Esquizofrenia, pobreza, desigualdad y negritud

Caribe Hoy

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Una tarde de este pasado mes viajaba por la avenida Muñoz Rivera en dirección a Hato Rey. Estaba, como de costumbre, repleta de autos por todos lados. Me sorprendió un semáforo justo donde hubo, hasta hace algunos años, uno de esos locales superlativos que evocan el efímero esplendor del negocio de los clubes de vídeos.

Allí, entre la acera y la pared del hoy desocupado local, estaba un hombre acostado en la  arena y arropado a pesar de un patente calor vespertino luego de muchos días de lluvias y relativamente frescas temperaturas, como anunciando la cercanía de nuestro invierno tropical.

El hombre, que aparentaba unos 60 años (quizás aparentaría menos con mejor vida), escarbaba la arena cual un niño jugando en las finas arenas de una playa. Lo hacía repetido y sin cesar. Más allá de su pigmentación sepia, su piel lucía curtida  por su abrasiva exposición a una intemperie prolongada. Mi observación de lo que para cualquiera sería una insignificante escena, se vio forzosamente detenida cuando desde un vehículo trasero su operador impaciente me sonó estridente su bocina. El semáforo que me detuvo ahora alumbraba verde.

A simple vista y a juzgar por un diletante de la psicología, el hombre, de tez negra, padece -con mucha probabilidad- de esquizofrenia. Desde hace muchos años he observado casualmente muchas escenas, si bien diferentes a la estampa anterior, parecidas en muchos elementos que lucen circunstanciales pero confieso tener serias dudas al  respecto. Lo primero es que abrumadoramente las personas que he observado en tales situaciones son hombres. Lo otro, aún más revelador, es que en su mayoría resultan ser no tan solo hombres, sino hombres de tez negra.

Hace años observé con cierto detenimiento otro caso de un hombre negro que también podía aparentaba padecer de este mal. Lo veía, a menudo, detenido al Sol tórrido como si fuera inmune al implacable calor.

En este caso la persona tenía una asombrosa capacidad de moverse largas distancias (asumiendo que viajaba a pie) a través del área metropolitana. Lo pude observar en Hato Rey, frente al tribunal federal precisamente, pero igual en distintos puntos de la carretera número 3, en Carolina, en Canóvanas y hasta Río Grande. De igual forma lo observé hacia el oeste tan distante como en Dorado y hasta en Guaynabo inclusive le vi en una ocasión.

En este caso se trataba de hombre de tez negra, muy oscura, que tenía un carrito -de esos de supermercado- repleto de objetos y revestido de letreros con mensajes en manuscrito pero en idioma inglés. Nunca me atreví a acercarme y leer con algún detenimiento lo que decían. Sin embargo, había uno que se podía leer a cierta distancia. “Why do you hate the black man”, leía ese alegórico letrero.

En una breve búsqueda reciente encontré varios datos importantes sobre esta extraña condición. La esquizofrenia afecta más a los hombres que a las mujeres y puede tener cierta conexión genética pero aparentemente este vínculo fisiológico no parece estar muy claro. Aunque esta enfermedad mental es muy interesante, me pareció más importante escudriñar sobre sus tendencias epidemiológicas que su fisiología. La epidemiología es ese rastro que nos conduce a pensar que, en muchas ocasiones, enfermarse de algo, no resulta ser un hecho tan fortuito como uno de inicio puede pensar.

Uno de los datos que primero saltó a mi consideración con contundencia es que hay prácticamente un dictum en la incidencia de esta enfermedad que establece la pobreza como un determinante social clave (tal y como ocurre con otros males). Se dice igualmente que es una enfermedad urbana y que posiblemente factores del modo de vida urbano sean elementos que propicien el padecimiento de esta afección. Y es que las ciudades, en especial las grandes ciudades, para algunos puede ser la encarnación misma del inferno[1].

En lo anterior encontré las pistas que necesitaba. En general, la esquizofrenia, según datos de la Organización Mundial de la Salud,[2] afecta a cerca de 21 millones de personas mundialmente. Sobre el 50% de esos 21 millones de seres humanos no reciben asistencia médica adecuada o sencillamente no reciben ninguna. Y por supuesto, como si fuera poco, 90% de esas personas que padecen esquizofrenia y que no reciben atención médica ni adecuada, viven en países pobres o muy pobres.

