El maestro en mi clase: Miguel Zenón

Crítica literaria
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altConsejo final para David [Sánchez] de parte de

un diletante atrevido: acorta los solos, dale

más estructura a la improvisación.

Los solos de Furito [Ríos] fluyen con

la necesidad de la gran música; cada

nota sucede a la anterior con

obligación expresiva.

Edgardo Rodríguez Juliá

... me enfoqué mucho en estudiar el lenguaje del jazz y sólo cuando

abordé la composición surgió mi interés por mis raíces puertorriqueñas de las

que sabía poco; me convertí en un apasionado de la música caribeña,

centroamericana y esa reunión entre el jazz y lo latino se fue dando naturalmente…

Miguel Zenón

I

Desde la trinidad boricua, por orden cronológico, Furito Ríos, David Sánchez y Miguel Zenón, el jazz latino suena a saxofones, instrumento no tan protagónico en el torrente fundacional de la salsa de 1960 y 70, donde el trombón y la trompeta han sido más emblemáticos.

Trinidad saxofónica; sin grandes oposiciones entre el saxofón alto y el tenor, Furito los toca los dos, a diferencia de Sánchez, quien nunca le pone la mano al alto, y de Zenón, a quien nunca veremos tocar un tenor.

Zona prohibida; frontera instrumental que no se cruza.

En el Teatro Tapia, durante el verano de 2016, vi a Sánchez llenar la sala de afrocaribeñidad hatianorriqueña desde el saxofón tenor y soprano. En el de 2017, sentí el furor de Furito al aire libre, de noche, desde el Centro de Servicios Municipales de Isla Verde, frente al edificio Mundo Feliz, en el 13er Festival del Jazz de Carolina.

En enero de 2018, el maestro Zenón visita una de mis clases (Fundaciones de la cultura hispánica) en Bowling Green State University —invitado a la universidad por el programa de Jazz Studies— para hablar con los alumnos sobre su proyecto sociomusical, Caravana Cultural, inaugurado en Barranquitas en 2011 como un tributo a uno de los trompetistas clave del jazz: Miles Davis.

Antes de entrar al aula, surge una pregunta que no se puede postergar: ¿está el más alto de los saxofonistas boricuas, ganador en 2007 del llamado “premio de los genios,” el MacArthur Fellowship, relacionado con otro Zenón boricua, iniciador, según Liliana Ramos Collado en su blog “Bodegón con teclado,” de los estudios culturales con su libro de dos tomos, Narciso descubre su trasero: el negro en la cultura puertorriqueña (1975), Isabelo Zenón?

Parece que no.

II

Una vez en el salón, saxofón dentro del estuche, sentado frente a la clase, en seco, a pelo, el sonido zenón resuena, sobre todo porque, como preámbulo a la Caravana Cultural, al narrar su devenir de niño a músico profesional, Miguel desmonta tres mitos clave (romanticoides) sobre el músico en general y sobre el jazzista en particular.

Primero, pone sobre la mesa esta carta interesante: su melomanía no es genética. Es decir, está fuera del nepotismo musical, pues Miguel no viene de una familia de músicos, aunque la música puertorriqueña fuera parte de su realidad familiar.

En segundo lugar, tampoco tiene una narrativa personal de una imantación atávica al saxofón, al que llegó, dice claramente, por casualidad, cuando, en la Escuela Libre de Música (donde también estudiaron Furito y Sánchez), tuvo que escoger el saxofón porque para el piano, su preferencia, había ya mucha gente.

Finalmente, inscribe la melomanía en el contexto de la lingüística; la música, dice, es como un segundo idioma, el cual uno puede, como ha hecho él con el jazz (y con el inglés), sumar al idioma original. De hecho, como segundo idioma, el jazz zenonista recurre con regularidad al vernáculo, en este caso, la música tradicional puertorriqueña como el bolero, la música jíbara, la bomba y la plena.

En uno de sus CD más recientes, ¿con un título más literario que jazzístico?, Identities Are Changeable (2014), uno de los temas, “First Language,” dramatiza la primacía del lenguaje, haciendo del ritmo la lengua franca.

III

Explicada la Caravana Cultural en clave de reciprocidad —necesidad de llevar al pueblo algo de lo que él ha recibido a través de la educación—, Zenón dice que, en el fondo, se trata de compartir “cultura,” en este caso el jazz, con aquellos que, alejados de los centros culturales, nunca han tenido la oportunidad de escuchar un grupo de jazz en vivo, a quemarropa y sin edulcorantes.

Eso mismo. Intercambio musical con el pueblo. Caravana Cultural le ha llevado una muestra de lo mejor del jazz (Duke Ellington, Charlie Parker, John Coltrane, Charles Mingus, Joe Henderson, Thelonious Monk, Ornette Coleman, Sonny Rollins) a un público boricua (Barranquitas, Yauco, Adjuntas, Maunabo, Vieques, Quebradillas, Hormigueros, Arroyo, San Germán) que no es para nada jazzístico, pero que aprecia la oferta cultural.

Reciprocidad.

Como si la dimensión lingüística no fuera demasiado protagónica en el universo de Zenón, este aclara que Caravana Cultural está atravesada por uno de los ecos jazzísticos más importantes que ha aportado Puerto Rico al jazz: el que produjo el trombonista boricua Juan Tizol (1900-84) desde el tema que coescribió con Duke Ellington, “Caravan” (1936), cuya melodía inventó Tizol.

