Destruir Ciudadela(s) para Amar la Ciudad

Economia Solidaria

El comentario cambió la conversación, y los rostros. “De todos los ancianos que vivían ahí, no queda ni uno vivo.” Los sacaron de sus casas, de sus vecinos, de su ambiente, de su barrio, de su área, de su lugar, de las redes cotidianas de apoyo y conversación, de la rutina que le daba valor a sus presencias, a sus manías y hábitos. Los sacaron de sus memorias, los sacaron de la ciudad. Los ‘desplazaron’ para que llegaran los jóvenes ricos, los ‘urbanitas’, los metro-burgueses, los a saber quiénes.

El ‘ahí’ al que se refería la amiga que nos hablaba mientras caminábamos por una de las aceras que colinda con el mega-proyecto de lujo, Ciudadela, se ubica en la Calle Antonsanti, entre la Avenida De Diego y la Calle Del Parque, en Santurce. Era parte del sector San Mateo de los Cangrejos. Pero se fueron los cangrejos y también sus habitantes. Fue un proceso miserable: cartas de aviso de que tienen que abandonar sus casas, amenazas de desalojo forzado, rumores, negligencia en el recogido de la basura, abandono sistemático.

 

Arquitectos, ingenieros y planificadores celebraron Ciudadela. Algunos lo denunciaron, algunos. Hace poco más de un año, la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Puerto Rico decidió festejar sus 15 años de fundación justamente en una de las Plazas del proyecto. Pero la vida, en ocasiones, da sorpresas.

A varios años de estar en venta, Ciudadela parece una pecera, o mejor, cientos de peceras gigantes de las cuales el agua se ha evaporado, como los sueños de muchos. Peceras vacías, aunque llenas de polvo. Impresiona mirarlo. Duele, y a la vez, no deja de levantar una risa irónica. Si se mira por el lado de la Avenida de Diego, cientos de carros arropan un inmenso espacio de polvo, arena, tierra y piedra. Este estacionamiento ‘clandestino’ es lo que queda de los hogares de los vecinos de la Antonsanti. El polvorín que levantan los autos al pasar está lleno de recuerdos.

Hoy, paredes cercanas exhiben peces voladores, hombres pájaros, tags artísticos en camino a galerías y museos. Aunque son bonitos e interesantes, aunque atraen a la apreciación edificante, aunque…, el tiempo y el espacio exigen las caras de las y los ‘ausentes’, de esos dejados a morir por la violencia de la arquitectura y el urbanismo mercantil. ¿Qué presencias y reflexiones pudieran despertar esos rostros en las paredes?

Desde la Calle Del Parque, calle donde queda el Colegio de Arquitectos, se ve un hoyo enorme y hondo. Del tamaño de un cementerio, y más profundo que una tumba, da un poco de miedo caminar en la acera más próxima pues la paranoia susurra al oído el mensaje de que, en cualquier momento, se puede derrumbar. Varias varillas al aire, vigas y muros de contención sugieren que falta aún por ‘construir’. Pero la hierba y el pasto crece como el olvido…

¿Qué se hace ante tanto dolor? Este es solo un ejemplo. Ya son cientos, miles, de historias, redes de apoyo, solidaridades vecinales, recuerdos, personas, vidas desplazadas y ‘reubicadas’ contra su voluntad en sitios sin ningún tipo de relación a los lugares comunes que colectivamente consiente e inconscientemente crearon a través de los años.

Recordemos, reflexionemos, actuemos y no permitamos que vuelva a ocurrir. El urbanismo necesario es el que piensa, imagina, crea y sobre todo vive la ciudad como experiencia solidaria y democrática. Politiza el espacio para crear lugares de convivencia donde nos re-conocemos todos los días. Así se construye amor, que es, literalmente, el reverso de Roma – la ciudad basada en la imposición del imperio. Destruir las Ciudadelas, que son de muros y vigilancia, de segregación y poder, de desigualdad y exclusión, es tarea obligada para un amante de la ciudad.