PRIMER CERTAMEN DE MICRO LITERATURA DE El POST ANTILLANO PREMIO: NOVELLA

Caribe Imaginado

altSEA HUNT

[Nota Editorial: El pasado 4 de agosto de 2018, El Post Antillano concedió la premiación de su Primer Certamen de Micro Literatura. Este es el Premio Novella]

I

La enorme mantarraya corta el agua para rodear el cuerpo de Mike Nelson. Los músculos del antiguo buzo de la marina norteamericana se endurecen bajo el traje de goma de dos piezas. Siente la cercanía, pero no teme; sabe que la manta birostris carece de aguijón venenoso en la cola.

II

El niño se aúpa en el viejo sofá color vino con mareados diseños de barcos; por un momento ha creído que el oleaje saldrá por la pantalla como un violento remolino de agua, hasta crecer dentro de la sala y catear cada rincón del aposento. Teme por la Evida de Mike Nelson. Aún asustado, se levanta a subir el volumen del televisor y pega la cara al aparato caliente para confirmar que no está mojado. Desconfía. Por si acaso, cubre la pantalla con la sábana olorosa a la humedad de sus axilas.

Unos pasos más allá, en la estrecha cocina, una mujer cavila. Hace unas horas, confirmó la infidelidad del marido; una carta vulgar-con labios pintados- escrita por la chiquilla del frente. Una mezcla de sudor y lágrimas ahorcadas en sofrito se le juntan en el cuello estriado. En los pasados meses declinó enfrentar los ojos apagados del hombre, el poco apetito por su carne. Lo tanteó en las noches, pero se hizo el dormido; como si las mujeres no intuyeran.

Desde ahí, buscó culpables en su cuerpo: la estirada piel de la barriga, los senos vacíos, los pezones incoloros, los talones de grietas negras… Ahora, entierra el cuchillo en la cebolla que palidece indefensa. Prende con rabia el fósforo para encender la estufa. Ataca la sartén con una jabalina de salsa. La carne molida -atropellada con sal y pimienta- espera con resignación como en fila de cadalso.

III

El hombre abre la puerta del cuartucho del motel, mientras ella, con gran dificultad saca su bolsa de lencería del baúl del auto. El hombre entra y prende las luces.

-Bájalas un poquito, -pide ella desde afuera, con algo de rubor y coquetería.

-A mí me gusta ver -contesta el hombre con rudeza.

IV

La espalda del buzo, ajena al sol de la tarde, recibe la fuerza del brazo en flecha, el otro brazo gira hacia atrás como una hélice de lado. Nada despacio, pero con implacable precisión. Busca borrar la huella de espuma, desaparecer del universo acuoso. La mantarraya, en su apresurado avance, salta más allá de la superficie. Al caer, la cabeza queda envuelta en relámpago, en locura de sol atravesando los verdes rabiosos del agua.

V

-¡Baja eso! ¡Baja eso! ¡Maldita sea! ¡Toda la tarde con el televisor prendido! ¡Vete a bañar, es lo que tienes que hacer!

VI

-Bájalas solo un poquito, por favor, -el hombre no responde. Concentrado, cambia la ropa de cama. Ha traído su propia sábana y almohada. Desconfía de la higiene en los moteles. Se desnuda solo de la cintura hacia abajo porque siempre tiene frío en la espalda, y se acuesta boca arriba esperando que ella arribe a su lado.

VII

La voltereta transforma el paso en picadas. El animal hurga con desesperación, se acerca a Nelson, como si el cuerpo del buzo fuese un habitáculo de plancton. El hombre asegura los reguladores y la máscara redonda. No debe tener miedo; las mantas no se alimentan de humanos. Por instinto, mira hacia abajo buscando las cuevas submarinas…

VIII

Ella mira desde la puerta. Tiene en las manos la bolsa y el paquete de chocolates que tanto gusta al hombre. También ha traído una pequeña nevera con quesos, melón, jamones, jugos, kiwis, un pequeño mantel y una vela aromática. Los espejos del techo y las paredes reproducen la imagen reposada de un animal muy blanco y blando que jadea en el revuelto océano de sábanas. La cama no es de agua, pero lo parece, porque el cuerpo largo del hombre flota sobre una densidad de sal, que solo la mujer presiente.

IX

De repente, una corriente pone al hombre bajo el vientre plano y sensitivo de la bestia… El animal agita las aletas como si espantara demonios marinos. La lucha es extraña, ¡tan desigual! Se desprenden y se ciñen, la bestia muestra los dientes. Nelson expande los ojos achinados.

