Ediciones Aguadulce, una propuesta editorial de la novísima literatura boricua

Crítica literaria
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altAgradezco a Cindy Jiménez-Veras el envío de esta primicia de libros de poemas como un “ramillete” o “juego floral”, a la antigua, de versos que me llegan por correo regular. De primera instancia pienso que son publicaciones de la novísima literatura boricua, autores/as que he conocido personalmente en las entregas de los últimos dos festivales de la palabra en San Juan, a quienes he visto de pasada en cócteles y actividades sociales, pero a quienes no he tenido el gusto de leer. Al examinar los cuadernos de colores vivos (azul celeste, amarillo mostaza, rojo, azul pavo, rosado, verde, blanco y negro) como periplo de palabras, me doy cuenta que la propuesta de Ediciones Aguadulce no es sólo caribeña sino transatlántica e internacional.

La Junta Editorial de Ediciones Aguadulce, Editorial independiente y alternativa, está compuesta por Cindy Jiménez-Veras, Directora Creativa y Editora, Gaddiel Ruiz Rivera, Editor, Alex Maldonado Lizardi, Editor, y Jorge Posada, Editor. El diseño gráfico y la diagramación de los libros están a cargo de la artista gráfica Adaris García.

Se dan cita poetas de la Isla como la setentista Lilliana Ramos Collado con Poemas gulembos (2016) (que no son tan gulembos na’), el poeta de fin de siglo XX-XXI, Guillermo Rebollo Gil con La categoría es cosas que mueren (2016) (en abierta actitud lúdica), y José Raúl Ubieta, poeta de Arecibo, con La mecánica de Morfeo (2016) (redefiniendo mitologías). Del ámbito allende nuestros mares tenemos a Raquel Lanseros (España) con 2059: Antología personal (2016), a Jorge Posada Ortega (México) con Desglace (2016), a Legna Rodríguez Iglesias (Cuba) con Todo sobre papá (2016), y a Clara Muschietti (Argentina) con No sé qué creíste: poemas (2016).

Leer poesía siempre es un reto porque en los tiempos que corren la poesía ya parece no tener un derrotero propio. Estamos saturados de crónicas, narrativas, cuentos y novelas, pero la poesía sigue siendo un tanto el género feo de la literatura. Sin embargo, propuestas como la de Ediciones Aguadulce retoma la dinámica de publicar y leer poesía de manera accessible, en cuadernos llamativos de bolsillo con un formato asequible para los y las lectores jóvenes.

Los Poemas gulembos (que no son tan gulembos na’) son poemas que la hablante lírica aclara: “dejé sin terminar/ borradores meticulosos/ con rima interna medio cursi/ donde se hunde una que otra/ verdad coyuntural sobre algo”. La categoría es cosas que mueren (en abierta actitud lúdica) es una reflexión que aparentemente quiere ser inconexa sobre el fluir sin sentido de la vida misma como un juego: “me quedan 4 cigarrillos desde septiembre pasado/ había querido provocar una coindidencia/ y me causé una desolación”. En La mecánica de Morfeo (redefiniendo mitologías), el verso se hace metamorfosis de formas concretas, poemas caligramáticos como “Fumo y llueve” o el lamento casi a la Oliverio Girondo que recuerdan aquellos poemas para leerse en un tranvía: “Llora el tocadiscos deshidratado/ sin suficiente magia estos vinilos/ dureza robótica”. Y así los tres poetas boricuas redefinen la antipoesía conversacional de Nicanor Parra, en tempo caribeño, con una aparente sencillez de las voces poéticas que reflexionan sobre una postmodernidad, postcolonial, urbana y lúdica. Ramos Collado dialoga desde los 70 y 80, con sus Proemas para despabilar cándidos y su más reciente Últimos poemas de la rosa: Ejercicios de amor y de crueldad, con las tendencias a desmantelar la poesía tradicional y sacarla a la calle para que todo el mundo la lea. Rebollo Gil desde Sonero había asumido esa postura irreverente del joven poeta que con este cuaderno publicado en Ediciones Aguadulce ratifica su espacio como creador de una nueva literatura puertorriqueña. José Raúl Ubieta es para mí un gran descubrimiento porque en su vena vanguardista rescata ese lenguaje que en la Isla nos viene desde de Diego y Padró hasta Palés Matos con su Diepalismo y otros ismos que renovaron nuestro lenguaje poético. Ubieta bebe en esas aguas, pero se nutre de otras lecturas para entregarnos un poemario arquitectónico en la concepción de sus partes.

Los cuatro poetas internacionales de las dos orillas del Atlántico, Raquel Lanseros, Jorge Posada Ortega, Legna Rodríguez Iglesias y Clara Muschietti, van de una poesía mucho más lírica hasta volver a un registro antipoético contemporáneo. Lanseros deleita en su lenguaje (“La poesía es azul / aunque a veces la vistan de luto. / Viento del sur escultor de cipreses/ ahoga la tierra honda de dolor y de rabia”) con su homenaje a varios poetas como Machado, García Lorca, Rilke, Pizarnik, Pavese, Whitman. Posada Ortega vuelve sobre el estilo casi estridentista de un Maples Arce para regodearse en un lenguaje urbano: “la mujer me entrega la póliza de seguro/ enumera las mejoras en las cláusulas/ recibes el 50% si pierdes un ojo/ 75% si es una pierna/ 100% por enfermedad”. En un seguro por desmembramiento encontramos el hecho poético y anecdótico que nos sorprende. Rodríguez Iglesias construye un sencillo poemario de nostalgia hacia el padre: “Papá es un gato. / Se sube al tejado/ y maúlla/ un rato”. Parece poesía para niños desde la portada que tiene el trazo de la mano de una niña o un niño que agarra el dedo meñique de un adulto. Muschietti como fotógrafa y poeta es una artista de la imagen. En sus versos encontramos la plasticidad de quien observa la realidad a través de un lente como un montaje: “Estábamos en la playa y la luz era tan potente que nos/ desdibujaba las caras./ Si cierro los ojos lo puedo ver,/ aunque quizás nunca sucedió”.

Montada sobre la descripción, el prosaísmo y la oscilación verso/prosa, la atemporalidad, la sencillez y la complejidad a una, y la simultaneidad de la urbe en su inmediatez; todos estas/os poetas boricuas, española, mexicano, cubana, y argentina coinciden en las páginas de la Editorial Aguadulce como una refrescante propuesta transatlántica de la novísima literatura boricua. Vale la pena leer todos estos poemarios, y otros que aparecen en el catálogo, para darse un buen bautismo o chapuzón de poesía que huele a vieja, en el buen sentido de lo añejo (como un buen palo de ron) que también nos muestra la renovación de un lenguaje continental que busca urdir una poesía antipoética y contemporánea de observación de esta realidad que nos ha tocado vivir en este inicio del siglo XXI.