Sobre las degeneradas generaciones en la Muestra de poesía en Este Juego de látigos sonrientes

Crítica literaria
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Hace un tiempo salió a la palestra literaria la antología Este juego de látigos sonrientes prologada por el crítico Federico Irizarry Natal y con selección y unas Palabras Preliminares de Edgardo Nieves-Mieles. Y me ha parecido pertinente dentro de algunas impertinencias que le veo a la obra hacer un comentario de la misma.


Entiendo que el texto por un lado se constituye a pesar de sus olvidos y sus manipulaciones editoriales en una muy buena aportación a la lírica puertorriqueña porque nos permite apreciar la obra de un grupo de poetas de talento que por lo general no suelen aparecer en espacios antológicos o en muestras de poesías. Aunque como siempre no son todos los que están ni están todos los que son y que se repite entre otros juicios desfasados, como mantra crítico por parte de Nieves-Mieles el sonsonete de la caducidad, expiración o muerte del criterio de generación que a estas alturas de tan profusos sincretismos debería estar superado definitivamente.

Para con lo que considero las impertinencias de la obra, de entrada me incomoda la presunción del subtítulo: Poesía puertorriqueña de fines del siglo XX y comienzos del XXI. El señor Nieves-Mieles no sé si a conciencia o por desvarío- prefiero pensar lo último- trata de hacer pasar en su escrito Palabras Preliminares que esta es la única poesía o al parecer la única poesía válida de estas últimas décadas y no incluye a una significativa parcela de poetas de la llamada generación o décadas del 70, del 80 y aún del sesenta las cuales el cuestiona porque dice no creer en criterios generacionales pero de entrada utiliza afantasmadamente uno: el cronológico, al disponer caprichosamente de unas fechas de 1955 a 1985 sin explicar la razón de estas. Será por algún criterio oculto que desconocemos o porque le facilitaba la exclusión de todo un buen número de excelentes poetas que nacieron un poquito antes de ese añito de 1955 y de los cuales muchos han sido incluidos por la crítica tradicional como miembros de las generaciones o décadas del setenta o del sesenta y del ochenta.

Me parece por otra parte que el susodicho subtítulo, Poesía puertorriqueña de fines de siglo XX y comienzos del XXI -que en unión a los poetas escogidos- no demuestra para nada que sea un antología representativa de la poesía de las últimas tres décadas. Y tampoco que se excluya, sin siquiera mencionar a los poetas  de a juicio de Nieves -Mieles a la mal llamada generación del setenta, y la del sesenta y a otros muchos poetas del ochenta que han trascendido estas categorías críticas -en unión al criterio estrecho de las generaciones- como se puede observar en la obra de una gran parte de los poetas que Nieves-Mieles excluye.

En este caso se trata de un significativo grupo de poetas anteriores al año de 1955 con la exclusión de otros importantes que caen dentro del criterio cronológico de la muestra y que Nieves-Mieles excluye de su selección. Comprendo, aunque no comparto, que se trata del impostergable derecho que el seleccionador tiene para sus antojos, es decir a sus parcialidades y arbitrariedades que son porque negarlo atributos consustanciales a los criterios antológicos. Sin embargo debo señalarle que entiendo-dado por sentado que toda selección coquetea con sus inherentes injusticias-que importantes poetas excluidos en ese periodo de 1955 a 1985, deberían conformar parte de la Muestra y que otros adolecen de las calidades a mi juicio necesarias. Si no se les iba a incluir al menos hacer una mención justa de su trabajo o al menos de su existencia. Poetas excluidos que han producido y siguen produciendo su mejor literatura en estos años de madurez. En unión a todos los de otras generaciones o décadas que han producido considerable obra. Que conste que no critico esencialmente los antojos del seleccionador sino el olvido y la atribución de una poética sacada de sus antojos como la poesía de los últimos treinta años en Puerto Rico que oscurece una vasta e importantísima producción de un poco antes y de ahora. Es decir en los últimos treinta años que recoge la muestra y cuya obra ya se considera de carácter transgeneracional que es a lo que debe a aspirar todo escritor.

