… y siento más tu muerte que mi vida
(Elegía, Miguel Hernández)
Benjamín, estamos destinados a perder a la gente que amamos. ¿De qué otra manera sabríamos cuán importante son para nosotros? (El curioso caso de Benjamín Button, película dirigida por David Fincher)Â
“Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando, / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado / da dolor; / cómo a nuestro parecer, / cualquier tiempo pasado / fue mejor.” (Copla I). Estos versos escritos por Jorge Manrique marcan el momento de la pérdida de su progenitor. En la elegía Coplas a la muerte de su padre, el poeta español del siglo XV reflexiona sobre la muerte, la vida, la fama y la fortuna.Â
El concepto de elegía proviene del sustantivo griego “élegos” que se usa para designar una canción de duelo que solía estar acompañada por una lira. En este cántico luctuoso se repasa la historia de ese ser querido cuyo tránsito por la vida terrenal había concluido; aunque comenzaba su otra vida, allá en el “locus amoenus” del Edén.Â
El poemario Velos de la memoria de Iris Miranda es una elegía que mantiene nexos con la tradición, pero establece sus propias pautas. Son, sin lugar a dudas, coplas saturadas de un profundo dolor, dedicadas a un ser que está físicamente, mas su esencia está lejana para ella y para los demás.
Su estructura consta de 37 poemas en la primera parte y ocho adicionales en la segunda. Propone un orden en el que se sugiere el desarrollo de las etapas vitales, de la juventud hacia la vejez, pero que, por la naturaleza temática, se rompe. El cuerpo sigue la trayectoria natural; la mente trastoca ese recorrido para construir su propio peregrinaje: un viaje a la semilla, hacia la infancia perdida, para finalizar en el útero maternal que nos acunó y arrulló: palabras de vida.Â
El recorrido poético comienza en el “altar-callejón sin salida” (Poema cero) de una “boda triste”, una “trampa inescapable”, que transformó su vida en tres ocasiones. Los poemas Melisma, Secreto, Vientre musical, Más vida, Rapunzel y Excentridades agrupan la experiencia de la maternidad en cuyo “vientre de titanio” nacerá la vida y la palabra. Especialmente, la palabra, porque uno de estos “capullos de su vientre” no solo “fue la primera, la menos querida/ siempre, la más amada” (Secreto, p. 19), sino que será la responsable de darle voz a la voz que ahora calla y de destejer para volver a entrelazar los hilos de la intrahistoria propia y maternal.
El poema Masmedulando (p. 21) inaugura el verbo que le dará forma y sentido a la figura de la madre, a Rapunzel, a la Mujer Maravilla, a la secretaria y a la esposa que ayuda a la vecina maltratada, cuya imagen es un reflejo en el espejo invisible. La referencia literaria al poema En la masmédula (1954) del escritor argentino Oliverio Girondo no podría ser más apropiada porque el verso de la niña convertida en poeta también, al igual que Girondo, se caracterizará por trascender las categorías convencionales de la poesía para explorar nuevas espacios expresivos y de experimentación.Â
El consejo maternal de “Habla con calma para que te entiendan” (p. 21) quedó impreso en la poesía que busca la palabra exacta, a veces descarnada, para describir su pérdida y todavía encontrar belleza. El lenguaje se convierte en el lazo que une las voces: la silenciada y la elocuente. La memoria maternal inicia un recorrido por un laberinto del que no puede salir. El texto Confusiones (p.39) describe ese viaje al mundo sin recuerdos y sin vocablos.
La sal en la nevera
en la alacena, el helado
Se confundía con el humo
de su dieta de dulces golosos…
(p.39)
La pregunta “-¿Quién eres?” corrobora la impresión del lector. Ya estaba anunciada en el título y en la inversión de la fecha 2017-1937 que lo acompaña. Una fecha que trata de pasar inadvertida, pero que anuncia un regreso al útero materno. La epifanía literaria se transforma en revelación: la madre ya no es la madre, es la hija, la hija grande cuyo cuerpo envejece mientras la mente retrocede hacia la infancia.Â
Atrás queda el recuerdo
el paso firme, la mano útil. Adelante
el corazón herido
el corazón alegre
la rebeldía de los miedos
un ultramundo coexistiendo
en la mirada de espanto
en la ansiedad inexplicable de su separación.
En el 2015, fue la última vez
en su manera amorosa de mirar
dijo con su voz crecida de vida;
-Hija, te quiero.
Yo sé que cuando ella abraza
es el amor
el velo fuerte de su memoria.
(La Memoria, p.40)Â
La transposición de madre-hija a hija-madre genera un proceso de metamorfosis dual. La madre-hija requiere los cuidados que ella una vez ofreció: amor incondicional, seguridad y presencia. La hija-madre devuelve con una cosecha de frutos que crecieron en tierra fértil. Una de las mejores composiciones del texto, titulado Poema intersectante, revela cómo dos vidas que eran paralelas vuelven a cruzarse para intercambiar papeles. Cito algunos de sus versos:Â
Soy tallo sin raíz ni flor.
Ella, la niña vieja.
(…)
Mamá-bebé sigue
muriendo lenta
MENTE
cada vez, recuerda menos
cada menos, un tal vez.
(…)
Canto para que se duerma…
Furtiva, la noche me lleva a la
comprobación…
respira como un infante.
