Seducidos por Vanessa Droz

Crítica literaria
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altEl poemario Las cuatro estaciones: Suite caribeña (2016) de Vanessa Droz es una obra de arte desde la impresión de las palabras hasta la imagen. Diseñado por la autora misma, con diagramación de Aaron Salabarrías Valle, y fotografías de la fuente “Las cuatro estaciones” en la Plaza de Armas del Viejo San Juan, contiene los grabados y fotografías de Vanessa en acto de seducción que nos entrega Ediciones MarAgr. Otro aspecto artístico que no escapa la atención de quien lee es la segunda parte del título, la que añade una dimensión musical al texto porque se apoya en una división en cuatro partes (Verano, Otoño, Invierno y Primavera) como cuatro movimientos acompañados de una Coda, en 48 páginas de versos neobarrocos en la écfrasis que hacen al trasladar en palabras las imágenes de la ciudad y su fuente “Las cuatro estaciones”. El libro hace un homenaje a la serie de los famosos Cuadernos de Poesía del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) y la autora quiere honrar esta tradición.

El prólogo del profesor de todos nosotros, Arcadio Díaz Quiñones, desde ya autoriza y bautiza estos poemas para que podamos leerlos a través de los ojos del lector agudo de poesía que es Arcadio, quien también comentó en su momento el poemario emblemático de Droz, La cicatriz a medias (1982). Así como su contemporáneo, Manuel Ramos Otero, la poeta ha publicado lo justo considerando la trayectoria que ha tenido como gestora cultural, amén de su labor en la junta del PEN Club de Puerto Rico a finales de los años 80 y principios de los 90, cuando fue presidenta por dos años. Además, fue colaboradora de las revistas Zona de carga y descarga y Penélope o el otro mundo en la década de los 70 y fundadora de la revista Reintegro en 1980, que marcó un nuevo auge para los escritores de su generación. La publicación de este poemario es motivo de regocijo para sus lectores porque volvemos a la vorágine de sus palabras donde nos enreda y nos va llevando en un viaje por una ciudad amurallada llamada San Juan, en pleno Caribe, de cara a un azuloso Atlántico.

Díaz Quiñones, en el prólogo, evoca a Vivaldi y sus Cuatro estaciones como contrapunto musical en el que se apoya la exégesis visual y sonora de una fuente emblemática de nuestra ciudad capital, leitmotiv que Vanessa descifra tanto en las imágenes (detalles de fotos y grabados) como en las palabras: “El verano es un mensajero exhausto” (13). Este verso que conversa con la imagen de la página anterior, en la que vemos el detalle de la estatua del verano en la citada fuente: una mano de piedra sostiene la pesada vendimia que prefigura el trabajo de la siega. En “Otoño”, la imagen es de hojas agarradas por otra mano en otra estatua de la fuente, y el verso anuncia: “Gastada, ¡cuán gastada! la nostalgia/ de un árbol se deshoja” (21). El “Invierno” se describe de la siguiente manera: “Dormido, sin saber muy bien de dónde/ viene. Ilusionado, a despertar/ tantas cosas, tanta edad de hielo,/ las aguas de sus fríos resbalando/ por el ingenuo rostro de la especie” (29). El detalle que acompaña el poema en la página anterior es el de una mano en el codo con el pliegue de las vestiduras como cobijo a ese frío que se imagina. Finalmente, llega la “Primavera”: “Coqueta, irrepetible, mordaz” (37) y la mano en el detalle de la estatua que la representa en la fuente, está agarrando ahora los frutos de la vendimia.

En la imagen del detalle de la “Coda”, la fuente está vacía y sólo un charco de agua se escapa por el drenaje, pero los versos han consignado el viaje que ha sido la descripción de la ciudad a través de la fuente y el paso del tiempo: “Verano dorado, otoño Bermejo,/ primavera verde, invierno azul./ Cambia la luz y todo sobre ella/ y bajo ella cambia” (45). La ciudad ha cumplido otro ciclo en el calendario y los colores han marcado ese paso de la luz: “Fuera de ella/ y en ella se alteran las estirpes/ del tiempo, la luna (esa regente)/ marcando la inclinación de las fuentes” (34). Cinco grabados de la poeta acompañan esta edición y en ellos vemos el sol reverberante del verano, las ramas secas del otoño, la flor de la caña al viento, las ramas con sus frutos, y una pluma que representa la escritura. Verbo e imagen como diálogo de literatura y arte.

En Las cuatro estaciones: Suite caribeña se apodera de la hablante lírica el surtir del agua en la fuente de las cuatro estaciones en la Plaza de Armas de San Juan, y la palabra describe el paso del tiempo en una ciudad donde la luz del trópico la asedia y los aguaceros la bañan. La luz y el agua como dos elementos que acompañan un paseo por las calles adoquinadas y azules, donde el color y el ritmo del mundo se concentra: “Siempre el aplauso del aguacero/ convierte en cristales el triunfo/ de los caminos sobre las pisadas/ mientras la gran isla erguida y arqueada/ esgrime su beso, su historia antigua” (31).

Seducidos por Vanessa Droz debemos leer este libro de poemas donde la voz se deleita en la ciudad, en la Isla, en este Trópico de Cáncer que arde en sus versos. Hay que adentrarse en las cuatro estaciones y una coda para volver a empezar la lectura, y descifrar así el misterio de una ciudad colonial apalabrada que seduce ella misma a sus visitantes. La poeta se recrea en sus palabras desde los epígrafes de José Carlos Becerra (“He venido cuando el otoño le da a la ciudad una carta del mar/ He venido a decirlo”) y San Agustín (“Si no me preguntan qué es, lo sé;/ si me lo preguntan, no sé”) hasta el lema (“Una golondrina no hace silencio…”). Es un paseo obligado por calles intra y extramuros de San Juan para admirar sus detalles con el paso del tiempo y la caída del agua que nos hipnotiza en una fuente: “Cambia la luz y todo sobre ella” (47). Su otro poemario Bambú y otros horizontes (2016) sale casi simultáneamente por la Editorial del ICP, y es una colección de 100 haikús. Ya va siendo hora que se recopile en un solo volumen la poesía completa de Vanessa Droz, para que nos siga seduciendo con textos como Vicios de ángeles y otras pasiones privadas (1996), Primer Premio del ICP, y Estrategias de la catedral (2009). Tiene a su haber también un libro para niños titulado Oller pinta para nosotros (2012) y fue Premio Nacional San Sebastián 2008 por su trabajo como comunicadora, promotora cultural y escritora.