No se le ocurre a Nieves –Mieles la inminente posibilidad de que varias décadas o generaciones se puedan encontrar en el mismo momento histórico (y de esta manera trascender el afantasmado concepto generacional) compartiendo las contingencias culturales, unas desarrollando su decir y otras facturando obras de madurez quizás definitivas y definitorias de una particular voz de nuestra polifonía poética, hecho que confirma el fenómeno de la continuidad. Y que todas de acuerdo a su premisa de antojología de poesía puertorriqueña de los últimos treinta años debieron ser incluidas. De ahí la ambigüedad de su juego editorial. Y el porqué de la viabilidad de un vocablo menos ambicioso como el de Muestra en lugar de antología que no presentara la obra como una excluyente. Acto que desmerece el quehacer literario puertorriqueño reduciendo el mismo a los particulares antojos, gustos y preferencias del seleccionador.

El problema de las antologías y de las obsesiones de sus antólogos es que muchas veces entre los seleccionados se incluyen además de los gustos y preferencias, los íntimos del antojadizo, (detalle no exento de la precariedad de la naturaleza humana) creándose un grupo de simpatías que muchas veces no tiene nada que ver con los juicios de calidad a los que no se debe rendir la correspondiente seriedad ética y estética que produce la obra. Y conlleva muchas veces a nivel crítico a convalidar y prestigiar autores y obras que no se corresponden con las cualidades requeridas ya dentro del aspecto clásico o vanguardista o profundamente sincrético del momento actual o de las coordenadas de calidad que exige el género. Muchos que hemos hecho este ejercicio editorial hemos caído en esta práctica o sufrido los rigores de la misma.

Y la historia de la literatura está llena de ejemplos de autores que son impostores literarios, productos del mercado, de las indebidas relaciones o de la insistente mediocridad de unos juicios repetidos a mansalva. Esto lo digo a juicio general espero que esa no haya sido la situación de Nieves-Mieles. Y no hago tampoco referencia a los autores de la muestra solo estoy señalando generalidades del proceso. Así en muchas antologías, parte de los seleccionados pueden ser impostores, copias, o sospechosos. De hecho de la Antología de la Sospecha  de José Ramón Melendes ya quedan muy pocos sospechosos y algunos excelentes poetas que supo ver Melendes en su momento. Son poquísimas las antologías que cuidan la totalidad de los criterios de calidad históricamente hablando. Entiendo que este es uno de los más difíciles escollos que debe salvar todo seleccionador o aspirante a antojologo.

Por eso, una cosa es aceptarle a Nieves-Mieles sus antojadizas arbitrariedades y parcialidades pero no su intento de ocultar o invisibilizar a un grupo de poetas de un periodo, década, generación o promoción o de un momento particular que nuestro seleccionador dice que no existe, sin al menos hacer mención de los mismos sino es para emprenderla contra algunos de los llamados miembros de la década del setenta. Sólo por haber acometido la impertinencia de haber nombrado o haber sido considerados poetas pertenecientes a una generación que Nieves-Mieles señala en su rabieta preliminar como inexistente. Una cosa es que el concepto de generaciones sea un ente ideológico cuestionable-de hecho en este momento no coincido con sus presupuestos-y otra cuestionar u obnubilar a buena parte de los poetas que en un momento fueron categorizados con el mismo. Otro aspecto importante es la falta de fundamentos en su teorización, para escoger la muestra, eso le resta seriedad a la selección y a sus juicios. Tampoco demuestra conocer los postulados del concepto que pretende enjuiciar. Al menos en el prólogo de Irizarry Natal hay una intención de salvar este aserto.

Lo peor que le puede ocurrir a la poesía de un país como el nuestro es el aparcelamiento de sus voces. Pues infantiliza, empequeñece nuestra vasta literatura ya encajonada por los señores canonizadores y las instituciones que promueven el quehacer literario en el país. No quisiéramos ver que los autores que han criticado estas posturas sistemáticamente se acojan a ellas en sus oportunidades editoriales. Reproduciendo el fatuo discurso canónico tradicional.

