Ricardo Díaz Díaz, ¡Presente!

Caribe Imaginado

altaltSon las diez y media de la mañana y dan la orden de ataque. Un badajo, ajeno a la voluntad de la patria hecha destello, azota la campana de la catedral. El comando de traje y sombrero, avanza por la calle Cristóbal Colón. El calor es denso, pegajoso, expectante, Hipólito Miranda camina, cubierto de combate y osadía.

Eran seis y el sol, en el cenit de la transformación gloriosa. El treinta de octubre del 1950 fue un día de ráfaga y conciencia.

Hijo del barrio Santana de Arecibo, Ricardo Díaz Díaz, alias Dico, se labraba en el buril de las necesidades de los menos afortunados. Dignidad y valor regían en aquel hogar. De aquella casa salió el fuego de la luz y el ave del presagio. De allí salieron y crecieron como los montes, eternos y completos.

Cuatrocientos años de cárcel fue tu pena y ahí comenzó la metodología del estudio, la reflexión de lo leído, la búsqueda de los saberes y el destello de la memoria. Ni un minuto de arrepentimiento les diste a los guardianes de la sequía. Cuando saliste, incólume y sereno, yo era un transeúnte de los trajines de la década de los años 70. Te conocí jugando billar y exponiendo, con verbo fluido y contundente, el claroscuro de nuestra realidad colonial. Nada de sermones, ni de odios carceleros. Tú dejabas caer la semilla, con la paciencia de un labriego. Así compartimos mucho, yo indagando, usted alumbrando.

Rompiendo mentiras, combatiendo tempestades. Eran los tiempos de Maravilla y la secuela del plomo y el silencio. Los amores truncos, el poema coloquial y el alma, colgando, como cuelgan los sinsabores de la vida. La vida, Dico, avanzó y así avanzaron los pájaros del desespero, los carros del retroceso, el epicentro de lo que pudimos, de lo que pensamos, de lo que te tocó, Dico, ir de frente, con el pecho y el alma de par en par. Así te hiciste, compañero.