El Árbol de Carlos Roberto Gómez Beras

Crítica literaria
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altYa con dos ediciones, una de 2017 y otra de 2018, el Árbol de Carlos Roberto Gómez Beras es un cuaderno poético de 84 páginas de la Colección “Filo de Juego” de la Editorial Isla Negra dirigida por el mismo autor. Filo de Juego fue una revista de los años 80 en la que publicamos muchos poetas de esa generación, entre ellos Juan Carlos Quintero y Rafael Acevedo, quienes la dirigían. Carlos Roberto también fue parte de este grupo de poetas que se inició en los talleres literarios de Che Melendes, Beatriz Berrocal de Iranzo y María Arrillaga, poetas de los años 70, en la Universidad de Puerto Rico.

Árbol es un poemario que consta de treinta y tres poemas acompañados de un prólogo y un epílogo poéticos con una variación estrófica de tres versos por poema, y nueve versos al inicio y al final. El epígrafe de Octavio Paz explica un poco esta dinámica: “Creció en mi frente un árbol./ Creció hacia dentro” (9). El texto se amplía y se completa en el diseño del libro que al abrirse tiene el dibujo de un árbol que extiende sus ramas desde el lomo hacia la portada y la contraportada. En el interior cada poema es como una rama de todas las que componen este árbol poético y los dibujos de ramas así lo sugieren.

La dedicatoria aclara el tono elegíaco de los poemas: “para Miriam,/que murió tantas veces/para renacer muchas otras” (7). En el prólogo el hablante lírico le habla “con cada suspiro” (11) e identifica al árbol con la palabra: “Cada hoja es cada sílaba” (11). A lo largo del poemario la voz se transforma en árbol: “Mis raíces emigran… /En silencio y anclado/ a la tierra de mi cuerpo” (79). Y en el proceso de los treinta y tres poemas breves de tres versos asistimos al milagro de esa transformación poética.

A manera de haikús, que no necesariamente cumplen con la variedad métrica del género (versos de cinco, siete y cinco sílabas), los poemas de Árbol sí conservan los tres versos que prescriben esta composición poética de origen japonés. El asombro y la emoción de contemplar la naturaleza es el principio de todo haikú y su mejor cultivador fue Matsuo Basho del período Edo de Japón en el siglo XVII. En Hispanoamérica uno de los mejores representantes del género fue el mexicano José Juan Tablada, poeta modernista. El hablante lírico de Carlos Roberto, por su parte, describe a los pájaros en esa transformación en árbol (“El pájaro lento de mi mano/ hace su nido de sombra sobre tu vientre”, 13). Que ya para el poema XIII es un árbol de invierno: “El viento que trajo la nieve/pasó a través de ti sin conmoverte./¿Eras un árbol desnudo o yo sólo un aliento?” (37). En este pasaje, la voz se desdobla de un tú que es un yo reflejo. Porque siempre quien habla es el árbol que se contempla en la naturaleza misma como una introspección.

Ya en los poemas XXXII y XXXIII la metamorfosis del hablante lírico en árbol va de la mano de la literaturización de este proceso metaliterario porque los materiales de su canto son la hoja en los dos sentidos, la hoja del árbol y la hoja escrita: “Luego del primer trazo sobre el papel/ anuncias que el lenguaje caerá a tus rodillas” (75) y “En medio de mi frente el árbol nace” (77). En el epílogo se resume el carácter elegíaco del poemario con una apuesta por la vida: “La muerte es solo un instante./ La vida siempre se desborda” (79) y gana la partida.

El Árbol de Carlos Roberto Gómez Beras es la posibilidad de romper con “la tiranía del signo” como reza el comentario de contraportada. Se trata de reflexionar por medio del haikú acerca de la vida y de la muerte, pero también de la literatura y sus dinámicas particulares: “¿Por qué la poesía dice cuando calla?” (59), como plantea en el poema XXIV. Cada pregunta retórica con la que se cierran estos breves textos de tres versos es una consigna que va esbozando la interrogante fundamental que nos hacemos los poetas en cada poema: “¿Alejarnos nos acerca a nuestro regreso?” (27).