Ha sido tradición que las generaciones una vez son asumidas como criterio, imponen, canonizan unos autores, fundan capillas, dirigen diversas instituciones con sus consabidos presupuestos, otorgan premios, confieren grados con todo el capital simbólico que eso conlleva como diría Pierre Bourdieu. Ya es hora de salir de ese Vaticano de vacas doradas. El canon con sus instrumentos editoriales y sus academias y festivales no pueden ser un instrumento para avasallar voces. Esperamos que las vacas sagradas no sigan pariendo becerros dorados como diría en su momento acertadamente Josemilio González. Pues sus mugidos ahogarían el clamor de importantes voces diluyendo los espacios de representación de muchos escritores.

Nieves-Mieles es uno de los mismos que ha tronado contra esta postura, por eso no entiendo este ataque que perpetra en sus Palabras Preliminares contra unos criterios de hace veinte años y hacia algunos poetas que lo utilizamos para difundir parte del quehacer poético de esas dos décadas pasadas teniendo en cuenta la delicadeza en su momento de proponer nuestra intención editorial como una muestra y no una antología, producto este el de la antología, que como se sigue manifestando se presta para la impunidad de la exclusión, la arbitrariedad y las parcelaciones. Creo que este arrebato suyo en este momento está bastante atrasado. Y no lo excusan sus antojos. Los poetas deben reconocerse en todos sus tiempos y en todas sus calidades y cualidades. Sus aportaciones, sus tradiciones y sus momentos de apostasías que por lo general suelen tener mucho interés.

En nuestro caso Nieves-Mieles resucita un concepto que todavía tiene sus seguidores y que utilizaba la crítica de su momento para periodizar figuras, tendencias y facilitar la difusión didáctica de la historia de la literatura. Y esto lo perpetra citando unos textos que ya cuentan entre  diecisiete a veinte años de publicados. De esta manera nuestro autor después de cuestionar el recién exhumado concepto de generación también da habida cuenta de importantes poetas que solían acompañar al degenerado criterio. La deconstrucción de los formalismos y los fondos editoriales y gráficos del texto me invitan a pensar en esta posibilidad. De esta manera muerto el criterio: eliminados los poetas que lo conforman.

Pero el devenir histórico tiene sus propios criterios (aunque no crea en la teleología hegeliana) y creo que este texto quedará como lo que en realidad es: una muestra y no una antología, término este último que incluye unos criterios más amplios e incluyentes que los que azarosamente maneja Nieves-Mieles en su selección. Pues en este florilegio quedan muchas flores excluidas.

Será realmente justo y necesario, nuestro deber y salvación en este momento, señalarle a nuestro amigo seleccionador que la poesía de los poetas del 70 produce sus mejores libros en esos años en que el seleccionador los excluye de la llamada antología o mejor muestra. Como el caso del poeta Servando Echeandía  (1956) quien reúne los criterios de fechas que impone el seleccionador. Y que para mí, es una exclusión infame y a quien los editores de la muestra de poesía del setenta, tuvimos la osadía junto a otros compañeros poetas de acuerdo a Nieves-Mieles, incluir o mencionar como un autor del setenta en nuestra muestra de la generación de la crisis publicada por el mensuario Diálogo hace ya muchos años (1997) y publicarle en la Colección Sinsonte de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico que yo dirigía su libro Pretextos.

El poemario de Echeandía está provisto con una nota en contraportada en la que este servidor lo incluía como un autor imprescindible del setenta. Opinión que luego Nieves-Mieles critica con los mismos criterios que él en cierta medida convalida en su reciente muestra, solo que veinte años más tarde. Cuando el concepto de generación está en franco cuestionamiento aunque no del todo extinto y cuenta con sus seguidores ya que se sigue utilizando a pesar de su precariedad conceptual.  Como él mismo lo demuestra con su reacción a deshora. Por eso el subtítulo de antología de poesía puertorriqueña de las últimas tres décadas es impertinente, ambiguo y esconde más de lo que quiere presentar.

La Muestra de poetas de la llamada generación del setenta o de la crisis que Nieves-Mieles critica en sus Palabras Preliminares y que publicáramos Néstor Barreto y este servidor en el mensuario Diálogo en el año de 1997, si se fijan bien fue una Muestra, no una antología, que son cosas diferentes.

