiene un peso preponderante en el proceso de globalización por su interacción con las ingenierías y el diseño de nuevos artefactos tecnológicos que han entrado en el mercado masivo y también por alimentar la carrera espacial, cuestión que potencialmente puede desviar inversiones muy grandes que van en detrimento de las que se necesita hacer para mejorar las condiciones de vida cotidiana de las grandes mayorías mundiales.

La neurociencia

En la neurociencia ha habido saltos importantísimos de conocimiento y numerosos cambios de paradigmas a partir del hecho de que desde hace unos pocos años se puede estudiar el cerebro vivo en su morfología, estructura, bioquímica, funciones y actividad. Las investigaciones sobre el cerebro ejemplifican claramente el maravilloso desafío de la ciencia: cuanto más se estudia más se constata lo mucho que falta por conocer. En la pasada década se abrieron brechas muy importantes en la comprensión de los procesos de la conciencia, la memoria, el pensamiento y la emoción. La neurociencia se ha potenciado, está modificando numerosas disciplinas y creando áreas inimaginadas de investigación y de generación de nuevo conocimiento que puede, y debe, incidir decididamente sobre la vida de las personas.

Ello ha dado lugar a transformaciones en la psiquiatría y la psicología, que incluyen el surgimiento de acercamientos nuevos como son la programación neurolingüística, las técnicas de integración cerebral, el reprocesamiento por movimientos oculares y otras terapias hoy denominadas neurocientíficas. La neurociencia también está impactando decididamente la pediatría y el campo de la educación, al haber identificado a través de centenares de estudios la importancia de los primeros años en vida en la formación cabal del cerebro, donde fundamentalmente se define su funcionamiento óptimo a futuro. En los últimos años se han identificado con bastante claridad los impactos sobre el cerebro que tiene la adversidad – la pobreza, la malnutrición, el miedo, la incertidumbre, el estrés y la vida en un contexto de violencia. Por ello, hoy no es posible discutir propuestas de políticas económicas y sociales, o reformas de los sistemas educativos, sin que se tomen en cuenta los avances del nuevo conocimiento generado por la investigación en neurociencias. Pero, y en estos nuevos avances de la ciencia, siempre aparece el oportunismo mercantilista, la neurociencia también está impactando decididamente el campo del mercadeo y ya se habla de la neuromercadotecnia (neuromarketing), para referirse a cómo enganchar consumidores de bienes y servicios haciendo uso de los conocimientos que este campo ha generado para predecir la conducta de los compradores potenciales.

El espectacular microchip:

Informática, inteligencia artificial y transmisión de imágenes

A fines de 1958 se sentaron las bases para la revolución del microchip o circuito integrado en semiconductores, una pequeña tableta muy delgada que puede contener una cantidad enorme de dispositivos microelectrónicos y que permitió sustituir aquellos tubos que tenían las radios y los televisores cuando yo era niña. Este fenomenal avance alentó el desarrollo de nuevas tecnologías de información y comunicación y pronto se convirtió en piedra angular de todas las tecnologías. En la actualidad hay microchips en prácticamente todo: en las computadoras, los celulares, los automóviles, los electrodomésticos. El microchip es una tecnología que permite que el resto de las tecnologías funcionen, por lo que se le considera una de los inventos más importantes de la ciencia moderna y por ello su creador, el ingeniero Jack Kilby, recibió el Premio Nobel de Física en el año 2000.

La informática ha ido evolucionando hacia la robótica con el apoyo de los nuevos hallazgos en investigaciones en la física, la ingeniería, la microelectrónica y la inteligencia artificial. Los robots de nuevo cuño han tenido un impacto muy importante en tareas de alto riesgo para la vida de personas, como sucede en la industria nuclear, donde puede haber exposición a material radiactivo; en los laboratorios donde abundan sustancias químicas nocivas, y en algunas de las operaciones de la exploración espacial. Es especialmente atractivo su potencial para el diseño de prótesis que permitirían incrementar significativamente la movilidad y la calidad de vida de personas con condiciones físicas especiales. Ha tenido también un gran desarrollo en la industria automotriz y su expansión avanza en muchas direcciones y a gran velocidad, haciéndose una tecnología cada vez más accesible para una diversidad de tareas en el ámbito empresarial y también en la vida cotidiana. La inteligencia artificial busca que diversos tipos de máquinas, robots o procesos automatizados, sean capaces de emular comportamientos inteligentes de los seres humanos. Se aspira a desarrollar “agentes racionales” sin que sean seres vivos.

Eso necesariamente abre unos abanicos de interrogantes, que no podremos discutir acá por la brevedad del tiempo, pero que van a la esencia misma de lo que ha sido hasta ahora la historia de la humanidad. Por primera vez, resulta evidente que compartiremos el planeta con otras formas de racionalidad que no es la humana.

Es evidente ya la diversidad, complejidad y profundidad de los impactos del desarrollo de la inteligencia artificial y la robótica sobre nuestras vidas. En primer lugar, porque se ha producido una aceleración en la pérdida de puestos de trabajo, ante el incremento en productividad que aportan estas tecnologías. Las proyecciones que se manejan hoy hablan de que el 35% de los empleos actuales serán realizados por máquinas antes de 20 años.

Según el gurú cibernético Douglas Rushkoff en su libro más reciente, nuestro problema muy pronto será no tener forma de generar puestos de trabajo para las personas si no hacemos un cambio radical en la manera de manejar el nuevo conocimiento y las nuevas tecnologías que están generándose. La pregunta que tenemos que comenzar a hacernos no es cómo emplearemos a toda esa gente que es reemplazada por la tecnología, sino cómo podemos organizar una sociedad alrededor de algo más allá del empleo. “De lo que carecemos no es de empleo, sino de una forma de distribuir con justicia los bienes que hemos generado a través de nuestras tecnologías, en un mundo que ya ha producido mucho más de lo necesario” ha dicho Rushkoff.