X

-¡Qué lo bajes, te digo! ¡Coño, que lo bajes ¡

XI

La mujer cruza la habitación en dirección al baño. -No tardes, -dice el hombre. El agua caliente desciende por el cuerpo femenino, mientras inventa frases amorosas que él no le dirá, aunque ella le suplique. Cierra la llave del agua y lo escucha eructar con desparpajo. Instantes después, el hombre golpea la puerta: -¡Avanza! ¿Piensas pasar la noche en el baño?

La mujer sale y deposita su carne junto al hombre. Por la forma en que ha recogido su enorme cuerpo, por la torsión, sabe que ha vuelto a construir un muelle entre los dos. Las provisiones esperan en la bolsa. Lo mira de frente. Intenta descifrar la madeja que le arruga la frente; pero el hombre es una isla rocosa, una nueva Patmos que presagia su apocalipsis.

XII

¿Qué pasa? Hace apenas un rato nadaba a flor de agua, sin ruido ni estela; a cada diez brazadas se inmovilizaba como un pez en reposo o en acecho…Ahora, un bandeo de agua los pone de frente, y una tumultuosa precipitación de lluvia se añade. Pero, recuerda que no debe tener miedo; las mantas no se alimentan de humanos. Un aletazo le previene del siniestro.

Algo se le rompe en el costillar, como un puente que se quiebra. La hilera de dientecillos afilados se clava en el traje alcanzando la carne, purgando la sangre, bebiendo el plasma, alcanzando cierto legítimo grado de familiaridad. El buzo- desequilibrado- acelera su desplazamiento. En su mente estallan gritos cencerrados, huye como si pudiera, pero el rumor de la masa aplanada, rebosante de cartílagos, se le posa encima y de lado, sobre la cabeza y sobre los pies que vanamente agita…

XIII

-¡Mami, ya voyyyyyyy, el programa se está terminando! -Y la bofetada lo deja aturdido. Dos enormes aletas lo levantan del sofá y lo lanzan por el aire. Desde la superficie, el cuerpo del niño es un ojo excesivo, un tijerazo de agua helada. La madre busca la correa del infiel; el cuero sagrado que sostiene los pantalones del hombre de la casa.

Desde el fondo del piso, el niño náufrago atisba al ser extraño que pugna en los ojos de la madre; parece un tiburón, una ballena, una serpiente marina, un ser aplanado de dientes intermitentes. No está seguro de la identidad, pero sabe que está allí, fragmentando la mirada de su madre. La correa chapalea sobre las piernas del niño, los verdugones brotan del tamaño de la hebilla …

XIV

El hombre oprime el botón del control del televisor. Una pareja de mujeres orientales desnudas se sumerge en una playa. Las olas se alzan sobre sus cabezas. Una de ellas da vueltas en un remolino de agua, arena y algas. El hombre- como en su niñez- se levanta de prisa y cubre el televisor con la sábana olorosa a la humedad de sus axilas.

XV

Nelson intenta una huida en diagonal. Concentra su atención en sus músculos; da el comando. Tiene conciencia de que en cada bandeo hay una mordida a su cuerpo. El avance no corresponde al esfuerzo del hombre buzo…

XVI

Clava el tenis húmedo en el diamante del cyclone fence. Después de tantas golpizas inexplicables, la senda está planeada: el pie derecho incrustado a media verja, luego el izquierdo creando balance sobre las puyas del tope, un movimiento redondo para lanzarse al otro lado, y ya, por fin, a salvo en el patio de titi Marina…

XVII

Piensa que el agua saldrá por la pantalla como un violento remolino de agua. Pega la barba canosa al aparato para confirmar que no está mojada.

-Ya vuelves con lo mismo -reclama ella desde la cama fría.

XVIII

Levanta una mano, como si pudiera ser visto desde la orilla de la playa. Cambia de escenario y se vuelve pájaro torpe que aletea. Se lanza en línea recta. Ahora es un tigre. Tira un zarpazo, luego otro, pero esto solo consigue hundirlo más y más…

XIX

Pero el tenis resbala. La mejilla se hunde en el tejido de púas. Con el último aire desensarta las pecas. La frente desciende ruda, descascara el moho del alambre, un diente por aquí, otro allá, un mar de sangre espesa…

XX

El hombre aborda el lecho con la inseguridad de una vela remendada, y al llegar al fondo, el cuerpo de la mujer es una piedra…

XXI

…y después de la piedra, unos brazos que siguen golpeando. Al niño se le mete toda el agua de la pantalla adentro, la orfandad le sube de los pies al alma …

XXII

…mientras la mantarraya le aletea la cabeza, el buzo se siente solo, brutalmente abandonado…

XXIII

el hombre apaga las luces y se abraza con la oscuridad.