Su criterio cronológico de delimitar unos años de 1955 a 1985- me recuerda un tanto transmutadas, reformadas y reformuladas las categorías de periodización históricas del criterio de generación, asunto que nos señala que el difuso criterio sigue manifestándose bajo nuevos carteles como ya señaláramos. Creo que en la periodización que nuestro seleccionador y crítico científico establece, se le escapa sin embargo caprichosamente o por error un poeta del 1954.  También me parece muy interesante que ese criterio cronológico incluye a Nieves-Mieles. ¿Si nuestro poeta hubiera nacido en el 1952 y no en el 57 cuál hubiera sido el antojadizo criterio? Esto no lo exime de que muchos de los excelentes poetas de la mal llamada, apócrifa, nefasta, generación del setenta, que su poesía se excluya siendo invisibilizados en las Palabras Preliminares de la muestra.

Sin mencionar en el mismo, con los rigores debidos, este asunto, la muestra a través  del uso de su terminología y en el aspecto más material y gráfico pretende difundir en los lectores un producto ambiguo en sus criterios y conformación editorial que sustancialmente no contiene lo que anuncia. Este tipo de exclusiones es una de las fisuras que suele incurrir en muchas ocasiones el criterio generacional al que Nieves-Mieles ataca.

Esta estructura editorial excluyente del juego de látigos comienza desde la dedicatoria a quien Nieves-Mieles, el seleccionador se la adjudica a un grupo de poetas con la frase inicial de “a la luminosa hoguera que avivan” y luego provee una extensa lista de los “avivadores” y no hay un solo poeta que a mi entender forme parte de ese particular grupo de poetas de la mal llamada generación del setenta o de la crisis que inició junto a algunos de los citados una profunda ruptura que continúa vigente hoy en día jugando con todas las tradiciones en un mundo estético donde priman los eclecticismos, la melangé cultural igual que hacen todos los artistas en estas complicadas tardomodernidades y que en este momento deberían tener en cuenta todos los aspirantes a antojólogos.

Siguiendo por la vereda me gustaría mencionarle a Nieves-Mieles el nombre de todos estos poetas que él olvida y sus libros pero yo sé que él sabe cuales son. Ya que él señaló en una de sus presentaciones que para construir su ambivalente criterio de selección se lo había leído todo. ¿Será una hipérbole?

De hecho cuando salió a la luz el fallido engendro de antojología de los cincuenta años de poesía puertorriqueña en Venezuela, Nieves-Mieles señaló a través de un correo electrónico como un olvido injustificado a los excluidos, gesto que le agradezco. ¿Por qué entonces, ni siquiera mencionar a los que se excluyen en las Palabras Preliminares en esta de los látigos sonrientes? De esta manera hubiera tenido un espacio para discutir sus criterios de calidad, de tono, fondos históricos, posibles diferencias escriturales y demás tópicos propios de los que hacen antojologías de poesía y otros géneros. Y no refugiarse en la nimiedad arbitraria de un par de fechas y de una rabieta con un concepto amortajado. Para de esta manera ser justos con los excluidos por sus antojos antojológicos que pueden ser muy válidos aunque no coincida yo con ellos. Porque esta es otra muestra vestida de antojología con criterio solapadamente generacional pero altamente excluyente, por más que diga y desdiga Nieves-Mieles.

Al menos el prologuista Irizarry Natal es consciente de este aserto en su exégesis cuando señala que ’’las promociones más recientes reconocen en la de los setenta una continuidad que hace suya en el espesor de una nueva tradición”. Por otra parte esta nueva tradición a la que alude Irizarry Natal, en su excelente ensayo - por serlo- ya tiene sus añitos y aflora con la actitud sincrética de la posmodernidad que se inicia entre los sesenta y los setenta y que impacta todas las artes contemporáneas. Particularmente la plástica y la literaria y las fusiones musicales y de otra índole. Y que los poetas del setenta seguimos vigente dentro de esta tradición sincrética que se vive hoy en el mundo del arte que las incluye a todas las anteriores. Todas estas coordenadas atestiguan el profundo sincretismo y el aspecto transgeneracional en el que se ubican los escritores dejando atrás las consabidas reyertas generacionales con sus tradiciones y rupturas.

