Reflexión en época de huracán

Caribe Hoy

altEl mes de septiembre es típicamente el más activo en la temporada de huracanes. En once días se cumple un año de que el huracán María impactara a Puerto Rico. Los vestigios y los daños que causó en la isla, todavía son cicatrices visibles.

A casi un año de María, el gobierno alega que solo quedan 25 personas sin energía eléctrica. Sin embargo, el pueblo duda de la información que viene del gobierno o sus agencias, ya que han demostrado una incapacidad crasa para manejar este desastre atmosférico, a parte de muchos otros asuntos del país. En sus ansias de querer hacer creer al pueblo y al mundo exterior que están tomando acción, una y otra vez, proveen información o data errada, exagerada o inexistente.

La experiencia de María aún la tenemos a flor de piel. Es como un golpe que apenas empieza a hacer cascarita, pero con cualquier movimiento brusco vuelve a sangrar. Así estamos. Hemos aprendido a normalizar nuestras vidas y continuar luchando día a día. Sin embargo, todos los días pasamos cerca de postes eléctricos que están tan virados, que sabemos que en cualquier momento van a caerse.

Tenemos en nuestras mentes que no fueron 64 muertes las que causó el huracán, como dijo el gobierno, sino muchas más. Un estudio de la Universidad de Harvard las estimó en alrededor de 4,645. Sucedieron en distintas circunstancias y muchas impactaron a nuestro adultos mayores. Este pasado viernes conversaba con una amiga, hija única, que vino de la Florida a enterrar a su Mamá. Me relató que su Mamá de 86 años, a pesar de sus suplicas, no quiso irse de Puerto Rico. Tan pronto ella consiguió vuelo para entrar a la isla, regresó a buscarla y encontró en vez, a otro ser. Su Madre le relató que el huracán era una fiera que quería atacarla. En contra de su voluntad, la sacó de la isla. Con lágrimas en sus ojos me dijo que la imagen en el aeropuerto del éxodo de cientos de nuestros viejos saliendo de la isla fue desgarradora. La salud de su Mamá deterioró, su estado mental y emocional fue de picada. Ella pedía regresar a su patria, a su casa, pero no era posible porque no había familia para atenderla en Puerto Rico. A principios de agosto falleció en tierra ajena. Esta Madre es una de las estadísticas no contadas en las muertes del huracán María. Así como ella, puede haber muchas otras que murieron de tristeza al ser trasplantados fuera de la isla.

Otras familias que perdieron sus techos, optaron por partir a Estados Unidos para ser alojados en viviendas temporeras. Todo ocurrió tan de repente que no hubo oportunidad para planificar esa salida. De momento encontrarse como un nómada refugiado a expensas de ayudas de otros, es una experiencia fuerte. Permanecer así por meses, sin encontrar trabajo estable. Es un proceso que lastima y lacera la seguridad interior, la confianza, la cordura. Las gentes se levantan y aprenden a manejar sus días con cierta normalidad. Pero a flor de piel el trauma está vivo. Pensar en otro huracán nos crea miedo, angustia y ansiedad. Esto es lo que clínicamente se conoce como Trastorno de Estrés Postraumático.

Los medios han anunciado, para la semana que entra, vigilancia de huracán. Con eso bastó para que las personas salieran, como en estampida de elefantes, a apertrecharse de provisiones básicas. Las filas en las tiendas volvieron a ser monumentales. Y mientras tanto hay muchos políticos pensando como “celebrar” el aniversario del huracán María. A quien en su sano juicio se le ocurre celebrar un evento. Todavía hay muchas personas careciendo. A otra gran cantidad, la temporada de huracanes le crea ansiedad. ¿Por qué mejor no ocuparse de terminar trabajos de limpieza y reparación? ¿Por qué no dar talleres y capacitar a las gentes a enfrentar física y emocionalmente este tipo de evento atmosférico? ¿Es que todavía los gobernantes piensan que con darnos “baile, botella y baraja”, nos bastará? No subestimen al pueblo. Cuidado, mucho cuidado.