En el estado actual del conocimiento, la esquizofrenia es una enfermedad mental que no se ha podido detectar su origen. Este mal, sin duda alguna, representa el propio paradigma de la locura y, por tanto, está altamente estigmatizada y por eso las personas con esquizofrenia son muy vulnerables a violaciones crasas de derechos humanos. Si usamos como punto de partida la pobreza urbana, entonces podemos muy fácilmente pensar que existe un fuerte lazo entre esquizofrenia y personas que viven en la calle porque no tienen hogar. Personas que sus familias pobres posiblemente no cuentan con herramientas para entender a sus enfermos, ni para enfrentar adecuadamente esta realidad o finalmente no cuentan con acceso adecuado a servicios médicos. La opción de muchos es la calle donde viven sus fantasías que provienen de sus mentes acosadas por sus tribulaciones. Así, en cualquier barrio pobre urbano existen esos míticos personajes como en mi natal Barrio Obrero. Coco Lizo, Pedro Juan (Llerenllé) y El Loco y así muchos otros. El común denominador: todos eran hombres negros.

Ya en los trabajos de Frantz Fanon[3] quedaron retratados con contundencia los fuertes nexos entre salud mental y colonialismo a través de sus observaciones de campo en África.

Entonces conociendo ya que esta enfermedad tiene fuertes anclajes sociales,  ambientales y coloniales, podemos entender porque es otro escenario contemporáneo donde la discriminación racial se expresa contundentemente gracias a las raíces históricas y socioeconómicas en que viven los afrodescendientes en Puerto Rico ya sean mujeres u hombres en general. Este como muchos otros ángulos son los que el Estado debe enfrentar con investigaciones multilaterales para poder llegar a entender la verdadera magnitud de la discriminación racial en Puerto Rico producto de un problema jamás reconocido ni por cierto atendido o confrontado oficialmente.

Extremadamente revelador es que el censo sobre personas sin hogar contó en el año 2003 7,071 casos en PR de los cuales 3,790 (53.5%) eran negros y trigueños.  De hecho, en el año 2003 fue el único de estos censos que incorporó la variable color de la tez. A pesar de un hallazgo de esa magnitud, los censos posteriores al de 2003 eliminaron la variable sobre el color de la piel  de sus cuestionarios. La súper representación de personas de tez negra queda evidenciada no solo en el caso de la esquizofrenia. Este censo nos dejó claro que en Puerto Rico lo mismo ocurre con otros males sociales que afectan a mujeres u hombres negros en particular.

Por eso es que los problemas socioeconómicos de padecen los afrodescendientes en Puerto  Rico hay que enfrentarlos en su complejidad histórica pero con mucha valentía. Y es que sin duda tienen raíces en la esclavitud y la ausencia de responsabilidad histórica de este complejo cuadro de situación. Sin embargo, en otros países se encaminan afirmativamente a trabajar con el reconocimiento de estos problemas. Basta recordar que la Organización para las Naciones Unidas proclamó los años 2015 a 2024 oficialmente como el decenio para la afrodescendencia cuyo lemas son precisamente reconocimiento, justicia y desarrollo. Claro, en Puerto Rico, fuera de la Universidad de Puerto Rico Recinto de Río Piedras, donde se organizó el primer congreso puertorriqueño para la afrodescendencia y nos prestábamos a nombrar un comisionado/a para el decenio de la afrodescendencia, posiblemente se desconoce de estos esfuerzos internacionales tan importantes.

Por eso para que la situación del racismo en Puerto Rico deje de ser simplemente un esquivo anecdotario y sea reconocido como un verdadero problema social que necesita una respuesta pública, hay que trabajar arduamente para el reconocimiento de la situación y aceptar además donde radica su génesis. Resulta alentador todos los avances que se han llevado a cabo recientemente en Puerto Rico en términos de los derechos humanos de comunidades muy maltratadas y discriminadas históricamente hablando. Sin embargo, el tema de la afrodescendencia sigue siendo como un fantasma que muchos han visto pero muy pocos reconocen que existe. Mucho menos institucionalmente.

Por todo esto y mucho más, cuando en algún momento su vehículo lo detenga un semáforo rojo en la ciudad no deje de mirar por sus alrededores, quizás pueda ver cosas muy interesantes.

 

 [1] El metódo epidemiológico en la salud mental, cap 19 (la Investigación epidemiológica de la esquizofrenia; Rodriguez Pullido y J.L. González de Rivera), pag. 271-292. Editores: J.L. González de Rivera, F. Rodríguez Pullido y A. Sierra López; Editorial Masson-Salvat, Barcelona, 1993.

[2] OMS. Nota descriptiva N° 397 de abril de 2016.

[3] Ver, por ejemplo, Los Condenados de la tierra o Piel negra, máscaras blancas de Frantz Fanon.