Coloquio sobre el autoritarismo, la gobernanza y lo (in) justo

Crítica literaria
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Una relación de violencia actúa sobre un cuerpo o cosas, ella fuerza, doblega, destruye, o cierra la puerta a todas las posibilidades. Su polo opuesto sólo puede ser la pasividad, y si ella se encuentra con cualquier resistencia no tiene otra opción que tratar de minimizarla. Por otro lado, una relación de poder sólo puede ser articulada en base a dos elementos, cada uno de ellos indispensable si es realmente una relación de poder: "el otro" (aquel sobre el cual es ejercido el poder) ampliamente reconocido y mantenido hasta el final como la persona que actúa; y un campo entero de respuestas, reacciones, resultados y posibles invenciones que pueden abrirse, y que está enfrentando a una relación de poder.

El sujeto y el poder, Michel Foucault

¿Qué puede ser el autoritarismo sino el ejercicio de la coerción física y emocional? ¿En cuál marco de derecho tiene cabida sino en el de las estructuras antidemocráticas y excluyentes? ¿De qué forma la literatura puertorriqueña se revela contra este estado y qué marco de derecho presenta? ¿Cómo hacen crítica los autores puertorriqueños del autoritarismo que caracteriza al capitalismo salvaje y a su lógica o racionalidad? ¿Desde dónde se enuncia la ausencia de gobernanza o normativas que permitan el bien común? ¿De qué forma se denuncia el colonialismo y su secuela de males? ¿Qué relación hay entre autoritarismo y derechos humanos?

El autoritarismo es uno de los elementos más denunciados de la literatura puertorriqueña actual y que veremos por medio de varios textos contemporáneos. Es la respuesta a la autoridad ejercida por varios siglos de opresión y de coacción. Uno de las obras que comentaremos se sitúa en el presente, El sabor del tiempo de Félix Córdova Iturregui; la otra recorre un largo periplo histórico, Las horas del sur de Magali García Ramis, y Las negras de Yolanda Arroyo nos remonta al origen de la esclavitud en el Nuevo Mundo, así como a las guerras intestinas entre los africanos. Otro de los textos se sitúa desde la más absoluta marginalidad, desde la periferia de la ciudad para cuestionarnos quién está en el centro: un cuento urbano de Francisco Font publicado en La belleza bruta.

En las primeras dos obras sus personajes son heterodoxos, pero poseen conocimiento y están adscritos a diversas ideologías. En las otras los saberes son todavía más alternativos, pues sus personajes no están inmersos en instituciones sino en los cánones de sus respectivas culturas que contrastan radicalmente en sus valores. En Las negras se trata de un mundo no occidental. En el relato de Font se presenta lo que está fuera de lo institucional.

La crítica al régimen en el El sabor del tiempo la hace con fiereza una mujer: Graciela, aunque también hay personajes masculinos contestatarios. Pero es ella la que analiza con pormenores que Julián, su admirador, gusta de escuchar: “No, nunca debimos haber dejado que reinara el azúcar (…) Aquello fue reducir el País a una caricatura, quebrarle sus posibilidades. Ninguna cultura se puede rebajar de esa manera; la fuerza, por el contrario se desarrolla con la diversidad” (p. 153), argumenta Graciela en su crítica a los muchos años dedicados al monocultivo de la caña.

En este país la libertad y la llamada democracia funcionan en un marco que garantiza esos intereses, sí existen la libertad y la democracia en función de ellos. Pero si cuestionas el marco ajeno con fuerza, te encontrarás con la violencia de los poderes que velan por esos intereses. (p. 155)

Es la violencia institucionalizada que pasa desapercibida porque está legitimida la que ella desmitifica, el andamiaje que sostiene la falsa idea de justicia y libertad que al fin y al cabo en la cultura que sufre el influjo de la judeocristiana toma su imaginario ético de esta fuente, apropiándose de él pero subvirtiendo su significado y aburguesándolo, como comentara hace mucho tiempo José Luis Aranguren. El derecho, a su vez, se construye en torno a esa interpretación de la justicia. Ambos conceptos están íntimamente unidos.

El colonialismo es el tema que mayormente abordan los personajes de este texto y Graciela se encuentra inmersa en la lucha en contra del mismo. Esta observa

…la forma como la naturaleza, el paisaje, han sido podados de la conciencia de los niños, y la violencia latente que propicia el mundo acementado y mal cimentado del urbanismo desenfrenado que vive la Isla, que vulnera la congruencia latente que debe gozar la infancia. Observa con sagacidad los efectos deprimentes que tienen sobre la creatividad las pulsaciones del mercado, su inacabable rumor de implacable insuficiencia, el señorío establecido de una sociedad mutilada que habla misteriosamente en los objetos que el dinero compra. (p. 304)

El mercado incide sobre todos los aspectos de la vida articulándola, aun aquellos elementos que pueden parecer libres de su asechanza como las actividades de la infancia. La crisis en que nos ha instalado el colonialismo se une a la lógica del mundo global capitalista, deja entrever el personaje.

