Rush Hour y otros relatos para leer en el tren

Crítica literaria
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altRush Hour y otros relatos para leer en el tren de Luis Antonio Rodríguez (Isla Negra Editores, San Juan, 2017, 71 páginas) es una excelente colección de cuentos que tiene a la ciudad de Nueva York como telón de fondo. Publicado por Isla Negra y con fotos del propio Rodríguez --en la portada, al inicio y al final--, sus catorce textos se le ofrecen al lector en una edición atractiva, preparada con esmero.

Los relatos –que pueden leerse fuera del tren--, se destacan por la concisión inherente al género y la libertad creativa. En la mayoría se recrean, a través del el humor y la ironía, situaciones y personajes que se pueden encontrar en la ciudad. Ejemplo de ello es el protagonista de los relatos más agudos –presentados en primera persona--, un neoyorquino como cualquier otro que toma el subway, acude al trabajo, y a veces se topa con las epifanías que se dan en los trenes.

Las prisas, el racismo, las ratas, la soledad, el amor y el desamor y los desamparados o “sin techo” van apareciendo en este mural urbano que nos hace recordar “La noche que volvimos a ser gente” de José Luis González. Pero si el escritor dominicano-puertorriqueño se enfocaba en la deshumanización a la que se enfrentaban los puertorriqueños recién emigrados a la ciudad industrial en los años cincuenta y sesenta; Luis Antonio Rodríguez, autor puertorriqueño-dominicano, incorpora la comunidad latina que llega a la misma sociedad cuando ya no hay fábricas, y en varias instancias se enfoca en los desechos humanos que dicha sociedad produce en cantidades industriales: los homeless.

Como señala Carlos Esteban Cana en el preámbulo a Rush Hour, Rodríguez se escapa de los convencionalismos e impone una dimensión lúdica en los textos donde recrea la vida en su multiplicidad. En el libro –que se gestó sin prisa, paulatinamente, según confiesa su autor—, maneja con suma efectividad la descripción de personajes y ambientes, y suele introducir al final giros imprevistos muy efectivos, que a menudo lindan con el absurdo.

En varios cuentos (“Alas de mariposa”, “Don Cornelio)” subyace un optimismo espiritual que no abunda en los textos enmarcados en la metrópolis, mientras en otros (“Un día en Haití”, “El muerto que vivió un día antes de morir”, “Jueves en Grand Central”) sorprende y penetra en nuestras realidades latinoamericanas.

“La peste” y “Rush Hour” recrean dos viajes en el subway, a través de unas descripciones concisas y certeras --del espacio y los viajeros--, a las que el cuentista añade finales humorísticos de corte co-profílico. El primer relato abre con una referencia oblicua a Albert Camus, autor de la novela homónima, pero en vez de explorar el sentido de la solidaridad que puede producirse en una ciudad mientras es azotada por una plaga; Luis Antonio Rodríguez, mejor conocido por el apodo de Laro, presenta la reacción del propio protagonista –que representa a la mayoría de los neoyorquinos-- frente a la epidemia socioeconómica de los desamparados. Por su parte, en “Rush Hour” nuevamente presenta a otro personaje homeless, esta vez una mujer, quien dentro de su vida marginal logra un pequeño triunfo sobre los ciudadanos respetables que van a sus empleos.

Cuando vivía en PR antes de la internet, familiares y amigos nos solíamos recomendar la lectura de los títulos más recientes publicados en la Isla. Esta reseña es una repetición de aquella costumbre. En un momento en que la emigración se ha disparado, la lectura de Rush Hour puede ser refrescante, instructiva y a la vez liberadora gracias a la risa.