La plenitud, la posibilidad de vivir de forma plena, es una aspiración a la cual no podemos renunciar. La intención es realmente vivir en la plena realización de nuestras posibilidades como humanos y sobre todo, intentar que se nos permita, desde las condiciones materiales y espirituales básicas vivir de forma total.
En el transcurso de la vida, desde el Cándido de Voltaire hasta Makandal en el Reino de este Mundo de Alejo Carpentier, hemos intentado a aspirar a una mejor vida dentro de lo posible. Una vida que nos permita, si bien o mal, desarrollarnos como seres humanos, a partir de nuestra dignidad. Es ahí, pienso dentro de una reflexión aun existencial, donde yace el meollo de la vida. En vivir plenamente, a partir de nuestra dignidad como seres humanos.
Recorriendo el mundo, leyendo prensa nacional e internacional, manteniéndome al día con lo mejor del cine-industria global, la impresión que recojo es que se vive en la contradicción de la aspiración a la plenitud con o sin la dignidad al día. Y ahí es que vienen los debates, más que cíclicos, endémicos. La migración, esa que se intenta por todo el planeta, responde a la urgencia de moverse de seres humanos que buscan una realización personal, pero se exponen a condiciones de vida las que no son consistentes con su dignidad.
La vida es mi lucha, ya dijo Nelson Mándela en su día. A lo que el Che Guevara le habría contestado un tiempo antes, hasta la victoria siempre. Pero desde la perspectiva de todas y todos nosotros, plenitud simplemente se traduce en ese momento de encuentro entre la realización y la alta estima personal. Es decir, vivir a plenitud es vivir en la felicidad.
De esta felicidad, en la combinación de lo pleno y lo digno, es que debe tratar la aspiración de la vida. En reconocer que siempre habrá problemas, sociales, políticos, de toda índole. Pero lo importante es aspirar a reconocer que con esos problemas se vive, sin tener que dejar de aspirar a la plenitud. La imagen es la de Russell Crowe en la película A Beautiful Mind, cuando descubre que puede vivir con los fantasmas de su esquizofrenia; que la presencia de estos en su mente, no le resta al hecho de que puede aspirar a ser feliz.
Es a su vez una de las grandes enseñanzas de mi padre: salud, que lo demás se fía. Es decir, que mientras haya salud, física y emocional, todo lo demás tiene un valor de renta/intercambio y de una forma u otra es accesible. Por tanto, ya sea con los fantasmas del matemático Crowe en el filme, o con la sabiduría popular de mi padre, nuestra aspiración debe ser la plenitud. Es decir, explorar cómo, en el reino de esta tierra, para parafrasear a Alejo Carpentier, como en los reinos de los otros mundos, nos podemos insertar en la aventura de vivir de una forma que nos permita realizarnos y ser dignos.
Aspirar a menos, sea uno un irakí, un magrebí, un indígena del continente americano, una mujer en Moldova, un hombre en Andalucía o un niño en la Habana, no es posible.
Del libro de Daniel Nina
Ensayos para la terraza (Isla Negra, 2008/2da edición 2010)