Apuntes sobre religiosidad popular y la ciudad

Cultura

En la intersección de la Calle Eduardo Conde con la Calle San Jorge, en Santurce, se encuentra el bar Bonanza. Allí, muy cerca del punto más alto de toda la zona, cruzando la calle de la Iglesia San Mateo, la barra saturnina llevó a cabo el sábado 30 de junio un Rosario Cantao’, en honor a las Fiestas de Cruz, las cuales según la tradición se celebran en Mayo. Sin embargo, los vecinos de Villa Palmera y la zona de Santurce, entre cervezas, ron y música, celebraron con cantos, alegrías, penas y devoción, la Cruz del cristo de los obreros y desempleados, de los borrachos y los trabajadores, de las luchadoras y los parejeros, el cristo de la gente linda de los barrios populares de San Juan.

Entre los músicos, se encontraba el legendario Jesús Cepeda tocando el timbal, poniendo a rezar a las pailas a son de coro católico. El ambiente era vecinal, de bebedera tranquila, de devoción en compañía, de ciudad. La religiosidad popular es una dimensión espacio-temporal fundamental y muy dinámica de cualquier ciudad. En el Caribe, sin embargo, esta dimensión puede tener proporciones monumentales.

 

Muchos estudiosos de la ciudad, no toman en serio estas expresiones que a la menor provocación saltan a la cara de cualquiera. Esto, por tratarse de creencias y prácticas poco aceptables a sus criterios científicos o teóricos de lo que debe ser la urbe. De ahí que la ciudad se vea como un islote de lo secular, en vez de una amalgama de ritos, rituales, creencias, prácticas, religiosas y seculares, que habitan y redefinen constantemente los lugares de la ciudad. Un campo de batalla y comunal a la vez donde lo que es sagrado o no es parte de las luchas cotidianas. En fin, que un académico o crítico cultural enclaustrado en dogmas secularistas no ve ni padece la riqueza que el vecino común o el antropólogo/sociólogo urbano identifica.

Pero mas allá de eso, allí se cantó y se compartió, se vendió bebida y comida, y la presencia del barrio y las creencias de muchos se hicieron materia, tiempo y espacio. Música, rezo, canto. Varios muertos aparecieron en distintas conversaciones. Muertos de allí y de acá, muertos muy jóvenes para irse. Muertes que en su presencia también hicieron del Rosario Cantao’ una noche urbana de verano preñada de significado, entre olores de perfume, flores, sudor, cigarrillo y alcohol. En ese ambiente intoxicado de compañía se esculpen esperanzas y dolores, frustraciones y alegrías, el presente de los que se juntan para, frente a todo, ‘volver a ser gente’.