En Las horas del sur el libro comienza en el siglo XIX, poco antes de los compontes del 1887 y perdura hasta el siglo XX. Sus personajes son masones, feministas, sindicalistas, negros y negras, boicoteadores de los españoles, independentistas que impulsan la Revuelta del 50 y sufragistas, heterodoxos todos. La voz narrativa pertenece a una mujer que estuvo recluida como loca por no querer seguir los cánones de su familia: Haydée Cantré. Su personaje principal es Andrés Esterlich, puertorriqueño poco común para su época por ser transnacional y porque tampoco respondía a la heterosexualidad convencional. Era soltero y no tenía hijos, aunque le gustaba el sexo opuesto.

Varios de sus personajes son mujeres que se rebelan contra el machismo en sus distintas variantes y que están dispuestas a ejercer su autonomía de pensamiento como Carmen Ocasio, mujer negra y maestra. Aunque el autoritarismo permea la obra de muchas maneras, por ejemplo cuando recluyen a Haydée en el manicomio, una de las más dramáticas escenas de persecución y de tortura para acallar la resistencia y las voces disidentes se dio durante los compontes, lo que nos muestra los efectos de la hegemonía y de la autoridad española de la época:

A Atenor el sastre se lo llevaron una madrugada y lo devolvieron a los tres días con los dedos deshechos y la espalda reventada a golpes. A un estanciero menor, don Antonio Caro lo detuvieron casi una semana y murió poco después de aparecer inconsciente junto al Río de Oro. Al boticario, al hijo mayor de Facunda y a muchos más los guardias civiles les dieron golpizas, los colgaron por los pies de postes altísimos, empujaron sus cabezas en las letrinas, les pusieron palillos bajo las uñas hasta hacérselas estallar tratando de obligarlos a que confesaran lo que sabían… (p. 34)

La violencia, demuestra Magali García Ramis, acompaña al estado en su afán de lograr su cometido de imponer el orden colonial durante el dominio español. Es una violencia injusta desde el punto de vista de los subalternos, pero refrendada por el estado autoritario.

La ausencia de gobernanza define el cuento antes de Cisco y después de Cisco (a.C. y d. C.) de Francisco Font publicado en su libro La belleza bruta. La toma de la ciudad por los narcotraficantes, las guerras entre las pandillas caracterizan el campo urbano:

Hay un río de sangre tierna debajo de la ciudad. Todos los ciudadanos lo saben. Aquellos que trabajan y duermen por reloj lo saben por las noticias, y lo previenen a toda costa: aseguran sus carros y enrejan su propiedades, circunvalan las barriadas los caseríos venidos a menos, y evitan los tecatos que piden dinero en los semáforos. Los demás, las criaturas de la noche lo saben porque vienen ungidos por esa sangre como víctimas o victimarios. Es imposible vivir tranquilo, el miedo cunde dondequiera: cualquiera es vulnerable de morir asesinado. P. 85

La estética de la violencia rige el relato que comienza con el asesinato de un policía al que se le marca de modo especial para elaborar de esta forma una especie de carimbo de la muerte.

¿Qué es lo justo en este orden marcado por la ausencia de personajes que posean educación o profesión alguna que no sea la del tráfico ilícito de la droga? ¿Acaso esa ausencia no determina en gran medida sus actuaciones? El estado apenas hace su aparición como no sea para ser eliminado, como los guardias que son asesinados al comienzo de la narración. Es decir, las estructuras que supuestamente ejecutan el orden aparecen marginadas, fuera de ese campo de batalla en que se convierte sobre todo la ciudad nocturna. El estado tiene bordes que rozan la ilegalidad o que la mantienen como parte de su política de exclusión. ¿Cuál es el derecho en esta tierra de nadie? Solo la ley de la violencia rige doblegando y destruyendo como dice Foucault sobre el poder. Es decir, existen zonas en que aparentemente el Estado no penetra, en las que no hay gobernanza en apariencia, pero ¿quién mantiene en parte las circunstancias de la ingobernabilidad? Los otros, los que viven en el apartheid de la pobreza son aquí presentados como los recipientes de la mayor dureza policial, Como sucedió durante los meses de la batalla entre Cisco y su rival:

Las matanzas se sucedían con una rapidez insólita; de cinco a diez muertos cebaban a diario el río de la ciudad. Ante eta situación, la Administración Central diseñó una estrategia que si bien no aminoraría el trasiego de drogas ni la encarnizada guerra por el control de los puntos, creaba la falsa imagen de un gobierno comprometido con la seguridad ciudadana. La policía y la guardia nacional sitiaron algunas barriadas y residenciales públicos, donde instalaron controles de acceso las veinticuatro horas del día. La intervención del estado provocó que la guerra entre Muñón y Cisco entrara en una fase más sofisticada de ataques selectivos pero contundentes. (p. 124)

El estado ejerce su poder en la estratificación social que él mismo ha creado. El capitalismo no se sostiene sin este orden, sin esta realidad que tan bien retrata Francisco Font.