Debo dejar claro que las Palabras Preliminares de Nieves-Mieles le hacen un flaco servicio al producto editorial que pretende mostrar. El mismo se salva por la exégesis de Irizarry Natal, la propia muestra de Nieves-Mieles que con sus excepciones nos presenta un excelente grupo de poetas. Pero desmerece en los juicios vertidos en las Palabras Preliminares. Ambos textos no son vinculantes y afantasman la propuesta de Irizarry que es más coherente y justa.

Este tipo de juegos de látigos invitan a la salvífica pedrada y son las cosas que a lo que ayudan es a seguir sumando confusión en la mente de los lectores de poesía que no son legión.

Para sumar más INRI al asunto y apuntalar su indignado juicio Nieves-Mieles cita al escritor Luis Rafael Sánchez en una entrevista que le hiciera Julio Ortega señalando entre otras cosas  que: “ Realmente no sé cuales son mis contemporáneos ni acabo de saber a qué generación literaria pertenezco. A lo mejor mi desconocimiento obedece a que no tolero la idea generacional como un ghetto de gustos, bizqueras compartidas y fabricados antagonismos”.  En esta opinión que alude Sánchez me da un tufillo de que Nieves-Mieles incurre en lo mismo: en la creación de un nuevo guetto de poetas y en la instauración de unos juicios plenos del mismo estrabismo que Nieves-Mieles enjuicia y ayuda a crear “los fabricados antagonismos” a los que alude Sánchez

Por otra parte si me permite recordarle, este mismo escritor, que usted cita como autoridad- criterio cuestionable en estos tiempos y que se usó y abusó mucho en la modernidad, junto con el de generación- y con el que intenta darle un baño de oro a la verosimilitud de sus planteamientos da la casualidad que en uno de sus libros de ensayos (No llores por nosotros Puerto Rico de 1997) alude con fervoroso afán en un texto de considerable extensión a las características de las generaciones (Cinco problemas posibles para el escritor puertorriqueño) .

Y en el mismo hace mención de la del sesenta y la que le sigue, que el autor de la Guaracha llama la del setenta y cinco (otros la llaman la del setenta y otros la generación de la crisis). Anteriormente en el mismo texto había discutido sobre la generación del cuarenta o la del cuarenta y cinco, nombres que les asignaron a estas René Marqués y José Luis González, pero que Sánchez en su libro de ensayos prefiere llamarla de la Segunda Guerra.

Nada, que en esto de las generaciones parece ser que en ese momento al laureado Sánchez no le disgustaba mucho la idea de los “guettos generacionales”. Luego continúa en su extensa disquisición sobre las generaciones y citando a María Zambrano la discípula predilecta del tal Ortega que Nieves-Mieles menciona al principio “que toda generación es una esperanza”. Quizás en su juicio ahora, inútil como la del bolero de Pedro Flores.

Luego pasa a hablar de la generación del noventa (sin mencionar a la del ochenta que por algunos es nombrada generación soterrada, por lo menos ya ésta de acuerdo a los nuevos criterios nació, como la tarde, muerta).  Como se puede apreciar es preferible aludir a estos escritores como poetas del ochenta.  Porque en este momento se dieron muy buenos escritores pertenecientes a los ochenta o década del ochenta para no tener que soterrarlos bajo un pretendido criterio generacional. Muchos de ellos están produciendo en este momento obras cardinales.

