Carta abierta [y de despedida] a Ricky Rosselló

Cultura

altSeñor Ricardo Rosselló Nevares:

Sus funciones como gobernador de Puerto Rico han terminado.

(San Juan, 4:00 p.m.) Ha terminado también, para Puerto Rico, una parte de la pesadilla que usted representaba. No es el final, pero es un buen comienzo. Al despedirlo, es hora de hacer balance.

Como los indicios son que usted no es capaz de ello, adelanto aquí los que creo podrían ser algunos de los elementos de reflexión y aprendizaje que, ojalá, pueda usted adoptar como suyos y lo conviertan en un mejor ser humano. Pero antes, hagamos repaso.

¿Y por dónde empezar? Haré abstracción de su infancia, adolescencia y juventud privilegiadas que en nada se parecen a las vidas de los que usted llamó “los más vulnerables”. Pese a que esas vidas y la suya tienen muy poco en común, usted pretendió representarlas, quiso que ellas vieran en usted y en sus ideas un modelo a seguir, una estrella que iluminara la ruta de salida de este callejón que –hasta su renuncia- era nuestro destino. Ahí empezaron sus malos cálculos. Los gloriosos días de esta primavera en pleno verano son la irrefutable muestra de ese primer fracaso.

Vinieron después los simulacros políticos, los trapicheos partidistas, el gansterismo electoral. Todo lo que es fraudulento coaguló en su persona y usted, bendecido por una funesta estrella, se ganó una lotería perversa: ser el elegido de una minoría. Pero usted no se dio cuenta de ese segundo fracaso. Entonces constituyó un gobierno de pelafustanes que, lógico era suponerlo, tienen el mismo calibre ético de quien los escogió. Al mando de una manada inexperta, como usted, mientras liquidaban los activos del Pueblo, recortaban derechos a los trabajadores e intentaban destruir lo poco que dejaron sus antecesores, usted y su manada “pasaban el macho” con las funciones públicas. Las usaron para desquites personales, para ultrajar la dignidad de otras personas, para reírse de los muertos, para conspirar en favor de las ganancias de sus amigos y, sin ningún pudor, mostrando en blanco y negro una miseria de carácter y una ruindad de espíritu que no podía menos que desembocar en un nuevo fracaso.

A la luz de lo que sabemos hoy, usted resultó ser una podrida mentira. Muchos lo sabíamos. Otros lo sospechaban. Algunos, con cansada resignación, lo aceptaron. Y de pronto, de un día para otro, como el ciego que por milagro recobra la vista, todos conocieron la verdad: usted es un fraude de arriba a abajo, de adentro a afuera. Y como todo lo construido sobre bases falsas, su gobierno se derrumbó de golpe bajo el soplo inapelable de los vientos del pueblo. Hoy su partida pone fin a un capítulo de falsías que nadie quiere repetir.

Pero hay algo que agradecerle, señor Rosselló: sus groserías y las de sus acólitos tuvieron el mágico efecto de coagular el sentimiento general de cientos de miles de buenas personas en torno a un básico sentido de decencia que es todo lo opuesto de lo que usted representa. La única victoria suya en todo este capítulo es esta paradoja: usted unió al Pueblo en torno a una sola consigna: bótenme. Que más de un millón de personas, fuera de toda adscripción partidista, haya pedido su renuncia con una sola voz tiene más valor, más fuerza y más legitimidad que todas las urnas democráticas del mundo. Es a ese veredicto, y al de esta historia, sí, con minúsculas, al que se enfrenta la pequeñez de su paso por nuestra Historia, sí, con mayúsculas.

Ahora se abre un tiempo de justicia sin odio, de castigo sin venganza, de sanación sin olvido. Hemos aprendido mucho en muy poco tiempo. Y la mayor de las lecciones es algo que todos ya sabíamos, pero nunca habíamos puesto en práctica: que la fuerza está en nosotros mismos, que la unidad de la voluntad colectiva es transformadora, que cuando el Pueblo dice basta ninguna “Fortaleza” es inexpugnable. Es una lección que el País no olvidará jamás y no dejará que futuros gobernantes la olviden tampoco. Y la pondremos en práctica como una garantía de que personas como usted no vuelvan nunca a estar al mando de este País.

No nos diga, por favor, que se va con la frente en alto y con la conciencia tranquila. Además de que el País no le cree nada, a nadie le importa su frente ni su conciencia. Usted es ahora parte del pasado, y punto.

Vaya con Dios. El Pueblo queda también con Él y, por si acaso, consigo mismo.