Las negras nos transporta al mundo de la esclavitud, paridora según algunos teóricos, de la modernidad. Pero se centra de manera especial en la femenina. Yolanda Arroyo, su autora, nos sumerge en la violencia que los códigos de la época validaban mediante un derecho patriarcal. Su escritura, que es totalmente transgresora, se cuela por entre los intersticios más íntimos de lo sexual para presentar los cuerpos devaluados y atormentados. Aquí sexo y tortura van de la mano. Lo (in) justo está justificado en función del poder económico que explota los sujetos femeninos como fuente de nuevos ingresos y de placer. El derecho está codificado en función del poder que se ejerce sobre las otras no solo como trabajadoras, también como reproductoras.

Algunos detalles del texto nos recuerdan al Alejandro Tapia que consignó en Mis memorias lo horrendo de la institución esclavista, sobre todo con su ejemplo de los latigazos a la mujer encinta para lo cual se cavaba un hoyo en la tierra en el que depositaría su barriga para poder castigarla. Las escenas de Arroyo son igualmente crudas y en el texto desglosa sus fuentes de información.

El capitán del nao amarra las piernas a la mujer que había intentado escapar en la orilla durante el trayecto de las canoas. Respira poco. Sus desangradas orejas y orificios nasales no le permiten gritar. Se retuerce, lucha, pero lo hace con un llanto silencioso mientras es levantada en vilo, desde el suelo, por los pies.

Cabeza abajo y amarrada también de las manos, varios hombres colaboran para lanzarla al mar. (p. 57)

La escena se cambia. Ahora otra mujer es lanzada al mar. Wanwe piensa que va a ahogarse, pero su final es otro. Cuando deciden alzarla su cuerpo ya ha sido cortado a la mitad por los tiburones. Es un acto de excesiva crueldad que sirve para aterrorizar sicológicamente a las féminas.

Ante la violencia a que son sometidas las negras la confesión de la esclava Ndizi antes de ser sometida a la horca no resulta sorprendente, sino fruto de la desesperación y acto de resistencia que nos hace cuestionar lo justo y lo injusto ante sus palabras sobre la muerte de los niños:

Los ahogo en el balde de recolectar placentas, padrecito. Presiono sus negras gargantitas con mis dedos y los sofoco. O les asfixio con su cordones umbilicales, incluso maniobrando antes que salgan del vientre. (p. 93)

En las obras comentadas ante el autoritarismo se opone la libertad de pensamiento, la rebeldía que carcoma el abuso, como vemos en El sabor del tiempo y Las horas del sur; como la muerte antes que la colaboración, como en Las negras o se elige la marginalidad, el no formar parte de la sociedad, la ausencia de gobernanza como en el cuento, de Francisco Font.

Autoritarismo, gobernanza y lo (in) justo están íntimamente unidos en estas obras, pues el autoritarismo abole la gobernanza, borra las posibilidades de la normativa de lo justo que parta de una ética de derechos humanos. Los autores puertorriqueños han ejercido su palabra para contribuir a la elaboración de una praxis que niegue el totalitarismo y que muestre los efectos del mismo en las vidas humanas, particularmente en esta isla caribeña cuyo estado huele a carroña y corrupción. El terror presentado nos recuerda las descripciones de Eduardo Galeano ante las torturas. Son siempre las mismas, ayer y hoy. Lo mismo en el estadio de Chile bajo Pinochet que en las zonas en que durante la Guerra Civil Española murieron asesinados muchos liberales, cómicos, homosexuales, mujeres valientes. La muerte es la misma en la matanza del 37 en República Dominicana que en los actos de Cerro Maravilla en Puerto Rico.

También estos autores han elegido llenar el vacío de la memoria rota de que nos hablara Arcadio Díaz Quiñones, grabar mediante la escritura el autoritarismo vivido tanto como las resistencias cotidianas; labrar otro horizonte a través de la denuncia y de la invención de otra historiografía, una que nos libere de un estado aséptico, autócrata y excluyente, una que rompa con la borradura de la historia y las trampas del olvido. En este sentido han enfrentado las relaciones de poder no como entes pasivos sino con un campo entero de respuestas como ha propuesto el gran francés con cuyas palabras iniciamos este trabajo: Michel Foucault. Una relación de violencia actúa sobre un cuerpo o cosas, ella fuerza, doblega, destruye.

 

Charla ofrecida en el Ateneo de Puerto Rico, abril 2012