Otra casualidad es que a nuestro seleccionador se le incluye en la antología de El límite volcado como un poeta de la generación del ochenta. Me pregunto luego de su pataleteo reciente, porqué Nieves-Mieles no declinó el ofrecimiento en aquel momento si tanto deplora los criterios generacionales. También en esta antología elaborada con los desprestigiados criterios generacionales que al seleccionador tanto malestar le ocasiona se eliminó la generación del setenta de una manera tan estrecha y con unos criterios demasiado débiles y faltos de sustrato teórico. Los juicios críticos de Alberto Martínez Márquez y Mario R. Cancel son tan pobres y excluyentes que llegan a señalar a la generación del ochenta como aquella que en realidad es deudora de la del sesenta cuando ese debate se dio entre los del setenta y los del sesenta cuando todavía el ochenta estaba en pañales. O es que quieren incluir la poesía del sesenta con la del setenta en un mismo estanco, lo que demostraría una lectura pésima de nuestro quehacer poético contemporáneo. Señalan que los autores del ochenta fueron los que  se encargaron de subvertir el orden ya sacro del sesenta” y además se atribuyen el estar comprometidos con la literatura. Esta idea o frase la utilizó con particular éxito una de las poetas del setenta. En esos juicios se salta del ochenta al sesenta sin mencionar tampoco el extraordinario espacio creativo y de ruptura del setenta, del que ellos afloran les guste o no. En esta antología el setenta tampoco existe. Y si a alguna tradición poética estos autores le deben y son en alguna medida continuación como señala Irizarry Natal es al setenta. Esta es una selección de poetas del ochenta hecha con criterios éticos y estéticos del setenta. De nuevo respeto los antojos pero no la tesis expuesta.

Continuando con la cita que rescata nuestro poeta de Luis Rafael Sánchez este ubica a Nieves-Mieles en la llamada generación del noventa que siguiendo los criterios generacionales tradicionales me parece un dislate. A lo qua Nieves-Mieles nacido en el 1957 lo convierte en un viejo muy prematuro para pertenecer a dicha generación o lo que sea. Gesto que lo convierte en miembro VIP de esta muestra.

En ese momento también me parece que Nieves-Mieles se mostró muy complacido, quizás hasta más joven con estos juicios de Sánchez y no se sintió herido en las entrañas de que se le mencionase como perteneciente de una generación como la del noventa o del ochenta, que con tanto énfasis señala en sus Palabras Preliminares que es enemigo “del nefasto embeleco” del término generación. A Luis Rafael Sánchez tampoco le pareció en su momento importunarle que Josefina Rivera de Álvarez en su imprescindible obra Literatura puertorriqueña: su proceso en el tiempo estructurada a base de criterios generacionales lo llamara  “un adelantado de una nueva generación”. Además uno tiene derecho, dentro de sus antojos, a su ghetto generacional lo mismo que los catecúmenos a sus cofradías literarias. Y Nieves-Mieles a pertenecer a todas las generaciones que le convenga.

Pero eso no es problema porque el propio Sánchez señala que el mismo no conoce a sus contemporáneos, actitud con la que el seleccionador parece coincidir al montar su muestrario. Pero me pregunto por qué Nieves-Mieles no aludió o criticó estas aseveraciones y sí la que le convino para sus excluyentes juicios valorativos, dentro de la contradicción o reversa de Sánchez que parece que cree y no cree en el concepto de generación a partir de la cita que trae Nieves-Mieles. De la misma manera que Nieves-Mieles al parecer tampoco, pero utiliza afantasmadamente los mismos criterios generacionales para decir que no cree. ¿Por qué no discrepó en sus Palabras Preliminares primero con Sánchez, criterio que a mi juicio si le incumbía como autor de acuerdo a sus presupuestos críticos o con los autores de El limite volcado publicado en el año 2000, sobre lo finiquitadas que están las generaciones o con ambos y sí con los que hicimos la muestra del setenta, La nueva sensibilidad, que por casualidad al igual que el libro de Sánchez se publicó en el 1997? Qué extraño, también da la casualidad que en el 1997, Luis Rafael Sánchez sí creía en las generaciones. Igual que nosotros.

El problema entonces estriba no en si Luis Rafael Sánchez, Jan Martínez y Néstor Barreto o los editores de El Limite volcado creemos o creíamos en su momento en este criterio generacional o si el criterio tuvo sus aciertos y sus desconciertos como todo criterio en un campo tan difuso como el de la literatura en otros momentos más cercanos a la modernidad. Y no a la crisis de los relatos de la llamada posmodernidad, sino que eso aconteció hace ya casi veinte años (dos décadas) y Nieves-Mieles revive ofendido ese muerto, lo enyunta con dos fechas caprichosas que son un Frankenstein del criterio generacional, una dedicatoria excluyente, una portada que me recuerda su rostro como inserto dentro de una especie de pizza cibernética (¿protagonismo generacional?) y un subtítulo también excluyente y que se presta para malos entendidos. Y de paso nos critica en su artículo a varios de los poetas del setenta en sus liminares palabras, (entre tantos en la fila) por la  horrible herejía de haber utilizado el criterio de marras que Nieves-Mieles se encarga de desbancar. Para de esta manera, una vez más en mi opinión, justificar la exclusión de los poetas del setenta y de otras degeneraciones.