Si aún tuviera palabras, me diría:
-También soy tallo, sin raíz ni flor. (p.41)Â
La nana cantada para calmar a la madre-hija (nana que tiene su propio arreglo musical), y el regalo de la muñeca que la hizo pensar que tenía ocho años la acercan cada vez más a la infancia. Los sentimientos de orfandad son compartidos.Â
En su segunda niñez repleta de juegos,
salidas a pasear,
peluches, muñecas y amigos imaginarios,
extraña a su madre y a su padre
tanto que el llanto de niña
orbita la luna y retorna sin consuelo
a nuestra casa. (Orfandad, p.49)
Ese sentimiento de abandono y soledad lo expresa la hija-madre cuando dice “saber dos veces tu muerte / me destruye.” (Dos cruces, p. 24) Su fortaleza se ve amenazada por el fantasma de la muerte; solo la sostiene servirle de lazarillo en ese mundo de recuerdos inconexos, vacíos llenos de oscuridad y palabras silentes que es “su memoria partida”. (El Telar, p. 47). La poeta expresa su angustiosa realidad:
Obligo a los arcanos de la memoria
la suya perdida
la mía incompleta
A la buena, viajo
al llanto, al grito
a las noches en vela
de velos partidos
al cariño, al abrazo.
¡Cómo duele su primera muerte
el cordón se ha roto!
(Caída libre, p. 16)Â
La ruptura está inexorablemente marcada por la palabra: es esta la que las unió y en este ayer que ahora es hoy, las separa.Â
El último segmento del poemario se titula los velos y tiene como subtítulo la palabra coda. Este vocablo se define como “la repetición de los motivos más agradables de una pieza musical o baile.” Son siete velos que entretejen la las historias contadas y que funcionan para completar el símbolo de la metamorfosis de la oruga en mariposa que ha sobrevolado entre los versos y las estrofas del poemario. Es la elegía final a la vida de su madre.Â
La pregunta “¿Quién eres?’ encuentra respuesta duplicada en el Velo I: “Soy tu hija y tu madre / - Y yo también.”(p.57) Los Velos 2 y 3 hablan del dolor físico y cómo el mundo exterior se le ha vuelto extraño a esta madre-hija-niña-anciana. La pérdida de su memoria la transporta a su “uni-verso” solo comprensible por ella. Los diálogos que inicie en “su lengua imaginaria” sirven para que la hija-madre enfrente el miedo del otro. La voz, la palabra, resurge para recordarnos que la fragilidad de su madre es también la nuestra porque no somos seres infinitos. El reproche se escapa cuando dice:Â
Qué importa el olvido de los nombres
pero huyen, la evitan
les asusta la extrema inocencia.
(la que camina hacia el vientre
de lo primigenio, de lo que se descrea
para volver a su misterio, telar).
Temen a la flecha del tiempo invertido
o a que ella los contagie. (Velo 4, p. 60)Â
La voz de la madre-hija se va apagando, “el aire de su voz no viaja a mis oídos / ha decidido ser era de luz muda, voz de oscuridad.”(Velo 5, p. 61) El diálogo se transforma en un monólogo sin palabras. El reconocimiento de la lejanía, cada vez más profunda e inalcanzable, entre la madre-hija y la hija-madre se resume en los siguientes versos:Â
La tristeza de no saber quién es
se la lleva al punto de partida.
Ya está por entrar
al vientre de su madre
pronto deberá alimentarse
por un cordón umbilical.
¿Acaso partirá su risa en la fugaz memoria
de las mariposas?
¿Acaso ya no conversará en su lengua
de códigos y melodías ancestrales?
(Velo 6, p. 62)
La oruga se transformará en mariposa cuando arroje el séptimo velo. Su viaje culminará dos transformaciones: la de un cuerpo que regresa a su origen y la de otro que puede cerrar sus ojos y visualizarla libre y feliz. Cito el último poema del texto, Linamen.Â
Mis brazos te acunarán
hasta tu más antiguo recodo
y te desprenderás e la carne
y la memoria
sin las lágrimas que tanto te exasperan.
Te imaginaré
batiendo tus alas
hacia lo bello inefable
de aquellos versos inhumados, mariposa sin angustia,
de aquellos versos que rompiste
para que nadie conociera
el talento de tu boca
el ritmo de tus pasos
el fuego de tu mano que tejía
para niños idos de inocencia
viva en las figuras planeadas
de todos los seres pequeños
que bailan, a pesar, del concreto y de los ruidos
en la coreografía de una danza
para todas las diosas madres:
las que fueron temidas por la mala suerte
las que fueron anheladas por las buenas siembras
las que fueron invocadas
para parir el amor de los hijos
Te imaginaré escuela de mujer para el futuro.
(p.64Â
Velos de la memoria es una elegía a la vida, una reflexión sobre la muerte y de nuestro paso por lo efímero. También es una invitación a meditar en cómo la palabra permanece, a través del tiempo, y es lo que nos hace inmortales. Es la palabra el hilo de seda que mantiene con vida la memoria y teje nuestros recuerdos. El poema Elegía ininterrumpida del escritor mexicano Octavio Paz posee un verso exquisito que dice “Hoy recuerdo a los muertos de mi casa”. En su poesía, Iris Miranda no recuerda a sus muertos porque Tánatos, la sombra de la muerte, aún no ha llegado. Y porque con su texto, con su palabra, le dio vida a la memoria materna, la rescató del olvido y le puso alas para volar