Los buenos demonios

Voces Emergentes

altEs difícil encasillar a Los buenos demonios, el más reciente estreno de la cinematografía nacional. La película de Gerardo Chijona recrea el itinerario de un psicópata con el sosiego de un drama más bien reposado, salpicado aquí y allá con pasajes humorísticos, y con decididas dosis de crítica y reflexión social: aquí el director hace (una vez más) un ensayo sobre la hipocresía y la crisis de valores.

En principio resulta interesante el planteamiento. Desde los primeros momentos sabemos quién es el asesino, y a partir de ahí la narración abandona en buena medida el hilo criminal para regodearse en el día a día del villano, que parece un muchacho normal, simpático y cariñoso, un «luchador» sin demasiadas ambiciones, buen hijo y buen amante.

Las apariencias engañan: he ahí la tesis resumidísima. A partir de ahí se van engarzando tramas que ofrecen un panorama intencionado de la sociedad cubana contemporánea, pletórica de paradojas.

Es posible que a algunos les choquen ciertos lugares comunes, hay muchas obsesiones compartidas por nuestros realizadores. Pero resulta interesante la manera en que el protagonista lidia con ese contexto: esa tesis le ofrece asideros a la película.

Lástima de ciertos regodeos y énfasis, que aportan poco y satirizan más de la cuenta. Un ejemplo: la metáfora del periodismo nacional ajeno a los problemas de la realidad hubiera funcionado mejor si no se hubiera caricaturizado en demasía. Al final el guiño resulta exagerado, incoherente.

Y como ese, otros.

Los buenos demonios no pueden sacudirse de ese folclorismo fácil y trasnochado de tantas coproducciones. Tampoco logra mantener la misma consistencia dramática a lo largo del metraje: llega el momento en que parece «aguarse».

Lo que sí resulta contundente es el nivel de las actuaciones: Carlos Enrique Almirante, Isabel Santos, Yailene Sierra, Vladimir Cruz, Enrique Molina… ofrecen momentos muy disfrutables; ya por ellos vale la pena ver la película.

Es posible que la escena final deje estupefactos y ansiosos a muchos espectadores, pero esa incógnita terrible nos ubica en una disyuntiva ética. Y muy reveladora.