La segunda preocupación creciente relacionada con el uso de la robótica y la inteligencia artificial está centrada en la constatación de que este nuevo conocimiento está empleándose cada vez más en la fabricación de armas y en el diseño de estrategias militaristas, mucho más certeras en alcanzar sus objetivos y mucho más crueles por el enorme diferencial de acceso a estas herramientas científicas que tienen quienes dominan el mundo o aspiran dominarlo. Si la ciudadanía mundial no reclama con firmeza que se establezcan límites al uso de la inteligencia artificial en la industria de armamentos, en cuestión de años nos encontremos con equipos capaces de seleccionar, fijar y atacar objetivos sin ninguna intervención humana y muy pronto estaremos constatando asesinatos selectivos de personas o de grupos étnicos, desestabilización de naciones, y uso de estas tecnologías por las mafias del delito internacional. En el último año destacados científicos como Stephen Hawkins e inventores como Steve Wozniak, co-fundador de Apple, Elon Musk, presidente de Tesla y SpaceXel, y el responsable de inteligencia artificial de Google, Demis Hassabis, entre casi un millar de personalidades de la CyT, se han dado a la tarea de reclamar que se establezcan acuerdos que prohíban el uso de la inteligencia artificial para manejar armas que escaparían del control humano.

Recapitulando: luces y sombras de la revolución del conocimiento

Recapitulemos sobre lo que nos ha generado esta notable revolución científico-tecnológica que está en marcha. Sin duda hay muchas cosas positivas, pero tantas otras que deben levantar una señal de alarma inmediata. Por un lado, se ha afirmado el valor del trabajo en equipos interdisciplinarios, diversos geográficamente y se han abierto espacios para las mujeres en el quehacer científico, todo lo cual supone un avance muy importante. El conocimiento que se ha generado nos permitiría cómodamente erradicar de la faz de la tierra los flagelos más notables asociados a la pobreza, como la desnutrición, las enfermedades crónicas, el proveer agua potable limpia a todas las comunidades del mundo, y asegurar una vida sana para todos los habitantes del planeta. Hoy tenemos el conocimiento necesario para hacer un mejor uso de los recursos naturales con políticas que alienten el uso de nuevos materiales y podamos así garantizar a futuras generaciones la base de un medioambiente rico y diverso. Pero hay muchos escollos en el camino para que ello se logre por los intereses económicos involucrados en la ciencia. Hoy, más que nunca, la ciencia necesita de una fuerte impronta ética para que pueda ser realmente una aliada del desarrollo humano sostenible.

El notable incremento en volumen de investigación científica de las últimas décadas ha contado con un importante incremento de recursos monetarios. Según el reciente informe de la UNESCO sobre La ciencia hacia 2030, a pesar de la crisis económica que azotó en 2008 a los países industrializados, el gasto interno bruto en Investigación y Desarrollo (I+D) a nivel mundial creció, pasando de 1,132 billones de dólares en 2007 a 1,478 billones en 2013, lo que equivale a un incremento del 31%; porcentaje éste superior al 20% de aumento experimentado en ese mismo período por el Producto Interno Bruto (PIB) de todos los países del mundo. El país que más invierte en investigación es Estados Unidos, que representa el 28,1% de la inversión mundial en I+D. Después viene China con un 20%, la Unión Europea (19%) y Japón (10%). Los restantes países del mundo, aunque concentran el 67% de la población del planeta, sólo representan el 23% del gasto mundial en I+D.

Esta inversión responde a la convicción de que la I+D es hoy un factor esencial del crecimiento económico y el desarrollo; es decir, que las perspectivas de un buen futuro parecen estar funcionando como propulsor de la investigación científica. Pero, y acá está un PERO mayúsculo, el mayor crecimiento de esta inversión está en el sector privado, particularmente en investigaciones sobre genética, biotecnología y robótica. Ello debe alertarnos a los múltiples conflictos y dilemas éticos que suscita hacer ciencia en un contexto de mercantilización del conocimiento y bajo las reglas de la competencia del mercado que propulsa el neoliberalismo. Tenemos hoy más ciencia, pero organizada desde los intereses empresariales, no sobre la base de cómo la ciencia puede solucionar las necesidades más apremiantes de cada sociedad.

El aumento en recursos disponibles para la investigación ha permitido un incremento notable en el número de personas que pueden dedicarse al quehacer científico. La UNESCO estimó que ahora hay unos 7,8 millones de investigadores en todo el planeta, lo que supone un aumento del 20% con respecto a la cifra existente en 2007. Pero la gran mayoría trabaja en las unidades de investigación de grandes corporaciones y en institutos privados de investigación científica que, además, progresivamente van tomando las funciones de formar a los nuevos investigadores. La cuna de la ciencia, las universidades, enfrentan hoy un serio problema de conseguir recursos para financiar investigaciones de gran alcance y generalmente se les requiere hacer alianzas con el sector privado para llevarlas adelante.

Entre otros impactos sociales de esta revolución del conocimiento no podemos dejar de pasar por alto que la veloz innovación tecnológica trae acarreada el fenómeno de la rápida obsolescencia y genera nuevas “necesidades” de consumo entre la gente. Dados los enormes diferenciales en recursos, en “poder adquisitivo”, que persisten, para buena parte de la población mundial enfrentarse a la obsolescencia significa una nueva forma de adversidad, con consecuentes impactos psicológicos. Cultivar la obsolescencia está la base del capitalismo, que necesita permanentemente enganchar a los consumidores en los nuevos productos que se generan.