Ninguna poética ni trabajo antológico de alguna década o periodo en cuestión debería tratar de excluir una continuidad inclusiva que determine los tránsitos particulares de las poéticas ya existentes y de las emergentes, para de esta manera poder presentar unos vasos comunicantes con sus variaciones y reacciones dentro del amplio campo de la cultura literaria puertorriqueña. En esta dirección me parece conveniente entender que la producción literaria de los poetas de la década del setenta que se consideró como partícipe de criterios generacionales ya rebasados sigue transformándose y evolucionando en la escritura actual de estos poetas excluidos.

Por otra parte y con las aludidas salvedades y discrepancias me pareció en su momento un interesante (aunque a Nieves-Mieles le parezca aburrida esta palabra) acercamiento crítico, por parte de Luis Rafael Sánchez su visión de las generaciones literarias en Puerto Rico en su libro de No llores por nosotros Puerto Rico. Ya que a pesar del criterio del que reniega en la entrevista con Julio Ortega, le permitió el espacio de incluir un generoso comentario sobre la obra de muchos autores de diversas generaciones. Elegante generosidad que siempre le ha caracterizado aunque ahora no crea en el criterio generacional. A lo que tiene el perfecto derecho.

Hay que tener mucho cuidado cuando se montan estos muñecos editoriales porque a veces con querer o sin él se nos puede ver la costura, traslucir los montajes de la invisibilidad. Y este juego de afantasmamiemtos es algo que se debe evitar en todo momento. Aunque se tenga el látigo del Zorro. Y los párvulos antojos de los infantes de los que nadie carece. Yo no sé si esta fue la intención de Nieves-Mieles pero el producto me lleva a estas riberas.

Por otro costado insisto en que el libro hubiera funcionado mejor exclusivamente con el prólogo de Irizarry Natal que es muy acertado y se aleja de juicios excluyentes e irrelevantes y menciona las continuidades y a ciertos escritores relevantes de la década del setenta. Irizarry habla de décadas y de promociones como las del ochenta y el noventa a la que Nieves-Mieles se dice pertenecer. Dato que corrige las ampulosas inexactitudes y exclusiones de Nieves-Mieles, y pone al día y cuestiona un tanto el criterio generacional, hablando de décadas en lugar de generaciones.

Este prólogo era suficiente para los propósitos de la muestra y se pudo haber prescindido de las Palabras preliminares o de haberlas atemperado para no caer en unos comentarios insustanciales que luego de todo lo anterior incluye un párrafo pleno de veneno en la página 16. Este espacio se pudo utilizar para entrar en propuestas más pertinentes pero esta instancia no es otra cosa que un exorcismo nostálgico de las ya pasadas épocas de oro de las vanguardias y sus tradiciones de la ruptura (criterio generacional), que aparece en el texto difuminado en el espacio de tres décadas y de la discusión ya rancia del concepto de generación.

Si el criterio de generación estuvo de moda ahora está pasado de moda su desprestigio por el abuso del pobre que se ha convertido, el mismo –el abuso- en un pastiche. Al menos esta categorización que impuso con sus consabidas arbitrariedades el criterio, en este ahora transgeneracional y sincrético nos sirve dentro de los debidos cuestionamientos para que a partir del mismo se hagan nuevas lecturas, miremos poetas excluidos, actitudes, tendencias y se excluya lo impertinente y se incluya lo pertinente en estos acercamientos críticos de los conceptos y su viabilidad. Lo que no se puede permitir es su sospechoso e histérico reavivamiento como medida de exclusión.