IV

El más literario de los saxofones boricuas, el de Zenón encarna ecos de increíble bagaje poético, como los que le llegan al saxo de una de las (meta)novelas latinoamericanas más importantes del llamado “boom,” Rayuela (1963), escrita por el argentino parisino Julio Cortázar (1914-84), melómano del jazz, quien escribió también un cuento sobre el padre del saxofón alto, Charlie Parker (1920-55), titulado “El perseguidor” (1959).

¿Lo leyó Zenón?

Eco poético de una novela, Rayuela (1963), que seduce a un saxofonista convencido de llevar cultura al pueblo para compartir y democratizar el jazz. Además de la novela que es en la historia de la literatura latinoamericana, Rayuela (1963) —un texto que, con dos índices, se puede leer de dos maneras— , Rayuela (2012) es también la interpretación jazzística de un saxofonista puertorriqueño en diálogo con un pianista francés, Laurent Coq.

Ante el peso de lo lingüístico-literario, se le pregunta a Zenón si piensa escribir un libro sobre su experiencia “saxual,” breve pero intensa, siguiendo los pasos del saxofonista cubano Paquito D’Rivera en Mi vida saxual (1998), traducido al inglés, My Saxual Life (2005)…

V

En el concierto que le dedica el programa de Jazz Studies a sus composiciones esa noche, Zenón toca 5 temas (complejos, siempre cruzados), de los cuales 4 tienen títulos en español —Pandero, Amor, Fajardeño y Óyelo)— ; el quinto es bilingüe: Ceremonial. La lengua y el saxofón se enredan.

Inevitablemente, y con gusto, el eco de David Sánchez —El Tenor del jazz boricua— irrumpe desde la memoria melómana. Otro de los llamados young lions, como lo es también Miguel, en proceso de reinventar el jazz desde una caribeñidad boricua filtrada por la academia. Como David, Miguel escoge con tino las palabras de sus títulos: Looking Forward (2002), Ceremonial (2004), Jíbaro (2005), Awake (2008), Esta plena (2009), Alma adentro: The Puerto Rican Songbook (2011), Rayuela (2012), Oye! Live in Puerto Rico (2013), Identities Are Changeable (2014) y Típico (2017).

Epifanía: mientras Miguel toca el alto con el big band de Jazz Studies, a un segundo nivel, la novela y el cuento se enredan en un cruce melómano con el jazz y la música puertorriqueña que viene con el alto de Miguel. Ecos de Puerto Rico. De ese trajín saxofónico de alta intensidad sale a relucir después, hallazgo feliz frente a la discografía de Zenón, una colaboración que hace temblar la tierra.

En tres CD de El Tenor (David Sánchez), Melaza (2001), Travesía (2002) y Coral (2004), descubro un tremendo “regalo viejo”: el alto de Zenón.

Imbricación inescapable de los young lions boricuas (hay una foto de ambos juntos).

Saxofones.

VI

La noche antes de visitar la clase, en el Bar 149, Zenón toca con los profesores de jazz de la universidad.

Cada vez que puede, le cambia la caña al saxofón, lo que parece más que una necesidad, un tic de ocasión.

Entre la rapidez y la exactitud de las notas, el saxofón de Zenón parece un poema que se mueve entre la precisión de las palabras y la ensoñación lúcida y elástica del soñador que articula esos mundos.

En su página web, Zenón abre tres categorías culturales para compartir la música que ha escuchado, los libros que ha leído y las películas que ha visto. Entre los libros leídos y las películas vistas se traba una —otra— intersección argentina. Por un lado, está la “gran novela” de Rodrigo Fresán, 566 páginas sobre El Escritor y la salud de la literatura, La parte inventada (2014); por otro lado, El ciudadano ilustre (2016), película argentino-española sobre un escritor argentino radicado en Europa, ganador del Premio Nobel, que regresa a Argentina.

La proclividad de Zenón hacia la literatura argentina trae a la superficie la literatura cortazariana del escritor puertorriqueño Manuel Ramos Otero: Concierto de metal para un recuerdo y otras orgías de soledad (1971).

VII

Ideológico, el saxofón de Zenón profesa el dogma del alto: uno que más temprano que tarde lleva siempre a Charlie Parker (en onda postbop).

Geopolítica melómana fuera de la isla: entre el tenor de John Coltrane y el alto de Charlie Parker el saxofón boricua de Sánchez y Zenón plantea un jazz caribeñocéntrico

Pulsión inevitable que, en The Puerto Rican Songbook (2011), le da la oportunidad a Zenón de rendirle un tributo —¿libresco?— a Ismael Rivera, “El Sonero Mayor,” desde un tema (de Bobby Capó), “El incomprendido” (1976), al que el saxofón alto le ha bajado la velocidad y le ha borrado el artículo: “Incomprendido” (2011).

VIII

En una antología de poesía puertorriqueña de Nueva York, Papiros de Babel (1991), el poeta Pedro López Adorno habla del “invisible saxofón que / oculto al mundo...”

Edgardo Rodríguez Juliá afina: “Debo confesarlo. Siempre he sido jazzero. Es mi música favorita, no tengo dudas. Cortijo, Eddie Palmieri, Machito, Veloso, Marley, Vivaldi, el Beethoven tardío, Mahler, el Campos Parsi de Divertimento del Sur, Villalobos… son planetas que giran en torno a ese sol negro que es para mí el jazz.”

Antes de terminar, el alto de Zenón me invita a la montaña: “Jíbaro” (2005).