1967: nostalgia de la pura

Caribe Imaginado

altIniciamos un nuevo periodo escolar vacacional. Los estudiantes tendrán dos meses para divertirse, jugar, viajar o hacer simplemente nada. Aunque eso de jugar es cuestionable, porque la mayoría de los jóvenes de hoy pasan largas horas frente al televisor y la Internet, olvidando los juegos tradicionales y lo divertido que puede ser el compartir con amigos para simplemente hacer una rueda o hacer el “pasi-misi”.

Los tiempos cambian, no sé si será para mejor, porque aunque tenemos grandes avances médicos y tecnológicos, la humanidad se ha vuelto más sedentaria y solitaria, la mediocridad se ha apoderado de las instituciones civiles y la falta de valores ético-morales es la normativa.

Cuando comparo el 2017 con el 1967 me pregunto en que momentos perdimos el rumbo y dejamos de ser ejemplo para el mundo para convertirnos en un país con grandes problemas socioeconómicos, grandemente dividido por la politiquería y gobernado por politicastros corruptos, mediocres y oportunistas.

Carlos Gardel dice que veinte años no es nada, pero se le olvidó decir que medio siglo es una eternidad. El siglo XX fue una centuria de grandes cambios. La séptima década (1960) del siglo transformó la humanidad como ningún otro periodo histórico y la modernidad se hizo más palpable.

Me parece escuchar a mi abuelo hablar sobre el año 2000 como algo distante, que a pesar de estar a treinta y tres años de distancia era algo improbable. Pero henos aquí, 17 años después, supervisados por una Junta de Control Fiscal, abandonados por la metrópoli, preocupados por un futuro inmediato incierto y cuajados de problemas.

Mi imaginación viajó en el tiempo a 1967 luego de escuchar la canción “Amor en el aire” que para ese entonces popularizaron la española Rocío Ducal (q.e.p.d.) y el argentino Palito Ortega. Ese año marcó mi vida profundamente porque realicé que no todo era un perfecto. Fue el año del divorcio de mis abuelos maternos, con los que me había criado. Además de que en ese año nacieron dos de mis hermanos, Rubén por parte materna y Miguel por el lado paterno.

Percibí que éramos un país en transición. La agricultura comenzaba a cederle su espacio a la manufactura. La cultura estaba siendo redefinida. Comenzábamos a sentir el impacto de la Guerra de Vietnam y el retorno de la diáspora marcaba la sociedad puertorriqueña. La televisión sustituía a la radio y las telenovelas a las obras de teatro.

Empero, el Puerto Rico de 1967 era un mundo de ilusiones y grandes deseos de superación. La reforma educativa del Dr. Ángel Quintero Alfaro estaba en pleno apogeo y existía la idea de que se estaban formando hombres y mujeres holísticos e integrados para que tomaran las riendas del país y del planeta. Eran los años de las escuelas especializadas y del proyecto piloto, donde se enseñaba francés en escuela elemental y matemáticas avanzadas en intermedia y superior. Los educadores integraban un grupo social privilegiado, eran ejemplo de superación y modelo a emular.

La familia era el bastión de la sociedad. Hijos y nietos se reunían los domingos en las casas de los abuelos para compartir vivencias y fortalecer los nexos familiares. Fueron los años de las urbanizaciones, donde los vecinos se convirtieron en extensiones de la familia y todos servían de canguros de los hijos de los demás. Los chicos jugábamos pelota, saltábamos por los montes e imaginábamos aventuras por los mares del sur abordo del “Tiki”, velero famoso de una serie de televisión, o viajábamos a la conquista de las nuevas fronteras espaciales en el Enterprise. Las chicas jugaban con sus “barbies”, pero ya comenzaban a demostrar sus intereses más allá de los juegos de té, reclamando su igualdad de género.

Aún la caña de azúcar era la dueña indiscutible de los valles y el café proliferaba por las laderas de las colinas de la zona central. Pero proliferaban las zonas industriales. La gente de los campos se mudaba al área metropolitana en busca de oportunidades laborales y mejores condiciones de vida.

Los primeros cambios los noté en el verano, hicimos algo diferente. Usualmente pasábamos los dos meses en la playa, ya fuera El Combate, Buyé, Boquerón en Cabo Rojo o Playa Santa y Caña Gorda en Guánica. En vez de pasar mis vacaciones con mi familia materna en Lajas, mi hermana y yo pasamos las vacaciones en Villa Carolina en casa de una tía paterna. Junto a mi padre y madrastra nos dedicamos a recorrer el este del país. Fue una experiencia inolvidable. Visitamos Luquillo, Las Croabas, Naguabo y el magnífico Yunque, lugares de los cuales había leído, pero no visitado.

Nuestras estadías en el Viejo San Juan comenzaron a disminuir. Mi madre y padrastro eran asiduos a las tertulias de La Bombonera y el Siglo XX, donde se reunían la crema y nata de la intelectualidad de la nación. Pero las protestas de ese año, la animosidad política que comenzaba a sentirse en el país y los requisitos de una sociedad que se perfilaba como consumista nos fueron alejando de esas enriquecedoras noches de largas charlas e ideas geniales. Las relaciones laborales sustituía la camadería y la buena mesa cedía espacio a la comida chatarra.

El germen del hedonismo y la mediocridad comenzaba a incubarse lentamente en nuestra sociedad.

Aun así, 1967 fue un gran año cultural. El Instituto de Cultura Puertorriqueña fomentaba la creatividad y la reafirmación identitaria. Los centros culturales iniciaron el rescate, la conservación y la promoción de las culturas locales. El país vibraba con los ritmos de la nueva ola sin olvidar la música tradicional. Los Reyes Magos iniciaron su campaña agresiva para reconquistar los corazones boricuas y convertirse en el símbolo de la identidad nacional.

Sin embargo, el consumismo se iba apoderando de este pueblo bondadoso y laborioso. Nacieron los centros comerciales, los supermercados iban suplantando lentamente a los colmados y el comercio local iniciaba su larga agonía ante la llegada de las megatiendas que abarrotaban los nuevos “shopping centers”. La publicidad engatusaba a los puertorriqueños llevándolos a vivir acorde la modernidad, adquiriendo el último grito de la moda o el equipo eléctrico más adelantado.

Las navidades de 1967 fueron diferentes. En mi urbanización se celebró la postrera fiesta de vecinos, mi hermano Rubén fue el niñito Jesús y mis hermanas y yo nos vestimos por última vez como pastorcillos. El trabajo, los viajes fuera del país, los divorcios, la drogadicción, la inseguridad, el temor… fueron cánceres que distanciaron amigos, familiares y vecinos.

Los “Monkeys” llegaron a la televisión, las series de televisión estadounidenses inundaban la pantalla chica, los hippies y los “flower children” estaban de moda. Lentamente las películas españolas y mejicanas fueron desapareciendo de los cines. “Batman y Robin” sustituyeron al Santo y Blue Demon.

Puerto Rico entraba en una nueva era. Hubo un progreso falso. Cambiamos chinas por botellas, los perros se comieron la longaniza y la luna dejó de ser de queso y comerse con melao.

A veces pienso que yo me quedé en ese país con el que sueño todos los días.