También es justo consignar que este criterio, por otra parte, se presta para muchos malos entendidos con sus consabidas exclusiones ya que permite dictar fechas a mansalva (como hemos visto) señalar supuestas tendencias, homogeneizar caprichosamente a poetas diversos, catapultar a personalidades apabullantes a mentidos estrellatos y otras cosas. En esto le concedo la razón a Nieves-Mieles aunque su antología a mi juicio se acerque muy estratégicamente a muchos de estos criterios. Y si se va a utilizar el concepto de generación se debe hacer con mucha sutileza y los  debidos cuidados didácticos sobre todo a nivel académico y de difusión de ideas. No se debe olvidar que muchos momentos históricos están consignados como hitos generacionales, la del 98, la del 27, la de 36, los garcilasistas, la de posguerra, los novísimos. Todas las anteriores en España y en Latinoamérica buena parte de la crítica ha construido sus juicios teniendo en consideración este criterio, hasta Luis Rafael Sánchez en su momento. Otros como Nieves-Mieles no han rehuido al mismo a la hora de las publicaciones en antologías.

Por eso coincido con Irizarry Natal y otros críticos que prefieren hablar de décadas o promociones como la del sesenta, la del setenta y otras pero aún así y es difícil no hacerlo, incurren en una variación que se desprende de los criterios generacionales, que invariablemente las provee el tiempo, las circunstancias y las contingencias históricas y lingüísticas. Así concluye el prologuista por establecer diferencias de estilo y de propuestas estéticas que son en alguna medida un desprendimiento del criterio generacional aunque más atinadas en el aspecto de la terminología descriptiva. Es decir que es posible que del mismo se puedan donar algunos órganos a la criatura que se busca montar en estos tiempos como instrumento de periodización y categorizaciones estéticas y lingüísticas. Son tiempos de inclusión no de esto y aquello sino quizás de esto más aquello y tal vez por ese camino podamos llegar a mejores instrumentos de periodización de tendencias y figuras. Al fin de cuentas en este momento de encuentros de tradiciones que se vive en el arte sea una buena apuesta.

Y siga el compañero Nieves-Nieves-Mieles escribiendo, produciendo y difundiendo la poesía y vendiendo muchos libros con su editorial y su librería Machondo, que es un loable y notable intento de llevar la literatura y la poesía fuera de sus lugares convencionales, cosa en que lo aplaudo y felicito. Esta crítica no es nada personal. Es, que luego de su lectura quedé muy influenciado por su estilo contestatario en su antojología de Este juego de látigos sonrientes.

Y ya que parece que se trata de entrarnos a latigazos aquí va otro muy sonriente y afable por cierto y como la mayor parte de los olvidos y las exclusiones, salen de las sombras y los afantasmamientos he decidido hacer pública ésta como un acto de ruptura propio de algunas generaciones o décadas. Que en el plano escritural siguen existiendo aunque sea en el claroscuro de la incomprensión y tirándole piedras a los noveles látigos, a pesar de los lenguajes y las actitudes que cometen el malévolo esguince de querer imponer alguna frontera, un juicio crítico contrahecho, alguna olímpica arbitrariedad y relegando al olvido a un grupo de poetas constituyentes de una mal llamada generación.

Quiero enfatizar que la lectura de muchos de los poetas de esta muestra me fue de particular agrado y confirma la salud que mantiene la poesía en nuestras letras. Entiendo que en la misma se perfilan importantes poetas, libros y poemas antológicos en el futuro. También manifiesta los nexos ineludibles con la poética que instaurara el setenta. Y que el texto más allá de mis objeciones a los juicios de Nieves-Mieles, es una excelente muestra -con las discrepancias que ya he señalado. Y es justo reconocer que cada antojadizo tiene el perfecto derecho de complacer sus antojos. Y los que estamos al otro lado de la mesa tenemos el derecho de velar por los nuestros y que al menos los antojos de otros no nos conviertan en fantasmas.

Y para decir adiós es preciso señalar que siempre en este campo de la literatura se debe tener el cuero duro para las puñaladas, las pedradas y los látigos. Y para los fabricantes de olvidos y exclusiones, lo que parece ser la naturaleza del juego al escondite al que nos tienen acostumbrados las parcelas letradas del país.